VALÈNCIA. Hasta el 22 de octubre está disponible en la web de Televisión Española el documental del programa Imprescindibles sobre el fotógrafo madrileño Alberto García Alix. Una entrevista íntima al artista, centrada en su vida personal.
Alix comenta una serie de autorretratos a través de los años. Aparece colocado de heroína, superando el síndrome de abstinencia en casa de un amigo, mostrando navajazos recibidos en una agresión de ultraderechistas (Guerrilleros de Cristo Rey, según relató en su entrevista en Jot Down). Cuando se inició en la fotografía quería sacar fotos de motos, pero no tardó en tener delante solamente la vida que llevaba y, sentencia, "me servía".
Esa vida, es bastante evidente, era la del caballo. La del yonqui. Cuenta cómo se enganchó con la primera oleada, entre los que se encontraba Eduardo Haro Ibars, personajes variopintos, entre ellos mucha gente bien, que se engancharon en el contexto de la contracultura.
Pronto aquella transgresión se convirtió en su única razón de existencia. Ponerse. "No había otra cosa en la que gastar el día, buscar el camello, la espera, con la droga siempre es la espera..." La desgracia, sin embargo, se cebó con su hermano. Cuando el consumo se fue extendiendo, él también cayó. Dejaba atrás aburrido sus años de militancia en la Joven Guardia Roja. Según dice Alix, cansado ya de dogmas y movilizaciones estériles, abrazó el hedonismo. No es algo exclusivo de su caso personal.
En ¿Nos matan con heroína? un reciente ensayo imprescindible de Juan Carlos Usó en Libros Crudos sobre la droga se habla de ese fenómeno tras la Transición. El de multitud de jóvenes que habían pasado casi una década de militancia y a finales de los 70, entre el cansancio y la frustración, preferían una vida licenciosa.
Épica y estética de la heroína
Alix tuvo que enterrar a su hermano. Antes, más de una vez, se había visto obligado a devolverle al mundo de los vivos porque se lo encontró morado con una sobredosis. Aunque se enganchó más tarde que él, lo hizo con más vicio. "Tenía propensión a pasarse", explica. Pero en su entierro estaban todos puestos.
A continuación, da una explicación palmaria de todo el fenómeno: "nosotros mismos nos alimentamos de esa épica, de la épica de la heroína. Luego las muertes, las enfermedades... la heroína anestesia todas las emociones, dolores morales y físicos".
En el libro de Usó se incide sobre todo en ese factor. La contracultura había creado la imagen bohemia y cool del toxicómano. Canciones como Heroine, las historias que circulaban de Keith Richards y compañía, llenaban de glamur la experiencia de pincharse en la vena y alcanzar el éxtasis absoluto jugando con la muerte. Porque solo los valientes, los que no le tenían miedo a nada, podían acceder a ese placer reservado para ellos, los más intrépidos.
Cuenta Usó que ya había consumo intravenosa en España antes de la llegada masiva de la heroína. Se podían obtener los opiáceos en farmacias. El deseo de imitación ya estaba ahí y se trataba de satisfacer. La prensa no sabía tampoco lo que tenía entre manos y publicaba reportajes sensacionalistas sobre el fenómeno. La expectación era absoluta.
La contracultura lo presentaba como el placer secreto más elevado. La prensa lo alertaba exageradamente, pero nadie inmerso en lo underground se creía lo que dijesen los periodistas. Cuando comenzó a entrar la sustancia, o mejor dicho, cuando comenzaron a traerla los primeros intrépidos para satisfacer una pequeña demanda, el crecimiento fue exponencial.
Los políticos tampoco sabían qué ocurría. Optaron por la vía represiva, llenaron las cárceles y obtuvieron un saldo macabro: el sida se extendió velozmente. Usó insiste en ese detalle. En la Inglaterra de Thatcher, la presidenta tenía un asesor que desde el principio aplicó políticas de intercambio de jeringuillas. En España, había cárceles en las que tenían una sola jeringuilla para una galería entera de presos. Los contagios aquí marcaron récords.
A la épica de la heroína, le sucedió lo contrario. Por el mismo camino, la imagen en todos los barrios populares de jóvenes demacrados, con enfermedades mortales contagiosas, con carácter violento, agresivos y una elevada mortalidad hizo que las nuevas generaciones rechazaran con asco y desprecio la sustancia.
En La línea de la sombra Alix sigue contando su historia que encaja perfectamente con lo sucedido en el país. Vio pasar por delante, tras su hermano, "un desfile de tumbas". A él también le dieron la noticia de que era seropositivo. Se uniría pronto a ese "inmenso cementerio", le anunciaron, aunque él no se lo creía. El trago fue decírselo a las amigas y las personas que podía haber contagiado.
Sin embargo, el trabajo de todos estos años de Alix sigue teniendo ese encanto. Sus fotografías de aquellos ambientes, en los que transcurría su vida, con especial atención a los rockers, siguen siendo misteriosas y evocadoras. En las escenas de yonquis uno recoge visualmente todos los detalles. El factor evocador y atractivo sigue ahí. Por eso escuchar un relato tan macabro como la peripecia vital de este artista provoca sensaciones encontradas. Palabras tan desnudas que caen como cargas de profundidad... pero de alguna manera prestan, que dirían en Galicia.