Un repaso a la historia de la empresa que más historias ha ayudado a contar
VALÈNCIA. Veinte años antes de ser presentado el primer Macintosh, una empresa italiana introducía en el mercado el primer modelo de computadora de sobremesa, la Programma 101, creada por el ingeniero Pier Giorgio Perotto y diseñada por Mario Bellini, utilizada a bordo del Apolo 11 en la primera misión tripulada que llegó a la Luna, y ganadora del prestigioso premio de diseño industrial Compasso d’Oro. Tal era la sofisticación del invento que se le atribuye que de esa fuente bebió Steve Jobs para hacer de Apple una empresa de diseño que adoraría el diseño europeo sobre todas las cosas.
Hablamos de Olivetti, la de las máquinas de escribir, referencia para toda empresa de diseño industrial que ha venido detrás, haya fabricado muebles o coches, influencia para diseñadores de sillas o de trenes y que ya en 1952 tuvo una muestra dedicada en el MoMA, la expo Design in Industry que trataba sobre su producto pero también sobre sus anuncios, su cartelera o incluso sus puntos de venta. Desde entonces se cuentan por decenas las exposiciones que han sido dedicadas a la firma italiana en los más prestigiosos centros culturales y de arte del mundo.
Olivetti fue fundada por Camillo Olivetti en 1908, y su hijo Adriano Olivetti fue el encargado de convertirla en la empresa de diseño que hizo historia creando auténticos iconos populares, introduciendo en la industria el diseño funcional. Digo que fue una empresa de diseño, y no de máquinas de escribir, porque cuando hay una cultura del diseño tan arraigada y con una visión tan global podrían haberse dedicado a fabricar mobiliario o relojes, y habrían introducido igualmente cambios revolucionarios en su sector.
Adriano Olivetti fue a su homónima empresa familiar el responsable de lo que hicieron posteriormente Braun o Apple. Por él la empresa contó entre sus colaboradores con diseñadores, con arquitectos o con artistas de la talla de Le Corbusier, Herbert Beyer o Giovanni Pintori, y precisó de un departamento propio de diseño creado a finales de los años 30 bajo la dirección del propio Pintori, que estuvo al frente del mismo durante tres décadas. La labor humanista de su fundador se plasmó en todo lo que había tras el diseño de cada nueva Olivetti, en la intersección justa entre forma y función.
Afirmaba Olivetti que no quería solo una fábrica de la que saliesen productos y beneficios, sino una fábrica de la que saliese “belleza y libertad”, porque esas eran según él las claves de la felicidad. Y esa debió ser la idea detonante para contratar en 1958 a Ettore Sottsass, arquitecto y diseñador, fundador del Grupo Memphis y el más importante consultor que tuvo la empresa italiana.
Sottsass diseñó en 1968 junto a Perry King la que se convertiría en el gran hito de la compañía, la máquina de escribir Valentine, la precursora del teletrabajo que combinaba con todo menos con un ambiente laboral. Era portátil (su funda la convertía en un maletín), era divertida, su diseño evocaba a la belleza y la pasión (ese rojo en un mundo metálico en blanco y negro), era de plástico y era pop. Terminó expuesta en el MoMA y pronto pasó a ser accesorio a la vez que signo de status y de un modo de vida diferente, algo impensable entonces. La Valentine fue el icono, en mayúsculas, EL ICONO.
De la promoción del producto se encargó entre otros el mismísimo Milton Glaser, con una serie de campañas que entraban en la línea publicitaria que llevaba ya Olivetti.
De aquello hace más de sesenta años. Olivetti no hizo la historia, la escribió. Trazó un camino corporativo construyendo una marca desde el diseño, en todas sus vertientes y creando hitos tanto en sus máquinas como en todo lo que las rodeaba.