El valenciano Alberto Vivó y su compañero Alan Arias triunfan en el CIM de Sueca con su comedia gamberra 'Villorrio del Caudillo', que homenajea a Tarantino y ya se pudo ver en Sitges
VALENCIA. La película de mierda más grande del año es española, valenciana por más señas. La realizaron un valenciano, Alberto Vivó, y su amigo Alan Arias, nacido en Barcelona, criado en Madrid, adolescente en Valencia y ahora residente en Barcelona. Se titula Villorrio del Caudillo, Paletos y Cuchillos y se ha alzado por votación popular con el Suecan Horrorous Incoming Trophy (SHIT, o sea, ‘mierda’) al mejor largometraje en el Festival de Cine de Mierda de Sueca.
No es realmente un largometraje infecto. Es más, es entretenido. Divertido. Hilarante. Está repleto de referencias cinéfilas contemporáneas que van desde Wes Craven y su Las colinas tienen ojos hasta otras mucho más evidentes como Reservoir Dogs y Kill Bill de Quentin Tarantino. Concebida como una especie de homenaje al cine gore,Villorrio del Cuchillo comienza con una presentación en la que se describe la vida en un supuesto pueblo idílico de montaña.
Hasta allí llegan un grupo de atracadores liderados por un tuerto con parche (homenaje a Nick Fury) tras un golpe fallido. En Villorrio del Caudillo descubren algo maravilloso, un auténtico Macguffin, con el que esperan dar su último gran golpe. Pero todo sale mal y nada es como esperaban. Sangre, violencia, muertes, dolor, todo sazonado con breves insertos de dibujos animados, dan forma a una producción que tiene derecho a plantarle cara a clásicos del cine cutre punki como Kung Fury.
Con sus 77 minutos de duración, Villorrio del Caudillo se encuentra disponible en la Red desde el pasado 2 de junio tras haber recorrido todos los festivales posibles y haber sido incluso seleccionada para el Festival de Sitges, donde fue proyectada en la sección Brigadoon. Con 12.000 euros de presupuesto, religiosamente reunidos tras crowdfunding,la película ha tenido una larguísima post producción de tres años, ya que fue rodada en 2011 y estrenada en 2014.
Arias y Vivó convencieron a amigos y allegados para aislarse con ellos durante 15 días en una masía en Cataluña, lejos del mundanal ruido, y con su estrambótico y divertido guión como mapa filmaron el grueso de un largometraje que posteriormente, reconoce Vivó, ha tenido un largo proceso de montaje.
Sin sexo, “simplemente no teníamos mucho dinero y además no lo veíamos conveniente”, la película empero tiene suficientes momentos salvajes e hiperviolentos como para ser considerada para adultos. Giros irónicos, macabros, su producción combina toda clase de alusiones cinéfilas, entre las cuales se encuentran también autores como Luis García Berlanga y su inevitable Bienvenido, Míster Marshall.
Rodada buena parte de ella de noche, con el riesgo que ello conlleva, la película acude a los dibujos animados en los momentos más costosos de producción o los más sanguinolentos, con un resultado más que apreciable y simpático, que dota al conjunto de una prestancia mayor de la que cabría presuponer.
A Vivó le ha hecho especial ilusión el premio recibido en Sueca ya que cree que “va muy bien con lo que es la película”. Y recuerda que en su caso, aunque se trate de una producción de bajo presupuesto, argumento gamberro y planteamiento irrespetuoso, no se trata de cine “malo”. Es así porque han querido que fuera así. Frente a ellos tenían otros 17 largometrajes que conformaron la sección oficial de la cuarta edición del Cinema internacional de Merda de Sueca, nombre del certamen cuyo acrónimo CIM, cima en catalán, representa según la organización, “la cumbre del estercolero que forman las obras más maltratadas por el establishment”.
Tras el festival se encuentra la Asociación Cultural por la Segunda Ley de la Termodinámica, que toma su nombre de un principio de la Física que se suele emplear para explicar el fin del universo; así que poca broma. La intención del CIM es dar cancha al audiovisual de bajo presupuesto, independiente y no comercial, y pone especial interés en géneros como la serie B, la serie Z, el trash, el gore y el underground. O sea, el festival perfecto para una joya de culto como merece ser Villorrio del Caudillo en la que ocurre todo lo que tiene que ocurrir.
Convertido en un oasis para este tipo de cine estrambótico y divertido, el festival año tras año crece en repercusión. En este curso más de un millar de espectadores pasaron por las butacas del centro Bernat i Baldoví entre el 21 y el 27 de septiembre, donde se proyectaron 86 películas. Además de los 18 largometrajes se exhibieron 68 cortometrajes.
Sus ganadores no son todos cineastas encantados de formar parte de la contracultura, sino que acceden a ella como respuesta a la carencia de medios. En este sentido Vivó admite que su intención es algún día poder realizar un cine más convencional, si bien no oculta que para él la vivencia que ha supuesto este largometraje no sólo le ha satisfecho personalmente sino que la enriquecido. “Ha estado muy bien y creo que fue una gran experiencia”, comentaba este martes al poco de conocer la noticia de que había sido galaronado.
Como premio, Arias y Vivó recibirán 300 euros, una cifra similar a la que obtendrá otro nombre propio del certamen, un auténtico maestro en esto del cine de mierda como es Guillaume Rieu. El galo ha visto como su cortometraje Tarim le Brave contre les Mille et Un Effets, a la altura de las películas más famosas del malogrado cineasta Juan Piquer Simón (1935-2011), era reconocido como el mejor de todos los presentes en la localidad valenciana. Se trata de su segunda pica en el CIM de Sueca, ya que ya ganó con otro corto en 2013, y convierte a Rieu en un pequeño mito del cine basura.
La fiabilidad de las valoraciones del CIM viene dada por su propia dinámica. Los premios los otorga el público a través de sus votaciones, puntuando cada película del 1 al 5. El festival premia las cintas con la media más alta, pero también las que han sacado peor puntuación. En este caso el premio Omega de largometraje a la peor de las peores, dotado con 150 euros, ha sido para la película argentina Comandos Indestructibles de Carlos de la Fuente, una joya del cine caspa que ha alcanzado las más altas cotas de la miseria. En cuanto a los cortometrajes, el film con la media más baja ha sido Masters of Zruspas del vasco Jorge Jarel Sanjurjo.
El palmarés se completa con el premio Flash, que se da a la pieza de menos de tres minutos con la media más alta, y que recayó en Zombie Pony del argentino Juan Cruz Llobera Bevilaqua; el premio JJS a los efectos especiales más especiales, que este año ha sido para el largometraje norteamericano The Amazing Bulk de Lewis Schoenbrun; el galardón ROIN (Reward of Indomitable Nature, o ‘malo’ en catalán) a la pieza de espíritu más indómito, que fue para el largometraje Gun Caliber que dirige y protagoniza el cineasta japonés Bueno (no es coña, es su nombre); y, por último, el premio Terreta, a la mejor obra en valenciano, que este año ha quedado desierto. Con todo, el audiovisual valenciano puede sentirse satisfecho: el premio grande fue para una película producida y dirigida por dos valencianos. Marx, Groucho, estaría orgulloso.