La psicología, los marchantes que influyen sobre el mercado, juega un papel determinante en las subastas y en los precios que se alcanzan. Los artistas y su cotización se encuentran en muchas ocasiones en manos de un puñado de personas que condicionan los precios y sus carreras artísticas
Bernard Berenson (el crítico e historiador del arte) dijo a Bauer (el anticuario): “Un hombre tan erudito como usted no debería dedicarse a la venta. Es horrible ser un marchante”. A lo cual Bauer respondió “Entre usted y yo, no hay ninguna diferencia; yo soy un vendedor intelectual y usted es un intelectual que vende”. Berenson jamás se lo perdonó.
RENÉ GIMPEL. Diary of an Art Dealer
VALENCIA. Dice el crítico de arte Jerry Salz, quizás un tanto exageradamente, que las subastas son una extraña combinación de mercado de esclavos, recinto bursátil, teatro y burdel. Formas de entretenimiento, añade, enrarecidas, en la que la especulación, el golpe de efecto y la caza de trofeos se fusionan.
Contaba un asistente a una subasta, que da que pensar el hecho de que comprar en una subasta, significa que usted acaba de pagar más lo de que cualquiera de los cientos de personas presentes en la sala pensaban que valía la obra. Lo cual, añado, no deja de producir un pequeño escalofrío. Las subastas es una batalla entre el yo racional y el pasional. La lucha de ambos mundos está presidida y condicionada lo que se llama temor al arrepentimiento.
Quienes hemos participado en alguna subasta, por muy humilde que sea la pieza, y el objeto de deseo ha sido arrebatado hemos sufrido el arrepentimiento por no haber pujado un poco más “no quiero despertarme mañana pensando que con una puja más habría sido mía”, es la excusa de quienes se hacen con una pieza pagando una cantidad por encima de sus previsiones. Igualmente se da lo contrario: existe en ocasiones el llamado arrepentimiento racional “quizás pujé demasiado”, piensa más de uno cuando, tras la satisfacción inicial por haber ganado el combate, se da cuenta que se le fue la mano.
Si bien las subastas suelen ser buenos medidores de la cotización de una obra de arte, de la media de un artista o de una antigüedad, también pueden dar lugar a conclusiones erróneas sobre el valor real de mercado. Así, hay casos en que dos tenaces y poco menos que enajenados pujadores entran en una espiral en la que pueden hacer subir el valor de una obra mucho más allá de la cotización real de la misma, por simple hecho de que esa tarde el deseo podía más que la razón. Es lo que se denomina en el argot “pujar para conseguir”. De perdidos al río, diríamos por aquí.
Si han participado en una subasta, sea cual sea el valor de la pieza por la que han luchado, habrán sentido esa presión en el pecho, ese palpitar incontrolable ante la posibilidad de que la ansiada pieza se esfume y caiga en manos un desconocido. Según los psicólogos esto se produce porque de alguna forma la pieza, que jamás ha sido de nuestra propiedad, sin embargo la hemos hecho mentalmente nuestra y quienes pujan para llevarse el gato al agua “alguien nos la quiere arrebatar”.
Cada puja significa mucho para quienes en alguna ocasión hemos pugnado desde la limitación. Las grandes subastas no contemplan una norma sobre que clase de gestos indican al subastador que se está realizando una puja. Normalmente se emplean unas paletas o un signo inequívoco que toda la sala puede apreciar, pero hay hay casos en que unos determinados e “insignes” intervinientes no desean que se les reconozca y sus pujas las llevan a cabo con gestos que únicamente conoce el subastador: llevarse la mano a las gafas o rascarse el cabello. Esto sucede cuando el comprador es de suficiente relevancia como para que su intervención en la subasta suscite un repentino interés en la pieza y por tanto su precio suba. Psicología, mucha psicología flota en el ambiente.
Cuando en el mundo hay un buen puñado de personas muy ricas y unas cuantas obscenamente millonarias, existen cantidades ingentes de dinero para gastar de las más diversas formas y una de ellas es el arte. El arte galáctico se vente en un mercado con techo de cristal, como he leído en más de una ocasión, porque, aunque pueda parecer lo contrario, (yo mismo me llevo las manos a la cabeza de las cifras totales de algunas casas de subastas) hay mucho más dinero circulando por el mundo, dispuesto a ser invertido en obras de arte extraordinarias que salgan a la venta, que piezas que merezcan tal calificativo, y de ahí los precios estratosféricos alcanzados. Un inversor que observa que cada vez hay mayor escasez de obras maestras a la venta (porque desaparecen del mercado, al acabar en las paredes de museos o en grandes colecciones) y a su vez una masa de dinero ávida que no decrece, sino todo lo contrario, no dudará en pagar lo que sea necesario.
Pero el de las cotizaciones no siempre es un camino hacia arriba. Uno de los nombres propios de las grandes subastas de arte contemporáneo es Charles Saatchi. Célebre publicista que dada la capacidad de influir que le ha otorgado el mercado, puede provocar la subida imparable en la cotización de un artista si llega a los oídos de los collectors que Saatchi ha adquirido obra de ese artista, como producir el descalabro del mismo si saca a la venta su producción. Eso exactamente sucedió con el italiano Sandro Chia, cuya obra era objeto de deseo por coleccionistas y museos. Inicialmente bendecido por Saatchi, la venta de siete cuadros de este artista en un solo día por parte del marchante afincado en Londres, acabó hundiendo la cotización de este y su ascendente carrera. Sus obras inundaron el mercado de las subastas con la debacle consiguiente ante el exceso de oferta.
Como concluía Daniel Canogar , la historia del pobre Chia “nos lleva a enfrentar la idea de hasta qué punto es frágil la carrera de un artista y cómo la reventa de su obra, ya sea a través de un particular o de las casas de subasta, puede hundir su trabajo.”
La evolución de la carrera de los artista, esa montaña rusa. Apasionante asunto del que nos ocuparemos en otra ocasión.
El precio de adquisición ha sido de mil euros, que con los gastos por comisión, transporte e impuestos ha ascendido a 1.430,64 euros