VALÈNCIA. La sala y compañía valenciana La Màquina realiza del 26 de enero al 18 de febrero el estreno absoluto de su nueva producción, Ninots, una pieza con la que profundiza en su voluntad de dar protagonismo a quienes se encuentran invisibilizados socialmente.
Además de colaborar desde hace años con Entrelazados, compañía residente en su teatro y en la que se integran intérpretes con y sin diversidad funcional, esta temporada han tratado el tema de las trabajadoras sexuales en Les nits de Salustiana y el de las violencias invisibles en Una lluvia irlandesa. Ahora ponen el foco en los sesgos de discriminación social más extendidos. El edadismo, la aporofobia o el heteropatriarcado son los males que sufre la protagonista de este nuevo espectáculo, además de un incurable amor por las artes escénicas.
Se trata de María Montiel, actriz migrante y mayor de 70 años. Acude a lo que conoció como un teatro en busca de un director de escena para empezar los ensayos de Un tranvía llamado deseo, quizá su última oportunidad de subir al escenario y la única de representar a su personaje soñado, Blanche Dubois. Pero, para su sorpresa, se irá topando con diversas personas y situaciones de la vida diaria de un casal fallero. Una confrontación de dos realidades en lucha, pero que tienen más en común de lo que los espectadores, en un primer momento, podrían imaginar.
“Ninots nació hace unos diez meses, acabábamos de finalizar las funciones de Orinoco en las que había participado como actriz Diana Volpe. Teníamos ganas de generar otro proyecto con ella y nos pusimos a imaginar”, explica Rafa Cruz, director de la pieza y 50% de La Màquina, junto a Gretel Stuyck. Desde su pequeño centro alojado en la calle Pare Jofre nº7 de Valencia, apuestan por el teatro de corte contemporáneo y autoría viva, proponiendo encargos a dramaturgos con los que trabajar mano a mano para construir espectáculos que centran su mirada en la vida que surge en los márgenes.
Casualmente, el director, la protagonista y la autora del nuevo espectáculo creado por La Màquina comparten origen venezolano, aunque la realidad que se representa está profundamente anclada a la ciudad de València.
Cruz, asentado desde hace tres décadas en España, había coincidido hace años en un proyecto en la Sala Becket de Barcelona con Volpe, considerada una dama de la escena de Venezuela, además de intérprete y directora en múltiples proyectos escénicos internacionales, desde Tokio a Londres. De aquel trabajo surgió una amistad que les ha unido durante años y que facilitó que la intérprete se instalara aquí en 2021.
“Por razones personales y profesionales me interesaba estar en Europa. Conocía esta ciudad y me parecía un lugar amable para vivir. Además, admiro mucho el proyecto de La Màquina, todo lo que están haciendo para salir adelante con una propuesta teatral diferente”, explica Volpe. Cualquiera podría pensar que encaja perfectamente en los rasgos característicos de la protagonista de Ninots: actriz de edad madura y migrante. “La diferencia es que, afortunadamente, yo no paro de trabajar. Ya sea como intérprete, como docente o como directora de escena, algo que me interesa muchísimo. Así que, mientras pueda seguir en activo, veo muy lejana la jubilación”, explica la artista.
La tercera pata venezolana del proyecto es Ana Melo, dramaturga instalada en un pequeño pueblo segoviano y que conocía al director y protagonista de esta historia. Ella fue la escogida por La Màquina para recibir este encargo, que había seguido avanzando.
Por una parte, estaba la inspiración en Minetti, un clásico contemporáneo del autor austríaco Thomas Bernhard, creado para rendir homenaje a un gran actor que, por ser mayor, había pasado al olvido. “Pero nosotros añadimos muchos detalles que enriquecían las luchas que ha de sostener el personaje en su empeño por seguir actuando”, explica Cruz. Por ejemplo, el hecho de que sea una mujer la hace todavía más invisible llegada a una edad, algo que remarcaron añadiendo su obsesión por Blanche Dubois, personaje por Tennessee Williams para Un tranvía llamado deseo. Una belleza madura que se empeña en vivir una fantasía para escapar de la dureza del envejecimiento y la soledad.
Además, el hecho de que María Montiel venga de un país distinto le resta oportunidades, sobre todo cuando su economía está afectada por la falta de trabajo, ya que no es igual migrar con dinero que sin él. “Es una pescadilla que se muerde la cola: cuanto menos trabajas, menos oportunidades tienes de hacerlo. Y para quienes nos hemos visto infectados por el virus del teatro, eso es terrible”, explica el director de escena, consciente de la irremediable necesidad de seguir participando del hecho escénico, una vez descubres ese mundo.
Desde La Màquina señalan otro punto clave de su nueva obra. “Nos interesaba muchísimo hablar de la fugacidad, de lo efímero de las artes escénicas. Y lo hicimos añadiendo un componente más al proyecto, estableciendo un paralelismo con una realidad genuinamente valenciana: las Fallas”, comenta Cruz.
En su opinión, el trabajo duro durante meses, la preparación de una escenificación que busca la belleza, la alegría y pasión con la que se viven… hay muchos puntos en común con la creación de un espectáculo teatral que, como el monumento fallero después de La Cremà, desaparece cuando cae el telón y hay que volver a empezar. “Tenemos una frase en la obra que nos fascina. Dice que, al morir, a un arquitecto le sobreviven sus edificios; un médico deja a sus pacientes curados… ¿qué deja un actor cuando acaba la función?”, reflexionan desde La Màquina.
Esa es la cara amable de la fiesta. Pero, además de esta equiparación por su carácter efímero, la compañía quería remarcar cómo el folklore y lo popular han ido ganando terreno a las disciplinas artísticas. En una sociedad caníbal, que hace desaparecer a cierta clase de individuos, también se devoran algunas expresiones de la creatividad más humildes, sensibles y artesanales. “Durante la pandemia nos llegó una propuesta desde una agrupación fallera para alquilarnos de manera permanente el local porque ellos seguían creciendo y estaban convencidos de que el teatro no iba a resistir”, recuerdan divertidos desde la compañía.
Aspirando a ser un ‘ninot indultat’, tanto las artes escénicas como la protagonista de este espectáculo invitan al espectador a dejarse llevar por la experiencia única de este drama con toques de absurdo, de comedia y de poesía. Desde este viernes 26 de enero y durante cuatro semanas, hasta el 18 de febrero, permanecerá en cartel esta propuesta que muestra la cara más dulce y amarga de la pasión por el teatro, de una sociedad donde lo masivo engulle a los pequeños reductos de creación. Una conmovedora pieza que, como los monumentos o la pólvora fallera, desaparece una vez presentada al público, dejando únicamente la estela de su emoción.