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La nueva obra del valenciano López Segura, doctor por Harvard y experto en la relación entre arquitectura y construcción democrática, evidencia la simbiosis entre arquitectos y políticos en la València de los ochenta
VALÈNCIA. La ausencia casi total de libros o trabajos sobre el impacto que la arquitectura tuvo en el proceso de transición democrático de España (que también funciona al revés: cómo esa transición provocó cambios en la arquitectura), es una demostración del escaso valor que se le ha dado a un binomio, el de la arquitectura y la elevación democrática, que en el caso valenciano adquirió una complicidad añadida.
Detectando esa carencia, el valenciano Manuel López Segura, historiador de la arquitectura, doctor por la Universidad de Harvard, lleva años estudiando cómo el avance edificatorio consolidó el contrato social europeo a partir de 1945. Su nuevo libro ‘Architecture for Spain's Recovered Democracy’ pone el foco en la realidad española, deteniéndose en el caso valenciano. Lo presentó esta semana en el patio del Colegio Territorial de Arquitectos de València.
“Existe -explica López Segura- una tradición historiográfica interesada por las arquitecturas del socialismo democrático. Los grandes programas de viviendas del periodo de entreguerras han sido objeto de abundante reflexión –los de la Viena austromarxista, los de la República de Weimar, etc. También existe una literatura cada vez más abundante sobre los espacios del Estado del Bienestar en Europa Occidental a partir de 1945, atenta a cuestiones como los edificios escolares o la planificación urbana. A pesar de su fertilidad, estos estudios han dejado de lado la arquitectura de transición y la construcción de la democracia española. Mi libro busca llenar ese vacío”.
La contribución arquitectónica influyó directamente en la democratización, la construcción del Estado del Bienestar y la recuperación de la identidad valenciana. Por un lado, dice López, “la arquitectura de los años 80 democratizó la ciudad diseñando espacios públicos abiertos a todos, atendiendo a reivindicaciones ciudadanas (la transformación del viejo cauce del Turia en parque, entre otras) o revirtiendo el proceso de degradación física y social que sufrían los barrios históricos”. Y, por otro, “también participó del desarrollo del Estado del Bienestar: la universalización de la sanidad o la divulgación de la cultura no habrían sido posibles sin los numerosos equipamientos públicos, desde centros de salud a bibliotecas, que les sirvieron de soporte material”.
Esos años 70 y 80 estuvieron marcados internacionalmente por el interés de desarrollar una arquitectura enraizada en su tiempo y lugar. Lo cual coincidió, en territorio valenciano, con un proceso general de reconstrucción de la identidad propia. “Sobre los arquitectos valencianos -señala- convergieron inquietudes internas de la disciplina arquitectónica con análogos intereses en el campo político. Atendieron a esta coincidencia mediante una variedad de recursos: el estudio y preservación del patrimonio arquitectónico –referente tangible de nuestra memoria colectiva–, el diseño de arquitecturas inspiradas en estructuras vernáculas (de modo notable en las obras de Ximo Sanchis en l’Alcudia), o edificios que buscaban renovar nuestras tradiciones artesanas (el parque Gulliver como modernizador de la estética fallera, por ejemplo)”.
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