En la nueva novela del autor de 'El castillo', el señorío cristiano de Albarracín es el escenario de unos horribles crímenes que se ceban con los herméticos miembros de los gremios
VALENCIA. “Juego de Tronos se ha construido a partir de muchos sucesos históricos. El muro no es otra cosa que una versión del muro de Adriano, los cambios en el trono se inspiran en la guerra de las Dos Rosas que enfrentó a la Casa de York contra la Casa de Lancaster -Lancaster, Lannister- por el trono de Inglaterra, las hordas nómadas que llegan a caballo muy ligeras, los dothraki, son Genghis Khan y los hunos -Khan, Khal, máximo gobernante en mongol y líder en dothraki respectivamente-”. Luis Zueco (Borja, Zaragoza, 1979), sabe perfectamente de lo que habla cuando establece esta relación. Novelista, historiador, investigador y fotógrafo, además de ingeniero industrial, licenciado en Historia y máster en Investigación Artística e Histórica, tiene tantos títulos junto a su nombre como la madre de dragones de la ficción de George R. R. Martin, y también dirige una fortaleza. En concreto, el Castillo de Grisel, del que es director. En esta ocasión, Zueco vuelve a las estanterías de las librerías justo antes de Navidad con la continuación de la trilogía medieval que inició con El castillo. En su nueva obra nos desplazaremos hasta una ciudad, Albarracín, en su momento de máximo esplendor y riesgo como señorío independiente cristiano deseado por poderosas potencias en disputa.
“Se encontraba protegida por altas y agrestes montañas, en lo más profundo de un valle horadado por el curso de un río que se alimentaba de las abundantes nieves del invierno. Tan solo se podía acceder hasta ella por un estrecho desfiladero que conducía hasta sus murallas, impregnadas del color rojizo proveniente de la peculiar piedra que se extraía de su sierra, rodeada de altos cerros coronados por castillos y torres que, desafiantes, la defendían contra los numerosos enemigos que ansiaban poseerla”. Así comienza La ciudad. Con esta bella descripción, digna de las mejores historias épicas, atravesamos los muros de la localidad en la que habitaremos durante quinientas páginas de misterio, intriga y acción. Allí seremos testigos primero de unos espantosos asesinatos: un curtidor desollado vivo en su propia tenería, un panadero quemado, también vivo, en el interior de su horno, un carpintero torturado y crucificado bocabajo en su carpintería... Junto a los cadáveres, unos desconcertantes símbolos dibujados con carboncillo. Pese a que los crímenes se han cometido junto a viviendas y talleres, nadie ha oído nada. Los alguaciles que investigan los hechos solo reciben información acerca de una sombra espeluznante que se mueve con sigilo, a la que algunos, atenazados por la congoja, identifican con el Maligno.
Por si fuera poco, la ciudad será pronto víctima de un asedio, y todos aquellos que se encuentren intramuros -campesinos, artesanos, nobles, espías, asesinos, soldados, comerciantes, investigadores, sacerdotes, sombras-, no tendrán más remedio que resistir en el interior, luchando por sobrevivir a una ola de muertes, crueles hasta el extremo, como nunca se habían visto en Albarracín. “Los asedios, al igual que ocurre con la Edad Media, no fueron como imaginamos. Asediabas una ciudad porque no podías tomarla por las armas, la asediabas para asfixiarla, para que se rindiese por el hambre, para que alguien la traicionase desde dentro y abriese las puertas, para que el gobernador valorase si le salía más rentable cambiar de señor -entonces no había una concepción de territorio como la que hay ahora, defendías a tu señor, pero si veías que tu señor te había abandonado, la fidelidad, evidentemente, se rompía-. Los asedios no pretendían asaltar las murallas, sino ahogar. Se atacaba todos los días como parte de una guerra psicológica. Aunque los proyectiles lanzados a diario no acertasen, sí te hundían psicológicamente. Como los bombardeos en la II Guerra Mundial”, afirma Zueco.
La ciudad es una novela coral en la que conoceremos los detalles de la trama a través de distintas voces, como Alodia, una niña valenciana en guerra constante contra un mundo de hombres que le ha hecho sufrir terribles penurias; Lízer, un joven hombre de armas que llega a la ciudad para unirse a los alguaciles; Ayub, un mago mudéjar cuya familia lleva afincada en Albarracín desde tiempos inmemoriales o Fray Esteban, un anciano fraile dominico enviado por el Papa para investigar los truculentos acontecimientos. Mediante todos estos personajes Zueco erige una visión poliédrica de la época, un viaje literario que nos transporta hasta las luces y oscuridades del siglo trece en el territorio al que ahora llamamos España, pero que entonces fue un povorín en el que la amenaza de un ataque por parte de otra potencia era algo común: “entonces no había aliados. Castilla en cualquier momento podía atacar, también Navarra, Francia, los musulmanes, Roma. No había amigos, solo alianzas por parentesco que había que renovar al cabo de un par de generaciones. La idea de que catalanes, valencianos y aragoneses fuesen todos a una es mentira, había un enfrentamiento brutal entre todos los reinos”.
Preguntado por el interés del público por la novela histórica, y por su valor como género, Zueco responde: “Nos gusta tanto la novela histórica, entre otras cosas, porque sirve para aprender historia, que es algo que interesa -o debería interesar- a todo el mundo. La historia es un arma política, sirve para conocerte mejor a ti mismo y a los que te rodean, para no cometer errores. Si muchos economistas y políticos hubiesen leído La caída del imperio romano entenderían mejor la crisis actual. Porque la historia no se repite cíclicamente, eso no es cierto, pero sí es un campo de ensayo. En determinadas épocas ya encontramos problemas de inflación, en otras se ha visto lo que ocurre cuando la inmigración aumenta considerablemente. Procesos de los que ya tenemos constancia y cuyas consecuencias deberíamos tener presentes, si no fuese porque muchos lo han olvidado o directamente no han llegado a saberlo. Sin ir más lejos, parece que volvemos a los fascismos del siglo pasado”.
Ahora que una nueva entrega de La guerra de las galaxias asoma ya en las carteleras, conviene recordar que no solo la fantasía épica -como la que mencionábamos al principio- está inspirada en esta época que tan bien conoce Zueco: ¿caballeros -jedi- luchando con espadas -láser-? La Edad Media fue un pasado extenso y complejo que duró mil años, cuya herencia en nuestra cultura no tiene planes de desaparecer. “Es la época favorita de mucha gente, aunque también la tenemos idealizada. No fue tan sanguinaria, tan Juego de tronos como se nos ha hecho creer. También había avances, mucha cultura, aunque restringida a las capas sociales altas y a los monasterios”. Precisamente, según nos confiesa Zueco, puede que los monasterios tengan algo que ver con la tercera parte de su trilogía. Pero primero tendremos que conseguir salir de La ciudad.