VALENCIA. La cosa empezaba mal para 'Las Campos'. Con un debate sobre el episodio que (sorpresa) tenía lugar antes de que se hubiera emitido, el interés parecía perdido incluso por parte de la cadena. “Hay gente como nosotros que lo ha visto, pero otra gente que no”, decía la conductora del debate 45 minutos después de la hora anunciada por Telecinco para su comienzo. Los tertulianos, que ya sabían de qué iba la cosa, tampoco parecían entusiasmados. "Me encanta su piscina", destacaba el 'bebé' Aless Gibaja. Mal vamos. El equipo se empeñaba en llamarlo documental y no reality, cosa que no es mala per se, y jugaba con la idea de que no solo era un programa entretenido sino también instructivo. Pues al final ni una cosa ni la otra.
“Como en el circo, pasen y vean”, proclamaba María Teresa Campos casi a las once de la noche (una hora menos en Canarias). Más cercano al programa de Bertín Osborne que a Las Kardashian (o Campashian, como bautizó el programa Florentino Fernández), el producto resultó frío y, más que invitar al espectador a sus casas, parecía que lo alejaba de ella impostando una actitud que no convencía ni a su entorno. La presentadora de Qué tiempo tan feliz se quería mostrar como la perfecta -y autosuficiente- anfitriona cuando la chica de servicio interrumpió el primer acto: "¿le pongo como siempre la mesa señora?". Con este empezaba una serie de silencios incómodos salvados esporádicamente por una banda sonora en la que sonaba Comida Light de Pica-Pica o Búscate un hombre que te quiera de El Arrebato.
La temática en torno a la giraba el primer episodio –Mamá no me reconozco en el espejo- realmente sí podría haber dado para más. No hay que olvidar que, por exitosa y dilatada, la carrera de Campos madre la hace conocedora de las tensiones y exigencias del showbiz patrio. Uno de los mejores ejemplos a este respecto es A piece of work, documental dirigido por Ricki Stern y Anne Sundberg, que abría las heridas de la vida personal y profesional de Joan Rivers, una de las cómicas que mayor huella han dejado en Estados Unidos. La clave: honestidad. El filme hablaba sin pudor sobre la vejez, el rechazo de la industria, el arduo trabajo para hacer que el teléfono sonara de nuevo y el fango que tenía que pisar para volver a ser relevante. Su voz, frágil y personal, convirtió el documental en una pieza de referencia.
En él, Rivers hablaba sin tapujos de su cirugía estética, del fracaso de su obra de teatro o reflejaba por qué entraba en el reality de Donald Trump (Celebrity Apprentice), un movimiento que podría ser interpretado como desesperado pero que, al final, la colocó otra vez en el candelero. No se escondía. En este caso reina la falta de honestidad y la superficialidad. No solo física, sino también en el tono de la conversación. No profundiza en un tema que, en una sociedad que vanagloria la juventud y la belleza, sí podría haber salvado el programa. Flaqueaba no solo el intento social sino, también, 'profesional', con algunos momentos que se asemejaban al extinto Saber vivir y unos criticados comentarios sobre el cáncer.
Como producto instructivo no funciona, pero como entretenimiento tampoco. Si bien Alaska y Mario de MTV logró despertar el interés del público por un mundo extravagante y extraño que en pocos minutos hacía sentir al televidente como parte del grupo, Las Campos resultan más frías y, como programa, más anodino que el I love tamara de Cosmopolitan. La tensión entre lo guionizado y lo real era evidente y en el debate posterior (sí, lo hubo) la propia hija de la presentadora reconoció que no todo era fiel a su vida. Preguntada sobre qué le chirriaba, lo primero que pasó por su cabeza fue lo siguiente: sus protagonistas no se levantan de buen humor. “Me encanta hablar sola cuando desayuno, bueno, en general", decía Teresa Campos mientras tomaba café con tostadas.
Los presentadores Florentino Fernández o Tania Llasera fueron algunos de los cameos de un primer episodio que no fue "el acontecimiento televisivo del año" que anunció su presentadora y en el que se pudo descubrir poco más que a Terelu no le gustan los callos, "pero me pierde la salsa de los callos”, o que Siri la llama "Mamichula". Al final fue Aless Gibaja, el que muy bien apuntaba al principio que la piscina era lo más destacable del documental, quien resumió lo que todos los espectadores estaban pensando. "En vez de un docu-reality parece un come-reality". Qué tedio tan feliz.