Aunque el humor británico se considera la panacea, no es tan frecuente que lleguen a nuestras plataformas todas sus comedias. El trabajo de David Mitchell y su compañero Robert Webb es célebre por lo descacharrante que es, hasta el punto de que en Inglaterra hay gente que se tatúa sus frases, y también porque es prácticamente inédito en España, donde no se les conoce. El último estreno Ludwig, sigue la estela de personajes egoístas y cobardes, pero con encanto, y veremos si llega aquí
VALÈNCIA. David Mitchell me ha hecho reír tanto que cada cosa que hace me la veo inmisericordemente. A veces he pinchado hueso, como con Ambassadors, que no me hizo ni sonreír, pero el recuerdo de Peep Show es eterno. No sé si es la mejor comedia televisiva de todos los tiempos, pero sí que firmaría con sangre que mi generación, la X, no ha tenido una mejor. No por casualidad, estaba Jesse Armstrong, creador de Succession, en los guiones, y tenía como objetivo hacer algo en la línea de Odio, el cómic de Peter Bagge, posiblemente también el mejor de nuestra generación.
Mitchell y su compañero Robert Webb, aparte de Peep Show, estuvieron años haciendo sketches en That Mitchell And Webb Look, y lo último que hicieron juntos fue Back, una serie donde se explotaban las virtudes de su sentido del humor, gusto por la vergüenza ajena, el ridículo, el bochorno y el patetismo, en fin, al vida moderna.
Pero ahora en Ludwig tenemos a Mitchell en solitario o, mejor dicho, por duplicado. El argumento trata de un hermano gemelo en busca de su par y, entretanto, como es obligación en la producción audiovisual contemporánea, resuelve crímenes. Se conoce que si no hay crímenes, el público sale aullando en pijama de sus casas, se crea el caos y la anarquía y colapsa la civilización occidental. Hay que llenar todas las series de crímenes, es un bien social.
Ciertamente, el argumento de Ludwig es algo barroco. De hecho, se basa en un personaje aficionado a resolver acertijos o desafíos mentales. Es un hombre huraño, con sus TOC, que vive solo y no sale de casa prácticamente. De repente, su hermano, detective de la policía, desaparece y deja una compleja fórmula matemática donde se explica su paradero. Su hermano, el protagonista, picado por resolver el acertijo, se engancha y no puede dejarlo, y para ello se hará pasar por él.
El humor está en el equívoco, en lugar de un policía convencional, tenemos a un experto matemático que resuelve los casos en un periquete empleando lógica proposicional o una capacidad descomunal para localizar detalles ilógicos en cualquier cosa. Así, en cada capítulo, el enigma de cada crimen que afrontan se entrelaza con el enigma que motiva la serie, la desaparición del hermano. Tiene mucho de juego.
El personaje protagonista no deja de ser un Sheldon a la británica y la comedia es tendente a dramática, con un formato similar al de Slow Horses, que causó sensación en esta casa. Al igual que en esta serie con Gary Oldman, para sostener un argumento disparatado, hace falta un actor que fuerce su personaje, que lo lleve un poco más lejos, pero que se pueda pactar con él la caricatura, y eso lo hace Mitchell a la perfección. De hecho, lo de un equipo variopinto, con habilidades a veces algo dudosas, dirigido por alguien disfuncional y extremadamente inteligente se parece bastante al planteamiento de Slow Horses.
Es gracioso cómo Mitchell se mete en el papel, un personaje tirando a detestable que lleva interpretando toda su vida y al que se le acaba queriendo como a un osito de peluche. Él mismo lo reconoce, sin perder el humor, cuando dice que “ser anticuado” era divertido cuando tenía treinta años, pero que ahora no tiene elección. Desde el inolvidable Mark Corrigan de Peep Show a este John Taylor, siempre encarna a amantes de la Historia y la cultura solitarios y con pocas habilidades sociales:
“Nunca he interpretado a nadie cuya descripción sea halagadora, si eso me permite seguir trabajando, me conformo con interpretar a personas que son seres humanos ideales. Comparto muchos de sus instintos, sobre todo esa actitud tímida y reacia a afrontar los riesgos de la vida, eso es totalmente mío, excepto por la rareza de haber elegido una carrera en el mundo del espectáculo, lo cual es bastante irónico y soy consciente de ello", dijo en The Times.
La verdad es que ese perfil de personaje, egoísta y cobarde, es muy gracioso y da pie a muchos chistes, pero tiene algo más. Todos llevamos dentro a un Mitchell. Es propio de los tiempos modernos ser cada vez más rata, mezquino y calculador, pero sobre todo pusilánime. Por eso no es difícil identificarse, aunque sea íntimamente, con muchas de las facetas de personalidad de individuos de esa ralea que despliega. De hecho, diría que el secreto del éxito de Peep Show, de que sea una serie de la que la gente se tatúa líneas enteras del guión, estaba en ese detalle, en sentirte reflejado en esos dos maulas por A o por B.
Lo que sí que cuesta más entender es que las series que ha protagonizado este dúo cómico hayan tenido tan poco predicamento en España. Se trata de una de las mejores comedias de la historia de la televisión y no está en ninguna plataforma. Tampoco pasaron por aquí los programas de humor que protagonizaron ni las últimas, como Back. Son fenómenos incomprensibles. Y eso que ahora se han sumado al tsunami de los crímenes. A ver si así.