Les propongo un 2016 con más arte en sus vidas. No hace falta ser erudito en nada, simplemente pararse y abrir los sentidos. Arte en un sentido tan amplio como ustedes quieran. Les aseguro que les irá mejor: serán más felices.
VALENCIA
“El arte da testimonio del valor de lo cotidiano, y nos muestra lo que de tan visto casi no registramos en todo su auténtico esplendor. Aviva nuestros sentidos y nos hace apreciar la riqueza de la vida a nuestro alrededor”.
“Somos criaturas muy vulnerables, frágiles, con una desesperada necesidad de apoyo que generalmente no conseguimos. El arte puede ser una fuente de ayuda para nuestros problemas más íntimos, los problemas del alma.”
Alain de Botton
Nuestra relación visual con el paisaje urbano ha cambiado. Visitamos otras ciudades y apreciamos sus edificios, queremos saber lo que hay dentro, conocer su historia, y sin embargo despreciamos un tanto lo más cercano. Por supuesto que, dicho así, es un tanto exagerado pero cuando observo la prisa con la que se anda por la calle y el tiempo que pasamos dirigiendo la mirada a la pantalla del teléfono me lleva a pensar estas cosas. Nuestra ciudad nos reclama tiempo y ese tiempo ha de ser de calidad. Lento. Si en el trayecto hacia dos puntos pasan junto a una de nuestras antiguas iglesias y disponen de diez minutos, entren, párense y observen. Quizás descubran cosas, historias, que no sabían que tenían tan cerca. Posiblemente con el tiempo hagan más suya, si cabe, su ciudad.
Les digo lo mismo si pasan junto a una galería y les atrae lo que un artista, en ese momento, está exponiendo. Rompan esa barrera emocional tan propia de nuestras latitudes, ese reparo a visitar las galerías. La sensibilidad y la atracción hacia lo bello es algo que disponemos todos en nuestro cerebro. En mayor o menor medida todos buscamos el arte para compensen nuestras íntimas fragilidades y que nos ayuden a recuperar el equilibrio interior, y sin embargo podemos pasar días y días con el interruptor en off. El arte cristaliza la belleza temporal de la naturaleza y si nuestra mente está predispuesta el arte nos centra en el “aquí y ahora”. Nuestra cabeza está cada vez más alejada del momento presente y el arte es un camino para romper esa tendencia, a la búsqueda del mindfulness. Según la Wikipedia, “el Mindfulness o 'conciencia plena' consiste en prestar atención, momento a momento, a pensamientos, emociones, sensaciones corporales y al ambiente circundante, de forma principalmente caracterizada por "aceptación" El cerebro se enfoca en lo que es percibido a cada momento, en lugar de proceder con la normal rumiación acerca del pasado o el futuro”. Y es que, qué pocas veces estamos en lo que hay que estar.
La capacidad de sorpresa para las cuestiones técnicas la tengo más bien anestesiada. Todo en este sentido avanza tan vertiginosamente que al final me he acostumbrado a ello. En lo tecnológico cualquier cosa es posible y por tanto, en cierta forma, previsible. Sin embargo en el arte esta capacidad para sorprenderme la tengo intacta. Sigo viendo y escuchando cosas que me impresionan ya hayan sido concebidas hace un mes o diez siglos, y pienso que eso nunca me dejará de suceder. Leía hace algún tiempo una entrevista a un científico, sí a un científico, que afirmaba que si una civilización del espacio exterior nos visitara, no centrarían su atención en nuestros avances técnicos (que por supuesto les parecerían ridículos) sino en nuestro arte, nuestra música. En la creación, per se intemporal. Sin embargo, parece que últimamente hay que doblegar esfuerzos para justificar la existencia y necesidad del arte y por extensión de las humanidades frente al mundo tecnológico y eminentemente práctico (Véase cualquier libro o charla al respecto del impagable Sir Ken Robinson).
Además, por si no se habían parado a pensarlo, el arte cura, nos consuela en tiempos de tribulación refugiándonos en él pues responde a muchas de nuestras preguntas de forma sencilla. Así lo defienden el filósofo Alain de Botton y el historiador de arte John Armstrong en su libro El arte como terapia (Ed. Phaidon) afirmando que el arte debería servir a las necesidades de la psicología humana tan eficientemente como antaño lo hicieran las creencias religiosas. Algunos teóricos del siglo XIX postularon que la cultura -los ensayos de Platón, las novelas de Jane Austen, los cuadros de Monet o la poesía de Rimbaud- debía ser la nueva religión y llenar el vacío que ésta había dejado en la vida de los hombres. El arte posee la capacidad para compensar nuestras dificultades psicológicas, pues más allá de constituir un objeto de disfrute estético, el arte es un instrumento que sirve a un fin fundamental en nuestra existencia. La calle (1658), de Johannes Vermeer afirma De Botton “muestra que lo ordinario y doméstico puede ser especial sin necesidad de grandes gestos. Es un mensaje de felicidad”. Para algunos el arte sustituye a la religión pero para otros, sin embargo, sirve de fundamento para sus creencias, tal como le escuchaba la semana pasada al gran director de orquesta Nikolaus Harnnoncourt especialista en la música de Bach y que anunció su retirada a los 86 años, que de forma muy bella justificaba la existencia de un ser superior precisamente en la existencia del arte.
Y como estamos en días de propósitos y recomendaciones para 2016 les sugiero algunos: el primero es que no dejaré de ir a ver una exposición por pereza. Hasta abril permanecerá la extraordinaria exposición en el IVAM sobre las Vanguardias históricas europeas de entreguerras en la colección del museo. La exposición “Tiempos de melancolía” hasta principios de febrero en el San Pío V. ¿Todavía no han visitado el Museo Nacional de Cerámica, el del Patriarca o el Centro del Carmen?. Imperdonable. Otro propósito para este año que les propongo, como les decía antes, es perder el miedo a entrar en las galerías. El galerista nunca les va a pedir que le compren nada. Si desde la calle observan algo que les despierta su interés, entren y si tienen alguna duda pregunten… y quién sabe si la obra entra dentro de sus posibilidades. Vale, internet es una enorme herramienta para aprender y disfrutar pero no hay nada como el vivo y el directo a pesar de las estupendas aplicaciones de los museos para aumentar la imagen de cuadro hasta llenar la pantalla con el craquelado de los cuadros. Así que vayan a los museos, patéenselos. Queden con sus amigos, lleven a sus hijos y luego se toman una caña.
Comenzaba esta feliz andadura en Valencia Plaza/Cultur Plaza en pleno mes de agosto gracias a que Carlos Aimeur, de forma un tanto temeraria, apreció que alguna cosa podía decir al respecto. Gracias por una confianza que Eugenio Viñas, también con arrojo, mantiene. Espero estar aportando mi grano de arroz de la Albufera para que el arte esté cada vez más presente en nuestras vidas. Precisamente el embarullado y desasosegante mundo actual reclama todo lo que el arte y la cultura le puede dar.
Leí en cierta ocasión una referencia a una cita de Estefan Zweig que ciertamente no he hallado nunca en su fuente original: “No he conocido un coleccionista que no sea feliz”. Cambien si quieren coleccionista por amante del arte. Zweig era un hombre muy sensato y gran amante de todas las forma de arte. Vivió intensamente pero en lo que respecta a la pervivencia del “mundo de ayer”, que añoraba, era demasiado fatalista y decidió no ver con sus propios ojos un derrumbe que con la barbarie del nazismo veía inevitable, aunque afortunadamente, finalmente no llegó. No permitamos que llegue nunca.