VALÈNCIA. Ni siquiera leyendo los Diarios indios de Ginsberg puede uno imaginar la magnitud que tal experiencia -la visita a India en los años 1962 y 1963- debió provocar en el escritor que, junto a Jack Kerouac y William S. Burroughs crearon el trío fundacional de la llamada Generación Beat. De aquel viaje surgieron los libros que componen los Diarios indios (publicados en la editorial Escalera en 2013), una anotación pormenorizada pero delirante de un viaje que Ginsberg realizó en trenes tercermundistas, en paseos entre lodo y calles abarrotadas.
Antes de viajar a la India, Ginsberg soñó con el país; así lo anotó en su cuaderno:
7 de noviembre de 1961
"Sueño, tras una semana de infelicidad y un humor que me llega por Barco a la Costa mientras paseo por el amplio boulevard junto al mar, calle de Lucknow Chickens en INDIA – primer sueño de la India – (…) – Me pregunto la ciudad en la que estoy, me hallo deliciosamente feliz, ésta es mi tierra prometida (escribo esto desde la tierra prometida) – (…) Despierto – Mañana en Haifa, me duele el culo por no sé qué colitis, gonorrea o amebas – luz del alba – hora de levantarme, 6:45 – luz para escribir esta profecía."
Ginsberg viajó a la India con Peter Orlovski, el que fuera su pareja sentimental durante más de 30 años. Durante alguna parte de ese viaje les acompañaron los poetas Gary Snyder y Joanne Kyger. Los cuatro se perdieron por un país tan exótico como espiritual y mágico. Se trataba de un viaje iniciático que comenzó en Benarés donde contempló sus conocidos ritos funerarios que tanto impresionaron al poeta. Sus calles, repletas de personajes insólitos cuya adicción a las drogas fue absoluta, se reflejaba así en los diarios de Ginsberg:
19 de marzo de 1962, 3:30 AM – La cadera izquierda
"Visita al Delhi O Den – El típico callejón con su palanquín destartalado improvisado con un charpoy callejero (catre de mimbre con estructura de madera) cubierto por un mini toldo de cuyos faldo- nes asoma un tipo enjuto esperando el regreso de dos enormes eunucos travestidos con harapos rojos y siseantes velos que se alzan para comprar una cucharada (…)"
Uno puede imaginarse a Ginsberg y a sus acompañantes deambulando por esas calles sucias con una atmósfera mórbida en el ambiente, descubriendo personajes como el que aquí se descubre:
"El fumador yace sobre la cadera izquierda, relajado y cómodo en su esterilla de arpillera, unos cuantos indios enganchados aguardan expectantes, con la cabeza apoyada en un ladrillo amortajado – sin hacer otra cosa que tumbarse, mantener, succionar y pasar la pipa cuando llega de la mano diestra del cocinero (…)"
Lo que fumó no es otra cosa que opio, una solución semilíquida que se coloca en una probeta de cristal marrón, calentada al fuego y vertida en una cuchara. Ese ritual indio “de sueños en espiral” se convirtió en una adicción absoluta, en una forma de vida. Ginsberg acostumbraba a fumar opio desde medianoche hasta las tres de la madrugada. Después de dormía y nada más despertarse, anotaba lo recordado en su cuaderno. Es por ello que estos diarios están repletos de fragmentos delirantes, separados por guiones que actúan como elementos copulativos.
"La Leche del Paraíso a la que apelaba Coleridge en su descripción del microcosmos de los organismos pensantes en estado hipnótico – un prolongado y delicioso placer – distinto de una pipa de O, o un chute de H (heroína) o M (mor na) – Una constancia garantizada de la imaginación y el descanso (...)"
En muchas de las entradas aparece Orlovski y Ginsberg se queja a menudo de cómo desbarata sus planes de viaje a causa del consumo excesivo de morfina. Sin embargo, el suyo fue un amor largo y firme:
"(…) En cuanto al amor y al sexo, no sabría decir, Peter duerme de lado en la cama de al lado, incluso siéndole el no sería yo más que una paupérrima compañía para su belleza ancestral."
El poeta beatnik, sin embargo, parece que le va la vida en este viaje, que existe una firme convicción en que todo cambie en su interior. Y ahí, la religión juega un papel fundamental:
"Todos esos santos como Shivananda me ofrecen rupias y libros de yoga aun cuando no valgo para nada. Mi pelo va creciendo, visto con nos camisones de seda, inútiles para perfeccionar mi conciencia. El vicio de fumar, el peor de los karmas por superar."
La India que Ginsberg camina es abierta y viva. A ese viaje le acompañan todos los artistas que ha leído y a los que recurre en determinados pasajes: Whitman, Stein, Shivanada, Rembrandt, Cézanne, Pound y tantos otros. Se aficiona a disciplinas como el yoga de la que dice que “sirve para sentar a una entidad en el suelo y lograr que espere”.
Viajar a la India con los diarios de Ginsberg es una experiencia única y psicotrópica. Uno no necesita más drogas que las del propio libro que se va oscureciendo conforme llega a su final: “Acomplejado, no tengo dónde ir. Quizás sea mejor dejarlo es- tar. Seguir viajando y morir tal como soy (o seré) cuando llegue el momento”. Ginsberg creyó que en la India encontraría esa alma que había perdido. Había recurrido antes a. budismo tibetano, el Tato y los libros sagrados indios. Ninguno le había ayudado de un modo tan radical como lo hizo este viaje. Allí no dejaría de escribir, ni diarios, ni poemas tan hermosos y heridos como este:
Anotado al borde de un plano de Bombay
"Deja de intentar no morir
Vuela adonde puedas volar
¿Qué quieres saber de tu madre?
Lo que sea si te pone hasta arriba
Cómete una naranja con el ojo
Todo filme que veas será bueno como cualquier otro
Es cosa tuya lo que compres
Fotos postales pastel de manzana
Ni tanto molestan
Cabeza abajo surcan los pájaros el cielo"