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corina oproae, premio tusquets de novela

‘La casa limón’: La vida de una niña siempre a la sombra de la muerte en la dictadura de Ceaușescu

27/10/2024 - 

VALÈNCIA. La Casa Limón, la última novela de la escritora y poeta Corina Oproae (Premio Tusquets de Novela), transforma la voz de la autora de los poemas a las prosa y de su voz en primera persona al de una niña que observa, a través de su familia y con una pizca tanto de inocencia como de conciencia, las violencias cotidianas que se vivían en la dictadura rumana.

Por supuesto, están presentes la muerte, la memoria y la infancia, temas fetiche de Oproae, pero se despliegan en un contexto lleno de sombras y dolor y revelan una fortaleza inquebrantable."La historia transcurre en una Rumanía totalitaria, pero podría ser cualquier otro país”, admite en todo caso.

La inocencia de la niña es constantemente puesta a prueba por las realidades de su entorno: una familia desestructurada, una dictadura que determina lo que se puede decir incluso en la intimidad, y una exposición brutal a las violencias sexuales siendo aún niña. La Casa Limón explora este proceso de confrontación con el mundo adulto, desde una perspectiva tan fragmentaria y desconcertante como la mente infantil. 

Si hay novelas que hablan de la vida pasando, en este caso es la muerte la que pasa y arrasa continuamente. La autora se adentra en una visión donde la muerte está omnipresente en la vida de la protagonista, no solo como un desenlace, sino como una enseñanza profunda. Según ella, el personaje de la niña “desde el momento casi de tener conciencia de sí misma, también adquiere conciencia de que vivimos de cara hacia la muerte”. También está presenta la pérdida, la ausencia o la enfermedad. Oproae describe la muerte no solo como el final de la vida, sino como una "enseñanza sobre cómo vivir". En el universo familiar de La Casa Limón, cada una de las muertes “significan puntos de toma de conciencia en el devenir del personaje”.

La figura del padre y la madre son centrales en un relato contado desde el prisma de una niña. El padre es una figura ausente, difusa, pero cargada de simbolismo. “Es una construcción de un padre, un potencial padre que no está desde el principio, pero que aún así es una herida que se arrastra de manera infinita”, explica Oproae. La figura paterna, apenas presente físicamente, representa un vacío y un dolor que la protagonista lleva consigo como una sombra constante. En su lugar, construye su relación con su padre desde la memoria y la melancolía. Un familiar construido como un fantasma que sigue vivo, aunque de aquella manera.

La madre, en cambio, es todo presencia y destaca por su resignación y cansancio, reflejo, dice Oproae, del "espíritu de una época". Mientras el padre representa una oposición silenciosa y trágica, la madre es quien carga con el peso de la cotidianidad en un entorno hostil. “La madre se muestra cansada, casi derrotada ante la vida, resignada”, comenta la autora. La madre también encarna los tabúes y secretos que envuelven el día a día de la dictadura rumana. Cuando hablar de más u oponerse te puede fastidiar aún más la vida, la madre se convierte en la guardiana de un mundo de silencios y prohibiciones.

Una voz de niña

Una cuestión central en La Casa Limón es la elección de narrar la historia desde la perspectiva de una niña, una decisión que, en palabras de la autora, representa el mayor reto literario de la novela: “La niña no tiene la capacidad de explicar ese mundo de adultos… toma las cosas como llegan, las pasa a través de su percepción, como diría, llena de asombro, como si todo lo sucediera lo viera por primera vez”. Esta voz infantil, con sus saltos de tiempos y confusión y preguntas imposibles, permite a Oproae hacer de la historia una narración cercana y a la vez inalcanzable, donde el lector “debe unir las piezas de un rompecabezas para comprender la realidad detrás de los ojos de la protagonista”.

Otro reto: “La voz narrativa de la niña tenía mucha fuerza y había que trabajarla para que se mantenga en la misma intensidad emocional durante todo el libro y que fuera creíble”, añade Oproae. En el mundo tal y como lo haría una niña, queda clara sobre papel toda la confusión, la inocencia y la ausencia de juicios.

Por otra lado, la voz de la niña facilitaba que pudiera convivir la oscuridad pero también cierto respiro: “Quería que la historia se leyera con cierta luminosidad”, comenta. Y es en los sueños de la protagonista, donde la poesía, heredera de la obra anterior de Oproae, está más presente:  “La poesía está en toda la novela y es precisamente el lenguaje poético el que hace que la historia avance”. Y es que a través de él se permite cuestionarse temas como los de la memoria y la pérdida desde una perspectiva sensorial y emocional, intensificando la experiencia del lector.

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