Arranca la segunda edición del proyecto que busca dinamitar los clichés que rodean a la música antigua. Porque antes de Ludvig y su Novena Sinfonía estuvo Hildegarda
VALÈNCIA. Tiorba, chirimía, vihuela, rabel, pífano, fídula, sacabuche. No, no es que Culturplaza haya decidido publicar artículos en sánscrito: lo que los ojos de nuestro intrépido lector acaban de recorrer es un listado de instrumentos que vivieron su momento de gloria durante la Edad Media, el Renacimiento o el Barroco. Y precisamente por ello, es probable que hagan una juguetona aparición en la segunda edición de Before Beethoven, el proyecto valenciano que busca difundir la música anterior a (lo habéis adivinado) Ludwig van Beethoven.
Este festival cuenta con tres apartados (y en ninguno de ellos son bienvenidos Ludvig y sus discípulos). El primero de ellos es un ciclo de conciertos que se celebrará del 19 al 21 de enero y se sumergirá en los repertorios de siglos pasados pero con distintos guiños a la contemporaneidad. Estas actuaciones tendrán lugar en el Teatre de Patraix, que también acogerá del 28 de enero al 18 de febrero un concurso para artistas emergentes en el que participan solistas y agrupaciones de música antigua. Las melodías ejecutadas por estos creadores quizás sean del siglo XV, pero el sistema para cobrar por sus actuaciones no lo es. Por ello, la iniciativa se completa con una fase de formación que busca ayudar a la profesionalización de los intérpretes en cuestiones tan poco renacentistas como la tramitación de una factura o el contacto con los responsables de los circuitos de programación.
A la cabeza de este encuentro repleto de flautas de pico, clavicordios y cornetas se encuentran Èlia Casanova, (que además de ejercer como codirectora también actuará en calidad de soprano) y Marta Pérez Soria.
Antes de entrar en materia, la pregunta que el ¿85%? de los lectores de Culturplaza (o al menos los no familiarizados con los vericuetos musicales) se estarán planteando en silencio: ¿Y por qué Beethoven como figura fronteriza? Al habla Casanova: “más o menos, se puede marcar una línea cronológica que delimita qué puede considerarse música antigua y qué no. Y ese ‘clic’ lo encontramos alrededor del momento en el que nace Beethoven (1770). Con el clasicismo se pierde cierto cariz más volátil en la música, todo tiene más pesado; cambian los parámetros, las cuestiones formales... Y precisamente Beethoven es una figura muy relevante para el clasicismo. Es obvio que no se trata de algo que se transforme de manera automática de un día para otro, pero sí hay un cambio de paradigma, en general, en todas las artes”.
Ahora sí que sí, nos calzamos nuestros chapines, nos colocamos bien la crinolina y el jubón y nos embarcamos en un viaje al universo previo a la Heroica, la Novena Sinfonía, el manoseadísimo Para Elisa, Claro de luna o la Patética. Entramos en tierra de Hildegard von Bingen a Isabella Leonarda. Y nos damos de bruces con un imaginario que cabalga a través de varios siglos y donde los protagonistas son el laúd, el clavecín y otros animales de similar pelaje.
Al aparato Belisana Ruiz quien, al acudir a una clase de cuerda pulsada (donde se juntan criaturas como la tiorba, la mandolina, la cítara o el arpa), tuvo “un flechazo con la música antigua, el repertorio, los instrumentos, el margen de creación e improvisación que proporcionan… Adentrarme en estos sonidos me abrió la cabeza y las orejas”. Ruiz participará en Before Beethoven con Tra Cielo e Terra, que interpreta junto a Èlia Casanova y Jorge López-Escribano (compañía La Tendresa)
Otra de las citas pre-Beethoven es el espectáculo familiar So el Encina, de la formación Cayreles. La obra, que forma parte de un proyecto más amplio basado en visibilizar la música anónima con perspectiva de género, reivindica la presencia femenina, y de identidades disidentes, dentro de los cancioneros renacentistas. Porque sí, aunque luego fueran víctimas de una misteriosa amnesia colectiva, las mujeres estuvieron allí. “Me parece importante fijarnos en la visión que tenemos del pasado como lugar desde donde construimos nuestro presente y el futuro”, señala la percusionista Ana Nicolás. En concreto, en So el Encina se asoman desde una perspectiva cómica a la historia de una mujer que quiere ingresar en un convento y, para ahorrarse la dote, apuesta por sus capacidades musicales, “una habilidad muy demandada en ese momento en la vida monacal” (como bien cuentan Las Hijas de Felipe en un capítulo de su estupendísimo pódcast). “Nuestra protagonista sabe cantar, pero cuando va a salir hacia el convento se da cuenta de que le faltan músicos. Ahí vamos apareciendo el resto de personajes e introduciendo el repertorio de la época”, explica la intérprete.
¿Churumbeles y repertorios del Renacimiento? ¿No es acaso esta una combinación destinada al cataclismo? Pues resulta que no, nada de catástrofes por aquí, nos cuenta Nicolás: “las producciones infantiles se plantean a menudo desde un lugar muy simple y creo que no tiene por qué ser el caso. Hay que presentarles un envoltorio atractivo, pero creo que la música antigua tiene una sonoridad muy estimulante que puede enganchar a los más pequeños, quienes, además, no tienen los mismos prejuicios culturales que los adultos”.
Recalamos unos minutos en el apartahotel de las obviedades y los lugares comunes para comentar que las melodías medievales, renacentistas o barrocas no es percibida por el público general como una cosilla ligerita y facilona. De hecho, podemos suponer que una buena parte de la ciudadanía las observa con reparo o la considera un ámbito restringido a especialistas. Un abanico de recelos que a Èlia Casanova, confiesa, le choca muchísimo, pues la música antigua está “mucho más cerca de lo que solemos escuchar ahora que la clásica. Es cierto que gran parte de esas composiciones se asocian a lo religioso, pero también hay infinidad de piezas profanas muy divertidas. Por ejemplo, la música renacentista es pop puro y duro. Y una pieza de esa época con vihuela y voz se da la mano perfectamente con un disco de un cantautor: musicalmente casi tienen las mismas formas, las mismas armonías. Creo que esa extrañeza se debe realmente a que no estamos tan habituados a escucharla, a que no conocemos composiciones de Barbara Strozzi o Francesca Caccini. Realmente, nuestro oído debería ser más receptivo a las creaciones barrocas que a las románticas”.
Revolucionar ese bestiario sonoro colectivo es precisamente una de las aspiraciones de Before Beethoven: “queremos combatir la idea de que se trata de un arte aburrido, porque no lo es. En la antigüedad la gente se lo pasaba bien, igual que ahora, solo que empleaban otros códigos. Pero tenían canciones para las fiestas, para bailar, para disfrutar… ”, señala Marta Pérez. ¿Y cómo vencer la creencia venenosa que hace rimar clavicordio son sopor? “Se trata de darle una vuelta de tuerca: modificar el contexto en el que se ejecuta el repertorio, sacarlo de los circuitos convencionales, utilizar otro tipo de vestuario menos solemne, incorporar una perspectiva feminista…”. En definitiva, demostrar que no se trata de un universo tan encorsetado como los clichés nos podrían hacer creer.
Frente al mito que considera la música antigua un asunto elitista, Nicolás sostiene que todo depende “de cómo traduces tus conocimientos técnicos e históricos en tu propuesta escénica, si lo haces de una forma más densa o más ligera. A mí me encanta investigar cómo podía sonar un instrumento en el pasado, pero entiendo que al público eso pueda no llamarle la atención y solo quiera disfrutar de las composiciones”.
Y si estas consideraciones no son suficiente, Belisana Ruiz nos presenta el argumento definitivo para dejarse conquistar por las composiciones previas al amigo Ludvig: ¡los instrumentos que usan son chulísimos! O al menos, eso creen quienes se asoman a ellos por primera vez: “el público siempre se sorprende por la forma y dimensiones de los artefactos de cuerda pulsada: los antepasados de la guitarra no son muy parecidos a la guitarra contemporánea. Se trata de objetos espectaculares, con un mástil muy largo, casi extraterrestre y unas cuerdas también larguísimas…”.
Exploradas las teclas y cuerdas del proyecto, toca centrarse en los potenciales espectadores. ¿Qué hace una muchacha del siglo XXI si no sabe absolutamente nada de sacabuches o mandolinas, pero quiere dejarse picar por el gusanillo de la curiosidad renacentista? Para Casanova lo fundamental es “ir con la mente abierta, así las melodías te penetran mucho más. Tú puedes estar en una silla una hora y posiblemente te remueva algo, para bien o para mal, pero algo te removerá. Es cierto que, cuanta más información tengas sobre una pieza, más disfrute puedes encontrarle. Por eso normalmente nosotras siempre en los conciertos explicamos algo del contexto, para explicar un poco lo que van a escuchar, ver y sentir. Se trata de contar que van a ver al abuelo del piano o guitarras de dos metros, que van a escuchar sonoridades a las que no están acostumbrados”, defiende Casanova, quien compara la experiencia de asistir a una de estas travesías auditivas con la de entrar a un museo: “mucha gente visita exposiciones sin saber de arte, pero luego no se atreven a acudir a un concierto de música antigua”.
Ana Nicolás reivindica que aquí lo sensorial vence al mito del elitismo: “si nos dejamos llevar, descubrimos que piezas compuestas hace 400, 500 o incluso 600 años nos agitan y emocionan”. No en vano, a lo largo de su trayectoria ha certificado que mucha gente que acude por primera vez a este tipo de conciertos “se sorprende por cómo pueden llegar a conectar con una sonoridad que nos resulta tan lejana en el tiempo. La música es música: da igual cuándo fue escrita y de qué manera. Si te toca, ha cumplido su función”.
Y aquí Ruiz incorpora otra derivada: adentrarse en los sonidos de otros siglos para conocer mejor nuestra propia identidad (y la de nuestras listas de Spotify). “Conocer de dónde venimos nos ayuda a saber quiénes somos. Acercarnos a la música que se hacía 500 años nos permite decir ‘ostras si es que esta canción pop no es tan diferente de este bajo de chacona’. Hay temas que nos pueden parecer modernísimos y, si rascamos un poco, vemos que, al final, todo surge del mismo sitio. Todos venimos de aquello que fue”.