Hoy es 3 de octubre
VALÈNCIA. Lo mismo recogen a un borracho de una plaza, median en una pelea callejera, atienden casos de violencia de género, atrapan traficantes de droga o ejercen de antidisturbios en una manifestación ultra. Son los policías de calle de la ciudad de Malmö que protagonizan La delgada línea azul, la serie sueca recién aterrizada en Filmin y que ha sido, comprensiblemente, un gran éxito de crítica y público en su país. Estos agentes no resuelven grandes casos, ni llevan a cabo meticulosas investigaciones; no estamos en el territorio del noir nórdico habitual. No son detectives, son la infantería policial y resuelven pocas cosas.
Me doy una vuelta por wikipedia y otras fuentes para indagar sobre la frase, la “delgada línea azul” (Thin blue line), una expresión y un símbolo con el que referirse a las fuerzas policiales que, según se cree, comenzó a utilizarse cuando, a finales de los años 50, el jefe de la policía de Los Ángeles, Bill Parker, la utilizó para referirse al papel que jugaban las fuerzas del orden, representadas como una fina línea azul entre dos bloques negros, siendo el superior la ciudadanía y el inferior la delincuencia. En palabras del propio Parker: el LAPD era la barrera entre la ley y el orden y la anarquía social y civil. La expresión ha cruzado fronteras y en los últimos años se ha convertido en bandera, no solo en Estados Unidos, utilizando la enseña nacional del país que corresponda en blanco y negro cruzada por una línea azul, un símbolo muy controvertido y prohibido por muchas autoridades, ante su uso por parte de grupos ultranacionalistas y mensajes racistas, por ejemplo en USA o en Finlandia.
El azul de la expresión deriva del color predominante en los uniformes de las fuerzas policiales, lo cual ha inspirado un buen número de títulos de películas y series como la que nos ocupa. Es el caso Blue Bloods (2010-presente), la serie protagonizada por una saga familiar de policías encabezada por Tom Selleck; un gran clásico del género como NYPD Blue, conocida en nuestra país como Policías de Nueva York; los policías playeros y ciclistas de Pacific Blue (1996-2000), los novatos de Rookie Blue (2010-2015), o la mítica creación de Steven Bochco, Hill Street Blues (1981-1987), que utilizaba la polisemia del término blue, lo que dio lugar a que aquí se tradujera por Canción triste de Hill Street.
Todas ellas, con mayor o menor fortuna, comparten la misma premisa de origen, que es la de mostrar, mezclando el ámbito profesional con el personal, el día a día de las personas que visten de uniforme y se encargan de mantener el orden en nuestras ciudades. La delgada línea azul que llega ahora de Suecia nace exactamente de la misma idea y, sin duda, tiene uno de sus grandes precedentes en la citada Canción triste de Hill Street, a la que evocamos en no pocas ocasiones: desde la reunión matinal para repartir tareas y el “tened cuidado” del sargento de turno hasta determinadas formas de filmar que buscan el realismo. Que nos remontemos a una serie de los ochenta no indica que La delgada línea azul esté pasada de moda, nada más lejos de la realidad; tiene que ver con que la creación de Bochco, muy innovadora en aquel momento, estableció un cierto canon a la hora de contar el trabajo cotidiano de los policías de barrio que sigue vigente en muchos aspectos de las ficciones actuales.
Pero esto no es Estados Unidos, sino Suecia. En concreto, Malmö, la misma Malmö que conocimos gracias a las novelas de Henning Mankell protagonizadas por el inolvidable Kurt Wallander. Si con ellas comenzamos a vislumbrar que el paraíso del bienestar sueco que alimentaba nuestro imaginario no funcionaba tan bien como creíamos, con novelas y series posteriores procedentes de Suecia y del resto de países nórdicos fuimos consolidando esa visión y rompiendo el mito. Y ahora, con La delgada línea azul, despejamos cualquier duda. Los protagonistas patrullan por una ciudad donde las desigualdades sociales, la xenofobia, el racismo, la violencia y la pobreza causan constantes conflictos.
Los protagonistas son seis policías con personalidades y bagajes diversos. Aunque alguno arrastre su mayor o menor trauma y sus cargas familiares, no se hicieron policías para resolver el asesinato del padre o la madre y no son particularmente heroicos, como suele suceder en las series USA: estos lidian como buenamente pueden con las situaciones a las que se enfrentan y las resuelven, o no. Más bien no. Y no por falta de profesionalidad, sino por una imposibilidad real de arreglar lo que no es un problema policial, sino social. La serie deja bien claro que, mientras desde los despachos se diseñan proyectos bienintencionados y escasamente dotados de recursos y personal, como huertos urbanos u oficinas para la participación ciudadana, nadie ataca la raíz de la violencia: la pobreza, la desigualdad y la marginación.
No hay esquema rígido, ni fórmula repetitiva. Me refiero, por ejemplo, a ese tipo de formatos, propio de los procedimentales (esta no lo es), que manejan una historia principal por capítulo, más otras dos secundarias un poco más livianas. La serie huye de estos patrones, porque se trata de seguir a estos personajes en su vida cotidiana, sea laboral o personal. Según cuenta su creadora, Cilla Jackert, la serie intenta responder a una pregunta que afecta a todo el mundo: ¿Cómo te conviertes en un ser humano sano y completo en el mundo que vivimos, repleto de desigualdades, miseria y miles de problemas? Para ella, los policías no pueden soslayar esta cuestión, puesto que tratan constantemente con lo peor de la sociedad, el título se antoja, así, bastante pertinente.
El enfoque surgió al conocer una cuenta en twitter de un departamento policial que no daba grandes titulares ni mensajes políticos o propagandísticos, sino información sobre sus acciones cotidianas, desde rescatar a un perro a ofrecer apoyo en casos de depresión o ansiedad; incluso algunas tramas y casos están inspiradas en tuits de dicha cuenta. De hecho, las redes sociales están muy presentes en la serie, no solo porque los policías las utilicen, sino mostrando también sobreimpresionados los efectos que sus acciones tienen en los usuarios de redes sociales, que van desde el apoyo hasta el insulto.
Ante semejante premisa, está claro que la opción estética tenía que ser el realismo. Secuencias cámara en mano, un tono de reportaje periodístico en muchas de las acciones policiales, y muchos primeros planos, que nos recuerdan que el factor humano es lo relevante, que esto va de cómo lidiar con una realidad áspera y conflictiva. También eso supone que, aunque alguna encontramos, no hay grandes secuencias de acción, ni tiroteos o persecuciones espectaculares, una de las grandes diferencias con la mayoría de series policiales USA.
Como en Hill Street Blues o en Ley y orden y en tantas series policiales, La delgada línea azul combina un espíritu de denuncia al tiempo que se ofrece una imagen positiva de esas fuerzas de seguridad, cuyo mayor pecado es estar desbordadas por una realidad que no deja de desafiarles. Cierto es que vemos mandos policiales más bien inútiles o incluso, aunque solo se apunta sin desarrollarse, agentes ultraconservadores y racistas, pero así como en Antidisturbios, por ejemplo, el retrato es el de un sistema corrupto, sometido al poder económico, que alienta y necesita la presencia en el cuerpo policial de determinados perfiles y comportamientos, aquí la crítica no va tan lejos. Más bien es la descripción eficaz y sólida, puede que desesperanzada, de un sistema fallido, incapaz de garantizar el bienestar de sus ciudadanos y la convivencia pacífica.