VALENCIA. Un viejo chiste narra el encuentro de una adivina con el propietario de la compañía naviera del Titanic. Tras lanzarle las cartas del Tarot, la mujer mira al empresario y le dice: “Tengo una mala noticia y una buena”. El empresario, resignado, murmura: “Primero la mala”. “El barco no llegará a puerto; chocará con un iceberg y se hundirá. Morirán 1.500 personas”. “¿Y cuál es la buena?”. “Ganaréis 11 Oscars”. La broma viene a revelar hasta que punto se ha instalado en el imaginario colectivo el film de James Cameron. Estrenado en 1997, la película permanece hoy como uno de los largometrajes más populares de la historia, de tal forma que hasta el más crítico con ella ha de admitir que algo tiene. En este sentido es muy significativo el comentario realizado por el escritor y cineasta David Mamet en su imprescindible ensayo Bambi contra Godzilla. “La mayoría de las películas son malas. (…) Hay películas de las que, literalmente, aplaudimos los ingresos brutos, en tanto que las películas en sí son infumables (por ejemplo, Titanic)”.
Y es que los ingresos brutos son tan desmesurados, tan enormes, que no cabe menos que admirarse. Porque Titanic tenía todo en su contra y el simple hecho de que venciera recelos, arrasara en todo el mundo y generara esa taquilla es de por sí un logro casi tan importante como los artísticos. Oficialmente, el largometraje, que tuvo un coste de 200 millones de dólares, recaudó más 2.186 millones en todo el mundo. Es decir, sólo en cines por cada dólar que se invirtió se generaron 10. Con los datos de inflación ajustados, Titanic es la quinta película más taquillera de la historia superada sólo por Lo que el viento se llevó (1939), La Guerra de las Galaxias (1977), Sonrisas y lágrimas (1965) y E.T, el extraterreste (1982). Es además la única película de entre las diez primeras que ha convivido con los métodos de reproducción caseros ya que no es hasta el número 11 que encontramos un film reciente, en este caso El despertar de la fuerza (2015).
Vista hoy resulta fácil comprender por qué existían dudas en torno a su futuro comercial. De entrada el reparto era una apuesta en toda regla. Kate Winslet era tan gran actriz como desconocida para el gran público, mientras que su partenaire Leonardo DiCaprio era sólo una estrella en ciernes. Ambos eran muy talentosos, pero no tenían ni punto de comparación con otros nombres que se barajaron para el film como por ejemplo Tom Cruise. A esto había que unir la larga duración de la película, más de tres horas, cuando lo habitual eran films de no más de dos horas para así poder realizar más sesiones en un día. Asimismo, esa larga duración era un lastre porque suponía un mayor coste final. Era la época de la copia física y cada impresión de la película suponía un gasto.
Otro recelo era el componente histórico del argumento. Las películas con drama romántico ambientado en el pasado parecían ser cosa de eso, del pasado, y en los grandes estudios se abogaba por otro tipo de producciones. Titanic era demodé antes de haberse concluido su montaje. Su premisa inicial, Romeo y Julieta en el Titanic, echaba de espaldas a más de uno. Sólo unos pocos confiaron en la visión de Cameron, entre ellos el veterano productor Bill Mechanic (Hasta el último hombre; Mel Gibson, 2016), quien pese a que “no es fácil trabajar con Cameron”, en sus propias palabras, defendió al director y su visión hasta las últimas consecuencias. Una obstinación que hizo que el todopoderoso Rupert Murdoch, dueño de la Fox, apuntara su matrícula y se la tuviera jurada, una vez se enteró del sobrecoste de la producción. A Mechanic defender Titanic le costó caro, pero eso se verá después.
Todo el mundo creía que iba a ser un fracaso. Las primeras señales del posible naufragio llegaron, cómo no, por la prensa. La veterana y excelente periodista Kim Masters publicó a finales de noviembre de 1996 un artículo que tenía un título premonitorio: Glub, glub, glub. La historia que narraba no era nueva ni ha sido la última vez que ha pasado. Recientemente, sin ir más lejos, se ha vivido una situación similar con El renacido (2015). La película de Alejandro González Iñárritu, curiosamente también protagonizada por DiCaprio, se ha enfrentado a un presupuesto desbocado y unos costes arriesgados para el tipo de película que es. En todos estos casos de miedo y prevención anida un poco el fantasma del fracaso de La puerta del cielo (1980), la película maldita del cineasta aún más maldito Michael Cimino.
En el caso de Titanic el temor se acentuó con los constantes retrasos en el rodaje. El duro y exigente carácter de Cameron, al que Mechanic no ha dudado en calificar en ocasiones de “mezquino”, hizo más difícil todo. El primer presupuesto que se manejó era de 75 millones de dólares, pero tras las primeras tomas bajo el agua y ya con el guión en la mano, la previsión más optimista hablaba de 100 millones de dólares. Sin otra gran película en cartera, en la Fox aceptaron a regañadientes el plan de Cameron y se puso en marcha una producción que les llevó a todos al borde del colapso, en gran parte por el enfermizo perfeccionismo del director. Quería que su ficción encajará en la historia real. Así, si un personaje entraba en un gimnasio, ese gimnasio debía existir en el Titanic real. Si bien las filmaciones del barco sumergido en lo más profundo del océano las pagó de su bolsillo e incluso llegó a renunciar a su salario como director, su exasperante minuciosidad en otros puntos fue provocando un encarecimiento paulatino e incesante. Por necesidad, los responsables de la Fox decidieron construir un estudio a su medida para poder filmar lo que él quería y eligieron ubicarlo en la Baja California, México, para sortear de paso las exigencias de los sindicatos cinematográficos estadounidenses.
Titanic fue incumpliendo una a una todas las previsiones. El coste no hacía más que crecer y en la Fox comenzó a cundir el pánico. De los 110 millones de dólares que tenía que haber costado, pasó finalmente a 200. Se tenía que haber estrenado el 4 de julio de 1997 y finalmente lo haría el 18 de noviembre. No podía durar más de tres horas y se pasó en 15 minutos de ese límite. En esa tesitura, Fox tuvo que buscar un socio para poder pagar las facturas. Por suerte para los directivos, John Goldwyn, entonces presidente de Paramount, conocía el proyecto, había obtenido una copia del guión de manera furtiva y, lo que es más importante, durante una visita al Reino Unido había visitado una exposición sobre el hundimiento del barco. Conocía pues el potencial de la historia. Aún así, las cifras que manejaban los responsables de la Fox eran muy irreales, por debajo del coste auténtico, lo que causó numerosas discusiones entre los responsables de las dos majors.
Una vez pagada y terminada la película, sin ningún reparo Fox apuntaló los aspectos más cursis de cara a llegar a todos los públicos, abarcar todos los targets, conscientes de que sería fundamental para lograr recuperar la inversión. La elección de una canción empalagosa como ‘My Heart Will Go On’, ideal para ser interpretada en convites de bodas, la sobreexposición del drama romántico como elemento fundamental de la historia, cuando es apenas un McGuffin para poder entretejer las historias de las diferentes clases sociales del barco, así como la campaña encaminada a potenciar la figura de DiCaprio como protagonista romántico, tuvo la respuesta favorable del público y de una crítica que se mostró indulgente.
Con una inteligente mesura de los tiempos, los responsables de la Fox con Mechanic al frente fueron organizando visionados a pequeños grupos, entre ellos al propio Murdoch, que primero vio Air Force One y al día siguiente Titanic. En un artículo publicado hace cuatro años en el Hollywood Reporter, Masters recordaba la reacción de Murdoch. Tras ver el film, se volvió a Mechanic y le dijo: “Entiendo por qué te gusta la película, pero no es Air Force One”. Muy significativa es también la anécdota relatada por Peter Biskind en Sexo, mentiras y Hollywood. En ella se cuenta como Bob y Harvey Weinstein, que estaban apostando fuerte por El indomable Will Hunting (1997), decidieron adelantar el estreno de ésta al 7 de diciembre, coincidiendo con el de Titanic. Ya entonces corrían rumores de que el film de Cameron era muy bueno. Asustados, Ben Affleck y Matt Damon acudieron al visionado. Tras la proyección Harvey Weinstein les dijo: “No tenemos de qué preocuparnos. Sólo tiene una buena escena, cuando el barco se hunde”. El problema para sus intereses es que esa secuencia es casi la mitad de la película, una hora de cine en estado puro.
Y la ola en torno a Titanic fue in crescendo, hasta el punto que se predijo que ganaría el Oscar. En apenas diez meses, los que fueron de diciembre de 1996 (hace ahora 20 años) a septiembre de 1997, el runrún que rodeaba al film había virado 180 grados. Antes de estrenarla ya se hablaba de ella como una obra maestra, una afirmación que a día de hoy, tras revisarla, resulta como mínimo exagerada. Es emotiva, es intensa, tiene esa gran secuencia del hundimiento y un final tan modélico como ñoño, con el espíritu de Rose bajando al barco para encontrarse con las víctimas del hundimiento y, sobre todo, con su amor, Jack, ya sin clases sociales que les separe; pero no es precisamente un gran clásico. Está llena de clichés, de maniqueísmos, de trampas narrativas, y en muchas ocasiones el uso del ordenador chirría, ofreciendo secuencias artificiales. Da igual. Funciona. Y así fue como Titanic cumplió las expectativas, las buenas.
En la gala de los Oscars en la que se consagró el film, y en la que también fue premiado con el galardón honorífico Billy Wilder, se produjo una anécdota curiosa que fue recogida por Cameron Crowe en su libro de conversaciones con el director de Con faldas y a lo loco. Cuando anunciaron el premio a la mejor película para Titanic y Jon Landau y Cameron subieron a recogerlo, Wilder, que se hallaba en la fiesta de la revista Vanity Fair, no gritó como había dicho que haría. “Se limitó a mirar, muy quieto, fascinado y absorto, con la boca ligeramente abierta. Callado”. Fue entonces cuando un asistente a la fiesta se puso delante de él y Wilder gritó que se apartara porque estaba tapando la pantalla de televisión a través de la cual seguían la gala. Tras ello, continuó “viendo satisfecho” el discurso de agradecimiento de Cameron. “Cuando termina la emisión [de la gala], coge su bastón. Los Wilder salen del brazo y dejan rápidamente la fiesta”.
La gloria empero no supuso un mayor reconocimiento para Mechanic dentro de la Fox. Al contrario, Murdoch se juramentó para despedirle y estuvo esperando la ocasión para ello. Esta llegó a los pocos años, en 2000, cuando tras el estreno de El club de la lucha (1999) Murdoch decidió que esta película había sido un fracaso y culpó de ello a Mechanic. Cierto es que el film recaudó sólo 100 millones de dólares para un presupuesto de 63 (para que sean rentables las películas tienen que lograr en taquilla el triple de su presupuesto), pero en los análisis de la explotación de esta película no se tuvieron en cuenta ni los ingresos posteriores por ventas en otros soportes, ni la errática campaña que se realizó en Estados Unidos donde el film sólo recaudó 37 millones de dólares, poco más de un tercio de sus ingresos finales. Menos aún importó que esté considerada como una de las mejores películas del fin de la década y una de las obras maestras de David Fincher. Murdoch quería cobrarse una cabeza por el susto que le causó Titanic y le despidió. Mechanic había logrado que Titanic no naufragara, pero no fue suficiente para que le dejaran sitio sobre la tabla de madera.