En este peculiar mes de marzo sin Fallas, se cumplen veinte años de la irrupción de una artista fallera transgénero en la plástica de los ninots, con una propuesta cargada de una crítica mordaz y sexualizada. Despuntó con polémica mediática incluida y sufrió la censura de su obra. La artista tuvo que retener la falla en el taller bajo presión de intervención policial. Su Rita con plátano podría haber sido una pieza casi convencional en una feria de arte contemporáneo, pero el colectivo fallero no estuvo preparado para ese salto de discurso y destrozó su ninot. Décadas más tarde la estética y la crítica fallera se abre a la tolerancia y muchas fallas muestran alegorías a la diversidad.
VALÈNCIA. Puede parecer un relato de la etapa franquista, pero sucedió en 2001. La artista Manuela Trasobares (Figueres, 1962) había sido contratada para plantar por primera vez una falla en València. El boceto gustó mucho a la comisión de Huerto de San Valero-Avenida de la Plata. Unas formas voluptuosas y sexuales, de anatomías prominentes, danzaban entre frutas y maracas; un tema carnavalesco casi canónico en la plástica fallera. De València a Brasil només hi ha un fil era su primer proyecto fallero, que mostraba una alegoría al placer y caricaturas festivas en torno a las libertades sexuales. Conforme empezó a ver la luz, la falla derivó en algo mucho más histriónico y sexual: una orgía plástica con penetraciones, frutas fálicas y un ninot de Rita Barberá que posaba totalmente desnuda con un plátano entre sus piernas como pieza representativa para la exposición del ninot.
El trasobarismo, su acción reivindicativa, ya se había presentado al público valenciano mediante una aparición en 1997 en el programa de televisión, Calle vosté, parle vosté, de Canal Nou, donde Manuela protagonizó una catarsis sin filtros en defensa de su propia lucha, de su identidad y —por extensión— de todas las personas trans. Ocurría en un momento en el que la sociedad estaba menos habituada a aceptar su reasignación de género. La llegada de su discurso al mundo de las fallas iba a significar una polémica a hechos consumados, porque su defensa hacia sus propios principios y hacia el colectivo LGTBIQ era infranqueable en su trayectoria creativa, incluso en la etapa más difícil, previa a la democracia. Habla también su condición como militante y portavoz de un partido republicano, que incluso recibió el encargo de realizar un busto de Azaña para el Congreso de los Diputados, cuyo paradero definitivo fue ocultado.
Pero su primera lucha contra la censura fue por un ninot de falla. Sufrió la censura de los propios falleros, que lo abandonaron junto a un contenedor de basura tras negarse a llevarlo a la exposición del ninot como representación de la falla. Diversas fuentes aseguraron entonces que fue la Junta Central Fallera quien desautorizó la pieza y lo comunicó así a la comisión, por ser “de mal gusto”. El resto de la falla quedó retenida en el taller, bajo amenaza de represalias por parte de la comisión. Ella y sus ninots quedaron secuestrados y la libertad artística surgió a debate en el mundo fallero.
La fractura entre el discurso de libertad de expresión, la sátira fallera más ácida y el descontento del colectivo se vio convertido en titulares de prensa a nivel estatal. En València se hablaba más de la falla sexual de Manuela Trasobares que de los premios concedidos a fallas tradicionales. La artista fallera cumplió su cometido: provocar y meter el dedo en la llaga a una fiesta popular que decidió enarbolar la censura. Ella misma lo justificaba explicando que entre artistas falleros “existe autocensura por miedo a la verdadera censura, y acaban eludiendo los temas más delicados”.
Manuela Trasobares plasmó sin tapujos un tema que era comidilla de la ciudadanía en aquella época, y pretendió una caricatura a Rita Barberá a través de un outing, una sátira sobre su doble moral con respecto a la orientación sexual. Algo que no se aceptó por transgredir las líneas de corrección política que marcaron las fallas desde su etapa franquista. “La censura propiamente dicha se ejerce a través de la concesión de premios; son fundamentales para la economía del artista y de la comisión fallera. El sistema es claro: la falla que pone a parir a los políticos del Ayuntamiento, como sería lo normal en la fiesta fallera, se queda sin premio”, explicaba Trasobares sobre la lección que aprendió de aventura iniciática en las Fallas.
La Rita con plátano fue destruida y nunca llegó a exhibirse en la exposición para optar al indulto. Años más tarde, para una galería de arte, la artista la reconstruyó y la volvió a mostrar al público. Mientras tanto, siguió plantando monumentos adultos e infantiles para comisiones como Plaza de España, Joaquín Costa-Burriana, o la Plaza de Les Dies (Carcaixent). Pero no nunca suavizó su tono reivindicativo. Sus ninots mostraban una vehemencia inaudita en aquel momento; las fallas volvían a ser como en su origen: antisistema, incorrectas, trastocando las invisibles franjas del decoro cuando la realidad está corrompida. Se apartó de las fallas y siguió creando. Pero incluso instituciones como el Espai d’Art Contemporani de Castelló también suprimieron piezas que desnudaban a la virgen María y a Cristo, al dictador Franco, o interpretaban a La Pietà.
En un momento como el actual, que arroja titulares sobre fascismo y libertad, en un tiempo en el que los eslóganes políticos han echado perder el significado de las palabras, Manuela Trasobares sin duda se mostraría del lado de la libertad. Libertad de expresión y libertad plástica, que llevó a los escenarios con un espectáculo donde hacía referencia a esa experiencia fallera, Trasobarismo en estado puro. “La Junta Central Fallera fue culpable de no custodiar la obra que se depositó en sus locales, en todo caso debían haberme solicitado su retirada si no querían admitirla; pero presionar a los falleros para que la destruyeran en el propio recinto fue una salvajada, un delito, una barbaridad propia de fascistas”, explicaba Manuela.
Hoy, artistas comprometidos con la causa ayudan a propiciar una nueva retórica en el lenguaje fallero sobre identidades sexuales. Parece que se está produciendo un fenómeno acelerado de reversión de la burla hacia la alegoría. Hace unas décadas, el ninot del travesti solo era una parodia de una erótica engañosa; donde los moldes representaban anatomías femeninas con paquete, un humor bròfec con resultado notablemente tránsfobo, pero hoy se ha producido un cambio de tornas. De forma radical, la mayoría de monumentos falleros muestran la diversidad sexual de forma normaliza, e incluso muchos de ellos optan al Premio Arcoiris del colectivo LAMBDA, que precisamente premia la visibilidad en los ninots del respeto y tolerancia hacia la orientación e identidad sexual.
En la última década se han visto fallas tanto grandes como infantiles que manifiestan una reivindicación, e incluso hacen una defensa de sexualidades disidentes, a través de referentes del colectivo. Es el caso de Víctor Valero, uno de los primeros artistas en tratar temas queer desde fallas infantiles, como demostró en la comisión Alta-Santo Tomás en 2018, lanzando un mensaje de reacción ante el autobús tránsfobo de Hazteoír. Hizo realidad un proyecto que previamente había presentado a la falla municipal y fue descartado. Su propuesta visibilizaba a niños y niñas trans y cuestionaba la marginación que sufren las personas cuando muestran cualquier distancia respecto a los roles de género que establece la sociedad. Esa iniciativa, bien aceptada por las fallas, en cambio sufrió la agresión de unos vándalos, que destrozaron algunos de sus ninots.
En la misma línea, Ricard Balanzá ha creado fallas infantiles que suponen una apertura hacia la educación sexual en niños y niñas, eliminando ciertos códigos de género que los adultos inculcan. En 2019 plantó una falla para el barrio de La Punta que hablaba de esa diversidad; el momento en el que el color y la anatomía no condicionan la sexualidad ni el género de una persona. De la misma manera, ya en fallas grandes, la falla de Carlos Corredera y Latorre & Sanz para la falla Na Jordana en 2015 mostraban en una de sus escenas principales un quiebro del género de dos ninots que exaltaban el matrimonio igualitario.
Anna Ruiz es otra artista que destaca por una larga trayectoria sobre fallas que suponen un golpe de efecto para mostrar la diversidad sexual desde el arte, y en diferentes trabajos trastoca los estereotipos impuestos. Es el caso de la falla El Banquete, una falla para Mossén Sorell-Corona en 2011, donde representó una fiesta erótica de humanoides de género no binario. Posteriormente, en la falla D’amors para Lepanto-Guillem de Castro (2017) mostró un enorme muro que dejaba ver a través de ventanas planos cerrados de cuerpos desnudos que se correspondían a diferentes personas, incluyendo a persons trans, mujeres y hombres, en un conjunto que cuestionaba las atribuciones de órganos genitales para definir a una persona. En definitiva, son ejemplos de cómo ha evolucionado el retrato de las personas trans desde estética fallera en cuestión de dos décadas.