VALÈNCIA. Este retrato era necesario. Este es el principal mensaje que nos pone sobre la mesa la periodista Mariola Cubells cuando se sienta con Culturplaza para charlar sobre su nuevo libro, Mejor que nunca. Felices, imbatibles y pioneras (Editorial Espasa). Aunque el proyecto surgió de un encargo, se ha acabado convirtiendo en toda una revelación. También para la autora, que desgrana con pasión los detalles de un análisis que pone el foco en aquella generación de mujeres que ahora rondan entre los 50 y 60 años, una generación que protagonizó la transición del pasado el futuro y que, explica, estaban faltas de relato. A ella le dedica esta obra -que este mismo jueves presenta en la Librería Bartleby-, una crónica que desde el humor, la crítica o la ternura acaba convirtiéndose en una celebración de un colectivo de pioneras.
- ¿Por qué era importante dedicar esta carta de amor a esta generación?
-Creo que la gente de mi generación estábamos faltas de un relato. Hay todo tipo de generaciones que creo que lo tienen y la nuestra no lo tenía. De una manera un poco más quizá lúdico-festiva, pero esto es una suerte de crónica, más periodística que ensayística, de esta generación. No me gusta la palabra homenaje, me gusta más lo que has dicho de carta, porque sí que creo que nos merecemos esa carta de amor. Somos una generación para la historia. No tenemos nada que ver con ninguna otra anterior a la nuestra. Hemos sido pioneras en un montón de asuntos fundamentales, hemos roto determinados moldes. Somos la generación que se educó ya en democracia y pudo hacer uso de unos derechos que consiguió la generación anterior, pero que nosotras pusimos en marcha. Isabel Coixet me dice en un momento dado del libro que nosotras somos la primera generación en darse cuenta. Este darse cuenta engloba un mundo entero. Nos hemos dado cuenta de muchísimas cosas, para bien y para mal. Nos dimos cuenta de lo que no queríamos y de lo que sí queríamos, de quiénes éramos y de que éramos importantes. También de que éramos un colectivo. Nos merecíamos un relato.
-Qué importante es esa palabra, colectivo. En un libro que suma tantas voces, ¿cuáles dirías que son esos elementos comunes que tejen ese relato colectivo?
-Hay varias cosas. Nos une mucho una manera concreta de entender la maternidad o la no maternidad. Nosotras fuimos las primeras en elegir tener hijos o no. Eso era insólito en la generación anterior. Todas las maternidades de esta edad han sido maternidades pensadas, deseadas, reflexionadas. Somos la primera generación que se educó de una manera determinada, vinculada al heteropatriarcado, que ya no ha educado a sus hijos igual. Esto también nos coloca en otra dimensión. Fundamentalmente hemos podido elegir, un verbo que nos ha acompañado desde que iniciamos la vida. Porque nosotras hemos sido educadas en democracia, insisto. Nuestras madres no eligieron prácticamente nada de sus vidas, salvo excepciones. Pero nosotras sí, nosotras ya pudimos elegirlo todo, fuimos pioneras. Fuimos la primera generación que abortó en la sanidad pública, porque estaba a su disposición y porque llegó en nuestra edad fértil la Ley del aborto. La primera que se divorció sin problemas. La primera que acudió masivamente a la universidad. La primera que dijo: yo no quiero la vida de mi madre. Eso te hace instalarte en un país distinto. No hemos vivido la vida para la que habíamos sido educadas. Todo eso junto hace que formemos un colectivo.
-Esta fotografía está en constante comunicación con el pasado y el futuro. También incluso en las referencias culturales, tenemos menciones que van de Mari Trini a Rigoberta Bandini.
-Me gusta que el libro las interpele a ellas también. Nosotras hemos abierto caminos que ellas van a transitar de una manera muchísimo más sosegada. Por ejemplo, el Me Too. Yo lo pienso y digo: no lo tuvimos, ¿lo hubiéramos necesitado? Claro que sí, pero en ese momento nunca pensamos que necesitábamos algo así, porque no estaba escrito. En cambio ahora cuando ya está, nuestra generación ha hecho bien una cosa que es defenderlo, proclamarlo, creer en él, comunicarlo bien. Esto es muy importante. Porque nosotros podríamos decir: a mí ya el Me Too me da igual porque yo ya estoy en otro lugar. Pues no. Me parto la cara con quien lo ningunee.
-Volvemos a la idea de colectivo.
-Sí, incorporarnos a las luchas feministas de la gente más joven creo que lo hemos hecho muy bien. Nos comunicamos muy bien con esa generación mucho más joven que nosotras. Yo tengo compañeras de 30 años con las que me siento súper en sintonía, no tengo la sensación de que ellas pertenezcan a un mundo y yo a otro en absoluto. Hablamos el mismo lenguaje.
-Hablemos de la representación en ficción.
-Esa es la gran asignatura pendiente.
-Hemos pasado de Las chicas de oro a And Just Like That, ¿cómo analizas ese cambio?
-Es tan ilustrativo… tenían la misma edad. Yo creo que [este cambio] tiene que ver con reflejar una realidad. A ningún creativo audiovisual se le puede ocurrir hoy representar a una mujer de 50 o 60 años que no esté preocupada por su estética, por ejemplo… Yo soy presumida, me gusta mucho. Veo la campaña maravillosa de Maggie Smith en Loewe y me veo como esa señora, como esa ancianita absolutamente cool. Por supuesto puedes tener estéticamente una preocupación y éticamente. A mí esto me lo enseñó Carmen Alborch, porque para mí era un referente. ¿Las chicas de oro eran así? Sí, es verdad. Pero han pasado 40 años. Somos diferentes.
Yo estoy muy contenta ahora con las nuevas narrativas. Hemos avanzado un montón en series, en cine… También por la masiva incorporación de mujeres guionistas, no solo en España, que han contado historias diferentes y que se han embarcado a aventuras audiovisuales que ni estaban ni se les esperaban. Para mí, Shonda Rhimes es la diosa, claro, porque esa mujer creó de pronto referentes que no existían. La otra cara de la moneda es la cuestión de la edad, esa es la gran asignatura pendiente. Resulta paródico ver a una tía de 36 años que en la ficción tiene un hijo de 22. No puede ser esto, porque en el siglo XXI las mujeres de 36 en Occidente no tienen hijos de 22, tienen hijos de 2 años. Si los tienen.
-Entiendo que aquí entran también las plataformas, con ejemplos como Grace And Frankie o Hacks que quizá no veríamos en una Telecinco del 2001.
-Ni en la Telecinco de 2023 [ríe]
-¿Y qué pasa con el audiovisual que no es ficción?
-La televisión convencional, sobre todo, y la no convencional, sigue siendo un medio cruel, tremendamente masculino, más que machista. Pero no solo masculino porque está formado básicamente por hombres, porque las mujeres que están en la tele mandando también tienen esa mirada masculina. Yo la he tenido, así de claro. Esa es otra gran asignatura pendiente. Yo quiero ver a mujeres de 50 y 60 años presentando informativos y llevando trajes de chaqueta como ellos y no vestidos de tirantes. Quiero ver eso en la televisión. Quiero que envejezcan en pantalla, quiero ver a mujeres con cuerpos poco normativos en el prime time. Quiero ver a Ramón García y su homóloga femenina, en lugar de ponerle a dos pibones, que es a lo que le pusieron para hacer el Grand Prix. Ellos son chicos normales que presentan programas normales o en prime time y ellas tienen que ser estéticamente impecables. Tiene que cambiar la mirada, la mirada de los ejecutivos y de las ejecutivas, igual que tiene que cambiar la mirada en los castings. Es que esto es una mirada colectiva. Ella no querría, pero yo pongo siempre este ejemplo, ¿tú crees que una mujer como Rosa María Calaf no tiene lo que hay que tener para ponerse frente a un telediario? Esa mujer tiene una cabeza privilegiada. Es verdad que ella ya se quiso jubilar, pero es un ejemplo. Si ella no se hubiera querido jubilar, ¿hubiera seguido ahí? No lo sé, pero yo quiero ver a una Calaf. Porque eso fuera de aquí funciona. Ese marco está por resolver.
-Una cosa que puede sorprender del libro es que hay una parte dedicada a los hombres.
-A mí me parecía que estaba bien interpelarlo porque forma parte de nuestro universo. Nosotras vivimos con ellos, hemos construido lo que somos con ellos o a pesar de ellos. Recogerlos en el libro me ha dado que pensar, porque su mundo y el nuestro son muy distintos y sus pensamientos y los nuestros son muy distintos. Por ejemplo, ese mantra que había visto que se repetían muchas mujeres, de yo no quiero la vida de mi madre, no lo he escuchado nunca de ellos. En todas las conversaciones no he escuchado nunca a un hombre de 50 o 60 años decir: yo no quiero la vida de mi padre. También te pasmaría la cantidad de hombres que no saben lo que es la carga mental. No es que no la tengan, es que desconocían el concepto. Me parecía que los hombres tenían algo que decir aquí y que retratarlos también era una manera de vincularlos a un relato que no tiene que ser feroz, puede ser un relato crítico pero grato, no necesariamente destructivo.
-El libro interpela al hombre heterosexual y a “nuestros gais”. Hay un momento en el que preguntas a Mikel López Iturriaga qué sois para ellos. Le doy la vuelta a la pregunta, ¿qué son para vuestra generación?
-Creo que nosotras también fuimos la primera generación que incorporó gais a nuestras vidas como amigos. Cuando nosotras los incorporábamos en nuestras vidas, el mundo gay no estaba tan normalizado como ahora, había más una condena. Entonces tú tenías que sacar pecho. En mi vida han sido providenciales, me han hecho ver cosas que yo no veía. Me han hecho entender lo que es estar en un colectivo también discriminado. Me han hecho ser mejor. Me han hecho ser más feliz. Me han hecho disfrutar. Supongo que manejamos mundos parecidos.