MTV España vuelve a autolimitarse primando la recreación visual de su versión americana con una apuesta carente de talento
VALENCIA. Desde la antigüedad hasta nuestros días, pocos caballos de Troya han sido más efectivos en las operaciones de conquista que MTV. Cuando el 1 de agosto de 1981 emitió su primer vídeo, el premonitorio Video Killed the Radio Star (The Buggles), no muchos podían imaginar cómo aquel canal por cable iba a ejercer de homogenizador para Occidente. La música, la moda, el predominio de la imagen sobre la palabra y, en definitiva, la cultura, iniciaban una escalada de influencia social con consecuencias insospechables. Así, mucho antes de que las aerolíneas low cost cambiaran el tránsito intestinal del mundo, MTV aceleraba la colonización de las empresas estadounidenses –vía product placement e industrias del cine y la música- en el final de un proceso globalizador sin retorno.
La cadena desparramó su identidad en todo tipo de subproductos a lo largo de los 90. Más canales por cable, revistas por medio mundo y, finalmente, el contubernio digital. Esta última realidad -todas comerciales- llegó azarosa, muy a pesar de la industria musical que hasta entonces le había dado todo. Supeditada a su ritmo, MTV propició cierto apalancamiento hasta el deterioro final del sistema discográfico. Y, justo en esas, de manera simultánea al efecto Napster, llegó a España, ocho años después de haber iniciado emisiones propias en Japón o cinco más tarde que su asedio chino. Su modelo: replicar los contenidos con tal fidelidad que ya era fácil advertir cómo la música de tendencias sajonas se colaba con mayor facilidad en sus programas. Las ideas propias, en caso de que las hubiere, parecían encontrar mejor lugar en la cómoda competencia de 40Latino.
16 años después, tras un limitado periplo con licencia en abierto vía TDT, la cadena no ha cambiado su amplitud de miras. Ha realizado una frustrante analogía entre la familia de Ozzy Osbourne y la corte que rodea a Alaska y Mario, ha replicado el nadismo y el nudismo de Jersey Shore en Gandia y, finalmente, ha optado por españolizar uno de sus programas de mayor audiencia, Ridiculouness, con consecuencias similares. El proyecto, como alguno de los anteriores, tiene sus propias sedes en Europa, pero la que ellos llaman made in Spain lleva seis capítulos por lo que ya podemos advertir de cuántos pies cojea.
La fórmula, muy clara: cero riesgos, tal y como describió la directora del canal en España, Laura Abril, a El País: "El formato funciona tal cual. Tocarlo sería arriesgado. La filosofía del programa permanece intacta, aunque pensamos que el atractivo añadido son esos golpes de humor locales que tiene". Y al mando de los golpes de humor, un elenco conformado por un actor en estado de emergencia (Luis Fernández), una starlet de los realities españoles (Corina Randazzo) y -caso aparte- uno de los miembros de la formación de hip hop Solo los solo (Mbaka Oko). Inversión, la mínima.
La réplica es tan lesiva para el respeto a la audiencia local que Fernández parece haber recibido en un container la ropa usada por Rob Dyrdek (el presentador del programa original) en alguna de sus ya siete temporadas de emisión. Más políticamente incorrecto puede llegar a ser comentar que, como alternativa a Steelo Brim y Chanel West Coast, todo lo que MTV España ha querido rastrear llega hasta que haya un varón negro y una mujer rubia en su lugar. Y de lo que pudieran aportar, sus seis primeros episodios ya han demostrado todas sus limitaciones. En definitiva, que si alguno de los capos de MTV Europa o Estados Unidos ve el programa, aprovechando que con cierta probabilidad no entenderán el idioma, verán exactamente el mismo programa... pero sin la menor posibilidad de aprovechar el formato original para crear un programa capaz de llegar a más audiencia, autolimitándose, acomplejado por naturaleza.
La idea por parte de estos operadores sigue siendo -tantos años después- no entender que, tal y como hizo su 'rival' Paramount Comedy (ahora Comedy Central), los productos memorables son aquellos que exploran la autenticidad a partir de las raíces. Aquellos que, conscientes del impacto de un formato que profundiza en un estímulo global (en este caso los virales de mamporros y accidentes, nada que no funcionara en los 90 con Vídeos de Primera o Impacto TV), es capaz de agrandarlo a partir de una voz propia. Y lo demostró Paramount creando de la nada una generación absoluta de influencia con La Hora Chanante o Smonka, con las mismas libertades hacia el absurdo que en Estados Unidos, pero chupando de las raíces capaces de propagarse en distintos sustratos (léase targets). ¿Es posible que con semejantes ejemplos, con los recursos de los que disponen, la profundidad de campo sea mantenerse como una alternativa marginal a los canales generalistas? Pues estas seguimos.