Dos años después de su realización, se estrena en nuestro país la cinta dirigida por Sebastián del Amo y protagonizada por Óscar Jaenada
VALENCIA. Poco ha faltado para que se convirtiera en una película maldita, como Manolete (Menno Meyjes, 2008), que tardó cuatro años en acceder a las pantallas españolas, y cuando lo hizo cosechó unas críticas tremendamente negativas. Cantinflas (Sebastián del Amo, 2014) también es un biopic, el del popular actor Mario Moreno, y pese a que se estrenó puntualmente en Estados Unidos y en México, logrando unos apreciables resultados de taquilla, se resistía a desembarcar en nuestro país, aunque a su paso por el Festival Iberoamericano de Huelva de 2014 ganó el premio al mejor actor (Óscar Jaenada) y el del público. Los motivos por los que el estreno del film se ha ido retrasando son todo un misterio, pero este fin de semana llega por fin a las salas la biografía del que probablemente sea el cómico más famoso en la historia del cine en lengua hispana.
La película recrea la vida del actor desde sus inicios en el mundo de la farándula, actuando en las carpas de circo, hasta su posterior salto al cine protagonizando algunos cortometrajes, y presta especial atención a su lanzamiento internacional, cuando a mediados de los cincuenta, un excéntrico productor de Broadway llega a Los Ángeles con la pretensión de rodar una ambiciosa adaptación de La vuelta al mundo en 80 días, la novela de Julio Verne. Para entonces, Mario Moreno era un icono del cine mexicano y llevaba más de quince años interpretando al personaje de Cantinflas, pero su participación en el film (que dirigió Michael Anderson y ganó cinco Oscars) le reportaría un Globo de Oro como mejor actor.
Dado que la película se centra en la vida de un actor mexicano y que allí se estrenó de manera puntual, hemos optado por pulsar la opinión de diversos críticos del país centroamericano, donde podía ser motivo de controversia que fuera un intérprete español quien encarnara al famoso comediante nacional. “El hecho de que Óscar Jaenada la protagonizara primero generó expectativas y, una vez estrenada la película, muchas reacciones favorables”, explica Fernanda Solórzano, de Letras Libres. “Es verdad que se comentó el hecho de que fuera extranjero, pero no como algo desfavorable —o no al punto de convertirse en polémica o incomodidad general. En el círculo de la crítica, el consenso es que Jaenada fue lo mejor —o lo único destacable— de la cinta. Mi opinión personal es esa: su trabajo es brillante y creo que ningún mexicano había interpretado tan bien al personaje. También se comentó favorablemente el aspecto visual, entendido más como la creación de un universo ficticio que una aproximación realista. Fueron estos aspectos, los estéticos, los que más le valieron reconocimientos”. Y no fueron pocos: En los premios Ariel de ese año (el equivalente mexicano de los Óscars o de nuestros Goya), ganó los correspondientes a dirección de arte, vestuario y maquillaje, aunque Jaenada se volvió de vacío.
En ese sentido, el director Sebastián del Amo sí recuerda reacciones desfavorables a la elección del actor español. Entrevistado por Sergio Raúl López, de la revista Cine Toma, explicaba de este modo el proceso de casting. “Cuando el proyecto cayó en mis manos nos dimos a la tarea, nada fácil, de encontrar al protagonista. Empezamos a hacerle casting a varios actores mexicanos e incluso hubo amagos de acercarnos a actores muy conocidos. Estábamos en ese proceso cuando apareció Óscar Jaenada, y lo encomiable del caso es que realmente se ganó el papel. Primero nos mando unas fotos caracterizado de Cantinflas, y el parecido físico es realmente asombroso. Ya tenía esta inquietud muy grande y se agarró un avión, vino a México y, la verdad, hizo el mejor casting de todos, se ganó el papel a pulso por sus dotes actorales. Evidentemente, todos tuvimos la preocupación del acento, pero lo hizo muy bien y nos enamoró. Entonces el tema de su nacionalidad pasó a un segundo plano, asumimos la controversia como algo muy natural, pero nos sorprendieron las protestas, porque no las hubo ni cuando Antonio Banderas hizo a Pancho Villa, ni cuando Marlon Brando hizo a Emiliano Zapata o Alfred Molina a Diego Rivera”.
En contra de lo que anuncia su campaña promocional, Fernanda Solórzano afirma que “la película en sí no tuvo mucho impacto. La razón de esto es, creo, su propia naturaleza: más que una verdadera biografía, es un acercamiento superficial y complaciente a ciertos momentos de su vida. Esto a su vez se explica por el hecho de que fue una película respaldada por la familia de Mario Moreno, los únicos que podrían haber otorgado el derecho de usar ciertos materiales. Suele ser el problema de las biografías oficiales: dan una visión parcial. El asunto en el caso concreto de Cantinflas es que fue un hombre con lados problemáticos que valía la pena explorar: su relación con el PRI en tiempos especialmente oscuros del partido (la matanza de Tlatelolco, en 1968), un carácter que hacía muy difícil la relación con sus compañeros, un ego al parecer desmedido, una infidelidad compulsiva que dañó su matrimonio, la supuesta ‘compra’ de un bebé (su hijo Mario), y un largo etcétera. Nada de esto se toca en la película y aunque se alude a ciertas nubes negras en su carrera, se resuelven de la manera más ingenua posible. Pero el público no la condenó: rescató el aspecto nostálgico y no fue muy duro con la omisiones”.
En consonancia con esa visión del film, Sergio Raúl López comenta que “hay más preocupación por relatar el imparable ascenso del cómico de orígenes humildes y habla enrevesada que por explicar el proceso por el cual Mario Moreno Reyes se fue alejando a sí mismo, lo mismo que al personaje de Cantinflas, de los entornos barriales, de las zonas periféricas y del habla y las costumbres populares, para insertarse poco a poco en un discurso oficialista, plagado de moralejas y de códigos de buena conducta, muy a tono con los controles sociales del Estado, para acabar convertido, él mismo, en una institución respetable, lejos ya de la picaresca del peladito, del doble sentido de las clases bajas y de la sobrevivencia del día a día muy lejana de la legalidad. Y si bien la visión acrítica de la película se cuida de no abordar los aspectos más controversiales de Mario Moreno, como su corporativismo al pelear por la dirigencia de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) o que su cine fuera distribuido por Columbia Pictures –y no por Películas Nacionales−, un importante engrane para la vuelta de Hollywood en Latinoamérica, entre otros puntos críticos, resulta una colorida fábula triunfalista que retrata con nostalgia el sabor de aquella época en la que el cine mexicano conectaba de manera natural con su público”. Solórzano, por su parte, alude también al hecho de que la película fuera escogida por la Academia de Hollywood para representar a México en los Óscar. “La decisión fue criticada. Se consideró que no tenía el nivel para ser seleccionada y que había sido una elección basada en el hecho de que la película aludía el éxito de Cantinflas en Hollywood”.
Aunque en España también marcó a varias generaciones de espectadores, el impacto de Cantinflas en México fue de proporciones gigantescas. Según el escritor Pablo Mérida de San Román, “se ha dicho de él que su facilidad para la acrobacia le asemejaba con Buster Keaton, que su estilo genuino tenía muchos puntos de contacto con Harold Lloyd, y que su forma de tomar partido por los débiles frente a los poderosos, así como su aspecto desaliñado, le emparentaban con Charles Chaplin”. Titanes del cine mudo que se utilizan como comparación para destacar su capacidad física para la comedia, aunque su gran baza fue siempre el lenguaje, que utilizaba de un modo inimitable, a mitad de camino entre el trabalenguas y el absurdo, y que hacía imposible doblarlo a otro idioma. Resultó tan distintivo de su humor y su modo de interpretar como intraducible a mercados de otras lenguas.
Entre 1939 y 1970, Mario Moreno protagonizó una treintena de películas (la mayoría de ellas, dirigidas por Miguel M. Delgado) que consolidaron su fama cómica, y en las que fue modificando su imagen de manera sutil. En los primeros años, Cantinflas era un ‘pelado’, definido en palabras de Carlos Bonfil, escritor y crítico de La Jornada, como “un paria de la moral satisfecha, despojado de toda respetabilidad social y ubicado en los abismos del rencor de clase, en el territorio infrecuentable del mal gusto”. Sin embargo, con el paso de los años y el éxito creciente, sus personajes se fueron edulcorando hasta limar cualquier atisbo de incorrección política. Su capacidad para satisfacer a todos los públicos, unida a la habilidad de Posa Films, la productora de gran parte de sus películas, para que la oferta de títulos nunca superara la demanda (se estrenaba un film al año, salvo muy contadas excepciones), le permitió mantenerse en la cima a lo largo de tres décadas.
La opinión del productor Carlos Sosa resume los sentimientos encontrados que despierta el actor entre las generaciones más jóvenes. “A mí siempre me gustó mucho más el humor de Tin Tan. Era inevitable la comparación, y me identificaba más con él, quizá por sus tintes hippies psicodélicos o su corte rockero, frente a Cantinflas, que estuvo relacionado con líderes sindicales y se dice que hizo muchos desmanes. Pero no puedo evitar que películas como El barrendero (Miguel M. Delgado, 1982), Ahí está el detalle (Juan Bustillo Oro, 1940) o, por supuesto, La vuelta al mundo en 80 días, entre muchas otras, hayan significado algo en mi vida. En mi casa se veían sus películas desde chiquito, a mi madre y a mi padre le encantaba, como a todos los mexicanos, crecimos con él. Acabo de producir la película El gran Fellove (Matt Dillon, 2016), sobre el veterano músico cubano, al que localizamos en un asilo de ancianos que se llama ‘La Casa del Actor Mario Moreno Cantinflas’. Es una residencia donde los actores que acaban sin dinero y sin familia pasan los últimos años de su vida, y se fundó a partir de que Cantinflas se encontró por la calle a dos actrices en la miseria y decidió crear una institución para que los artistas en sus condiciones pudieran acabar su vida decentemente. Y más allá de mi gusto por el actor, que no me representa, en nuestro país, en un sentido social, el legado de Cantinflas alcanza al punto de que hayamos creado el verbo cantinflear, inexistente en el Diccionario de la RAE, que no sé si es lo que cabo de hacer ahora, porque consiste en hablar mucho y no decir nada”.
Probablemente, cada mexicano tiene su propia anécdota personal relacionada con Cantinflas, lo cual da una idea de la dimensión de su figura en el país. Nada mejor que cerrar estas líneas con la que rememora Lola Díaz-González, directora de La Casa del Cine en Ciudad de México: “Mi mamá es michoacana, así que cada vez que había vacaciones, fueran de verano, Semana Santa o Navidad, íbamos a visitar a sus papás al pueblo de Maravatío. Cuando era muy chica recuerdo esos viajes larguísimos, de cuatro o cinco horas, en los que mis hermanos y yo jugábamos a adivinar de qué color veríamos más autos durante el viaje y luego contarlos para saber quién había ganado o, ya más grandecita, me entretenía contando y sumando los números de las placas de los autos; también cantábamos, jugábamos basta y adivinanzas, no crean que todo era sumar. Después de esas largas horas en auto siempre fue un alivio llegar a la casa de los abuelos y visitar el pequeño granero que tenían en la parte de atrás, saludar a los cerdos, pollos, borregos y conejos, era nuestro ritual. Luego, poco a poco, mientras avanzaban las vacaciones, nos despedíamos de cada uno de los amigos animales mientras mi abuelo los iba matando para hacer los festines de comida a los que siempre nos acostumbró. Papá For, como yo le decía a mi abuelo, era un hombre duro, serio, enojón, con una disciplina que me daba miedo, pero que siempre gozó compartiendo la comida y la bebida con todos los que llegaban a su casa, ese era su ritual. Recuerdo las grandes comilonas: carnitas, barbacoa, mixiotes de conejo, carne asada, todo esos animalitos criados, alimentados, matados y preparados por él. Mi abuelo trabajó mucho tiempo en un banco y cuando se jubiló montó una tienda de abarrotes, él no podía dejar de trabajar y estar activo. Así que cada sábado, al final del día y de la jornada laboral, se sentaba en la sala a ver una de las películas de Cantinflas que daba el canal 2. Obviamente, sus nietos y algunos de sus hijos nos acomodábamos a su alrededor, a ver disfrutar al abuelo y a gozar con él, así pasamos muchas noches viendo a Cantinflas como padrecito, patrullero, doctor, conserje, portero, profesor de escuela, bolero y ¡hasta como mosquetero!, lo vimos pasar de pequeños papeles a ser el principal, del blanco y negro al color. Alguna navidad le regalamos a mi abuelo varios paquetes de DVD con lo mejor de Cantinflas, para él pudiera verlas a su antojo. Su formar de hablar, el cantinflear, era lo que más le gustaba a mi abuelo, ése decir mucho sin decir nada, su léxico y la rapidez con la que hablaba, sus palabras, algunas inventadas, algunas reales, ‘ahí está el detalle’ decía mi abuelo, parafraseando al propio Cantinflas. Hace un rato escribí ‘Cantinflas’ en el buscador de Google y me enteré de que su nombre real era Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes. Al leerlo, una sonrisa llegó a mi cara: Fortino, igual que mi abuelo. Ahora se leen y se saben muchas cosas sobre Mario Moreno y no sé si darle mucha importancia a todo eso, para mí siempre será Cantinflas, el favorito de mi Papá For”.