El cineasta británico ofrece una masterclass en el marco del festival Docs València
VALÈNCIA. La segunda edición del festival Docs València, que se celebra hasta el próximo 5 de mayo, tiene como principal invitado internacional a Julien Temple. El carácter especializado del certamen y el impacto de sus trabajos con los Sex Pistols, Joe Strummer o Wilko Johnson han colocado al director la etiqueta de rockumentalista, pero él odia esa definición. “Cuando lo oigo, me dan ganas de ahorcarme”, dijo una vez. “Soy cineasta”. Tenía razón, por supuesto. Su presencia en una ciudad que no se caracteriza por la visita de grandes figuras de la cultura cinematográfica debería ser considerada todo un acontecimiento, y aunque el festival solo ofrecerá una muestra de cinco títulos de su extensa filmografía, la mayoría de producción reciente, la selección es una buena manera de aproximarse a su peculiar forma de trabajar. Proyecciones aparte, la cita ineludible con Temple tendrá lugar hoy, viernes 27, a las 16 h., en el Col·legi Major Rector Peset, donde ofrecerá una masterclass en la que explicará anécdotas de todo tipo y su filosofía a la hora de enfrentarse al género documental.
Para un aficionado a la música y el cine que atravesaba sus años adolescentes en los primeros ochenta, la figura de Julien Temple era la de un personaje casi mítico. Si estabas fascinado por la sensación de libertad que transmitían el punk y los Sex Pistols, tras la propia banda y su manager, el maquiavélico Malcolm McLaren, Temple era el siguiente a quien te hubiera gustado conocer. En el momento de la eclosión del punk inglés, era un estudiante de cine interesado en Jean Vigo, Luis Buñuel o Jean-Luc Godard, que de inmediato fue consciente de que algo nuevo estaba sucediendo en Londres. Ni corto ni perezoso, “tomaba prestada” la cámara de la escuela por las noches y se colaba en los garitos para capturar en imágenes lo que sucedía en los escenarios de la ciudad. Lo hacía a escondidas, porque McLaren no permitía que se filmara a los Pistols. Una manera más de acrecentar su leyenda, claro. Hasta que, un día, el manager cambió de actitud y se planteó que sería bueno tener material del grupo. Por su cabeza ya rondaba la idea de sacar partido de la controvertida banda mediante una película, y como sabía que Temple andaba trajinando con una cámara, le propuso seguir a sus pupilos, esta vez con autorización. “Nos limitábamos a filmar, a documentar lo que iba ocurriendo. No solo conciertos, también firmas de contratos, los chicos saliendo de juerga… La idea de Malcolm era que otro director se ocupara de organizar una película con todo eso. Habló con Russ Meyer, Ken Loach, Jonathan Kaplan… pero por un motivo u otro, todos declinaron la oferta. Al final, solo quedaba yo, y la hice, aunque McLaren trató de despedirme desde el primer día. Pero no me fui”.
Así nació The Great Rock & Roll Swindle (1980), estrenada en España como Dios salve a la Reina. Un film que combinaba imagen documental, recreación de ficción, animación, testimonios reales e inventados y hasta una chapucera trama detectivesca protagonizada por Steve Jones. Johnny Rotten ya se había marchado de los Sex Pistols y la banda, en realidad, no existía, pero McLaren no estaba dispuesto a dejar de sacar partido de su celebridad, y un joven y entusiasta Temple se convirtió, de algún modo, en su cómplice. Veinte años después, sin el manager de por medio, la banda y el cineasta se tomaron la revancha en la magnífica The Filth and The Fury (2000), donde contaban la historia desde su punto de vista y sin interferencias. Por entonces, Julien Temple ya era un realizador plenamente consolidado, que no solo había rodado videoclips para Neil Young, Tom Petty, Paul McCartney, Blur, David Bowie (Jazzin’ for Blue Jean), The Rolling Stones (Undercover of the Night), Iggy Pop, The Kinks, Sade o Depeche Mode, entre muchos otros, sino que contaba con varios largometrajes de ficción, como Las chicas de la tierra son fáciles (Earth Girls Are Easy, 1988), Principiantes (Absolute Beginners, 1986) o el biopic Vigo: Historia de una pasión (Vigo, 1998). Siendo un periodista interesado en el cine y la música, imaginaba que nuestros caminos podrían cruzarse algún día, y así fue, pero aún tuve que esperar diez años.
De hecho, la primera vez que anduvo cerca se me escapó. Durante sus primeros años de existencia, el Festival de Benicàssim organizaba diferentes actividades paralelas en el pueblo, como espectáculos de danza, desfiles de moda o proyecciones de películas. Hoy parece mentira que el FIB desplegara aquella cantidad de propuestas durante la semana de celebración del festival, pero en 2004 incluso invitaron a Julien Temple. Ese año, los valencianos Polar presentaban un concierto acompañado de fragmentos de películas que se titulaba El sueño de Gil Shepherd y que habían estrenado en Cinema Jove. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al terminar los ensayos, se les acercó el famoso inglés para felicitarles por el gran trabajo que habían realizado. Las presentaciones corrieron a cargo de Manuel Lechón, el responsable del área de cine del FIB. Otros menesteres derivados de la cobertura del festival impidieron que me ausentara del recinto y pudiera conocer al director, pero no podía imaginar que, algún tiempo después, se me presentaría la oportunidad de hacerlo, y en el lugar menos pensado, sobre todo después de haberlo tenido tan cerca.
Eso sí, tendría que esperar cuatro años. En 2008, Temple estrenaba en España el documental Joe Strummer. Vida y muerte de un cantante (Joe Strummer: The Future is Unwritten, 2007). Avalon, la distribuidora de la película, no trajo al director a València, pero me pidió que presentara el preestreno. Acepté a cambio de una entrevista. La realizamos por teléfono y se publicó a finales de febrero en La Cartelera, el suplemento del diario Levante (hoy reconvertido en Urban). El motivo principal de la charla fue, obviamente, su último film, donde retrataba la faceta más humana del líder de The Clash, de quien fue amigo personal. “Nunca se me pasó por la cabeza hacer una película sobre Joe”, confesaba. “Pero cuando murió, todo el mundo que le conocía se sintió muy desorientado, porque tenía una tremenda fuerza vital. Pensé que el documental podría canalizar un sentimiento que ayudara a la gente de su entorno a superar la sensación de aflicción que provocó su pérdida. Y también era una oportunidad para dar a conocer a Joe a toda una generación de jóvenes que nunca había oído hablar de The Clash”. El film sigue siendo uno de los mejores de su filmografía, y el resultado de la llamada no fue solo la entrevista que apareció publicada. Aprovechando la coyuntura, le comenté que estaba coordinando un volumen colectivo sobre música y cine, y que sería un honor que escribiera el prólogo. No puso problema alguno, pero estaba preparando una ópera que dirigiría en Australia, así que me propuso que lo hiciéramos del mismo modo que la entrevista: Yo le llamaba, charlábamos sobre diversos aspectos relacionados con el tema y luego yo mismo me encargaba de articular sus opiniones en un texto que serviría para abrir el libro. Así fue como ¡Rock, acción! Ensayos sobre cine y música popular (AvantPress, 2008) pudo lucir en su portada el nombre de Julien Temple.
Pero claro, seguía pendiente el encuentro personal. Y tuvo lugar por primera vez de la manera más insospechada. Fue en marzo de 2010. Me encontraba en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (México) como jurado de la sección de cortometrajes. Julien Temple, por su parte, era uno de los invitados del DocuLab, taller de documental que incluía diversas clases maestras y conferencias. A ambos nos había invitado Carlos Sosa, hoy productor de cine y entonces coordinador del festival. Desde que coincidimos como jurados en In-Edit (Barcelona), había surgido una gran amistad entre nosotros. De hecho, fue la confianza existente la que propició un encuentro menos cómodo de lo que yo esperaba. Porque mi intención era saludar a Temple, pero Sosa se me acercó quince minutos antes de la masterclass, me dijo que no tenían moderador y me propuso ocupar el puesto vacante. Conocí a Julien Temple apenas un rato antes de sentarme a su lado en una sala repleta de estudiantes de cine y amantes del punk mexicanos que estaban deseando preguntarle sobre los Sex Pistols, los Clash o David Bowie. Un auténtico bautismo de fuego.
Los festivales de cine permiten conocer a los profesionales del medio de un modo distinto al que es producto de la simple admiración o derivado de las obligaciones laborales (circunstancias promocionales, entrevistas). Entre los invitados se establece una relación más fluida, fruto de compartir mesa y mantel o alguna fiesta nocturna. Y entre unas cosas y otras, Temple me comentó que en unos meses estaría en Barcelona. Resultaba que Roxy Music se reunían para actuar en el Sónar y le habían invitado. Su agenda funciona así: Bryan Ferry te llama para que no te pierdas su concierto en España, los Rolling Stones te dicen que no puedes faltar a su debut en Cuba… La dura vida del cineasta amigo de las estrellas del rock, ya saben. El caso es que me preguntó si estaría por Barcelona y le dije que sí. Comimos juntos de nuevo en junio de aquel mismo año, en un restaurante al lado del Portal de l’Àngel. En aquella ocasión vino acompañado por su esposa Amanda, que ha ejercido labores de producción en muchas de sus películas. Me dijo que era su cumpleaños y aproveché para invitarles. Dos años más tarde volvería a Barcelona como director homenajeado por el festival In-Edit, que le dedicó una retrospectiva. Y se produjo un nuevo encuentro, esta vez con la intención de proponerle que viniera a València. La Universidad estaba interesada, pero finalmente fue imposible cuadrar fechas y presupuestos. Ahora, Docs València lo ha hecho posible.
De su visita a México surgieron muchas más cosas. Por ejemplo, un proyecto sobre Tijuana para el que se trasladó allí en varias ocasiones más y que debía formar parte de su serie sobre diferentes ciudades del mundo (ya ha hecho Londres, La Habana, Ibiza, Río y Detroit). O el documental que la directora Lucía Gaja quiere hacer sobre el propio Temple, con producción, por supuesto, de Carlos Sosa. Pero mientras se concretan esas y otras propuestas, él sigue rodando sin parar. Continúa sin aclararse qué ha pasado con You Really Got Me, un biopic sobre los Kinks que incluso tenía reparto asignado (Johnny Flynn y George MacKay debían ser los hermanos Davies). Y lo mismo sucede con Sexual Healing, otra película biográfica, en este caso sobre Marvin Gaye, pero a cambio Temple ha dirigido My Life Story (2018), un inusual musical protagonizado por Suggs, el cantante de Madness. Años atrás, trabajó con otra leyenda del rock británico: El guitarrista Wilko Johnson. Primero, en Oil City Confidential (2009), donde contaba la historia de Dr. Feelgood. Después, en El éxtasis de Wilko Johnson (The Ecstasy of Wilko Johnson, 2015), que explicaba la lucha del músico contra un cáncer de páncreas incurable al que todavía planta cara. Me topé con la película en el Festival de Moscú y llamé a Temple, para vernos en la capital rusa. Sin embargo, no pudo asistir al certamen. Como yo había visto el documental, le propuse una nueva entrevista, que ya apareció en esta cabecera. En ella hablamos también, entre otras cosas, de los éxitos que está cosechando su hija, Juno Temple, una de las actrices con mayor proyección en estos momentos, que acaba de rodar Pretenders a las órdenes de James Franco y ya ha trabajado con Steven Soderbergh, Woody Allen, Martin Scorsese o Thomas Vinterberg.
No tengo ninguna foto con Julien Temple. Nunca se me ha ocurrido pedírsela a nadie en alguno de nuestros encuentros. Pero estoy deseando estrecharle la mano una vez más, en València. Sus masterclass son siempre una delicia, porque hay poca gente que haya conocido a lo largo de su trayectoria a tantos mitos del rock y el cine. Y, sin embargo, la verdadera relevancia de su trabajo no está relacionada con los personajes a los que ha retratado, sino con la manera en que lo ha hecho. Julien Temple ha desarrollado un modo de realizar documentales absolutamente personal y reconocible, que no solo coloca a sus biografiados en su contexto histórico y social, sino que los relaciona con la cultura de su entorno. En The Filth and The Fury, por ejemplo, sitúa a los Sex Pistols en 1976, durante un “invierno de nuestro descontento” que conecta la imagen grotesca y deforme de Johnny Rotten con la del protagonista de la obra teatral de Shakespeare Ricardo III. Con un estilo que Temple ha ido consolidando en sus siguientes trabajos, combinaba imágenes de archivo de la banda con productos culturales de diversas épocas (Laurence Olivier encarnando al rey, spots televisivos, noticiarios) para añadir una lectura metafórica que refuerza su discurso y circunscribe a los Sex Pistols en la tradición del espectáculo de variedades británico. Volvería a hacerlo, por ejemplo, en su film sobre Joe Strummer, donde aparecen imágenes de 1984 (Michael Anderson, 1956) y Rebelión en la granja (Animal Farm, Joy Batchelor y John Halas, 1954), dos adaptaciones cinematográficas de George Orwell. “Es lo mismo: Utilizo elementos de otras procedencias para iluminar el viaje de Joe a través de cincuenta años de cultura inglesa. El punk está considerado baja cultura, pero es más complicado de lo que la gente piensa, por eso lo muestro combinándolo con elementos de la llamada alta cultura. Me gusta sacar las cosas de contexto, dar otro significado a unas imágenes al yuxtaponerlas con otras, así como mezclar elementos ficcionales y documentales”, explicaba en otra de las entrevistas que hemos mantenido a lo largo de estos años, y a las que pertenecen todos los entrecomillados del presente texto. Vayan a escucharle esta tarde. No se arrepentirán.