La idiosincrasia valenciana patrocina una de las tradiciones más anacrónicas de la ciudad: los conciertos que acaban más allá de la medianoche
VALENCIA. ¿Quién pergeñó por primera vez aquello de ‘nunca es tarde si la dicha es buena’, y cuánto daño ha hecho en el devenir de la humanidad? ¿Fue antes o después del que inventó el himno cuñadista del ‘más vale tarde que nunca? ¿Cuáles son las dimensiones reales del drama? Ni toda la literatura barata del mundo al servicio de lo tardío es capaz de maquillar la realidad: llegar tarde no encierra ni una partícula de algo bueno. El consuelo de llegar cuando se llega tarde es el consuelo de los mínimos; el consuelo de haber escrito bien el nombre en el examen o el de llegar el último pero haber participado. El consuelo del mérito justo.
Está claro que hay una sutil diferencia entre llegar tarde y empezar tarde; sobre todo cuando hay una neblina socialmente aceptada sobre cuándo comienzan las cosas. Es el caso de los conciertos en Valencia, la mayoría de los cuáles sólo ofrecen una certeza aproximada: es complicado que antes de que acabe el concierto no haya habido un cambio de página en el calendario. El tempraneo de La Rambleta o la puntualidad de locales como Loco Club son las excepciones de uno de los enigmas más valencianos de las últimas décadas que afecta por igual a público, gerentes de salas y los propios músicos.
“Se ha intentado adelantar, y es la pescadilla que se muerde la cola: la gente no acude pronto salvo en conciertos muy puntuales”. Si esto lo dice Jose Casas, Jose Wah-Wah, la frase alcanza el status de sentencia lapidaria. Wah-Wah es uno de esos templos de la música y la calma en Valencia en los que no es extraño salir más allá de la medianoche tras un concierto relativamente largo. “Desde siempre Valencia ha sido una ciudad donde los eventos empiezan bastante tarde con respecto a otras provincias, desde el propio teatro o el cine incluso, no sólo los conciertos”, explica el gerente de Campoamor 52, que diagnostica: “la gente cena más tarde de lo habitual, y ahí empieza a retrasarse todo. Imagino que el clima benigno también influye”.
La paz a la hora de estirar la apertura de puertas y la laxitud en los horarios son una seña de identidad de la Valencia que sobrevivió al cambio de siglo. También en Wah-Wah. “Los hay nerviosos, y tiene su lógica, pues te dicen que no les ha dado tiempo a cenar, que acaban de trabajar tarde y otras razones de bastante peso”, argumenta Casas. El resultado a todas estas cuestiones es ese extraño encanto que convierte en excepción extraordinaria cualquier concierto que empiece antes de las 23h. “Nos debemos al público”, reconoce Lorenzo Melero, de Loco Club: “sería maravilloso programar los conciertos a las 20h, pero las costumbres de la gente son difíciles de cambiar”.
“Entre semana lo tenemos muy claro, antes de la medianoche hay que terminar, por lo que hay que empezar a las 22h suponiendo que no haya teloneros”. Lo que expone Melero suena a las matemáticas básicas de la lógica, pero no es tan común en Valencia. Citas como la de The Drones el pasado 4 de noviembre en 16 Toneladas invita a la sospecha sana: mientras el día anterior, un martes, los australianos habían arrancado a las 21.30 en La2 de Apolo, en Barcelona, en Valencia lo hacían pasadas las 23.30 de la noche, tras dos teloneros. Quizá sea cosa del público, diferente en cada sala. “El público nos lo pide”, explica Melero sobre el caso del Loco: “normalmente es público adulto y al día siguiente hay que levantarse temprano; también hay gente que vive fuera de Valencia, y que un concierto entre semana termine a la 1h es una losa para que al final no vengan”.
“Madrid y Barcelona son ciudades mucho más vivas, con un número de turistas mucho mayor que Valencia. En este tipo de urbes, cualquier sábado la gente ya está de cañas y tapas desde bien pronto: llegan ya con el buche lleno y la cena digerida a esos conciertos más tempraneros”, cuenta Casas, que no cree que la cuestión de los conciertos tardíos sea “algo premeditado”, un as en la manga, seguramente el único, de los locales en tiempos de carestía exacerbada. “No es el motivo fundamental, pero sí influye”, replica Melero: “los fines de semana mucha gente no sale únicamente a un concierto, son reuniones de amigos, cenas,… Y ya sabes lo que pasa con las cenas valencianas: café, copa y puro no se perdonan”.
El representante de Loco Club se cubre las espaldas, por lo que pueda pasar con esa tendencia que en Madrid y Barcelona se abraza con europeísmo. “Estamos trabajando para convertir la sala en un lugar más acogedor, más cómodo, que invite a quedarse. ¿Hay algo mejor que tomarte unas cervezas escuchando buena música? ¿Se puede ofrecer algo mejor? El que realmente aprecia la música se quedará a disfrutarla”, concluye. Por su parte, Casas señala que “en otras provincias, desde bien pronto por la tarde y hasta el cierre, siempre hay público haciendo gasto, tomando algo”, lo que ayuda a mantener cierto rigor en los horarios: “no estaría mal poder estar en su misma tesitura”.
Sin embargo, para el que se pone delante del micro, tocar antes muchas veces puede ser el escenario ideal. “Cuando era más joven pensaba que era un palo: ¿ver un concierto antes de cenar? ¡Pero si no te da tiempo a bufarte! Ahora lo veo muy guay: pruebas a las 18h, tocas a las 20, cenas a las 22h y a medianoche ya tienes todo el trabajo hecho”. Micalet Landete (Senior i El Cor Brutal), encarna a la perfección la figura del músico que ha de someterse a la tradición sin saber por qué. “No sé a los demás, pero a mí actuar a las 23h me trastoca un poco”, explica, y desvela algunos de los daños colaterales detrás de la puerta del backstage: “antes de cantar no puedo comer demasiado, así que tengo que cenar al acabar el concierto, y acabo no cenando”.
“Me lo he preguntado muchas veces”. Landete es de los que, desde que empezó a ir a conciertos, “arreaba el primero de la mesa para llegar a ver al telonero de turno”. De los que van al FIB a primera hora, cuando más hiere el sol, y precisamente cuando peor lo pasa el músico (“demasiado sol y demasiada poca gente”). Por eso precisamente conoce el estado de la cuestión: “aquí la gente valora más hacer una buena sobremesa después de cenar que ir con prisas y no perderse el principio del bolo”. El líder de Senior i El Cor Brutal apela a lo “lúdico y mediterráneo”, y al “dudoso buen hábito de vamos a esperar un poquito a que venga la gente”, pero también a la “incultura musical”.
La diferencia horaria entre los conciertos de festival y los de sala es evidente. “Si es en un festival al uso, tipo Primavera o similar, la franja horaria entre las 22h y las 2h es cuando más público tienes; en cambio, si es en una sala, la cosa cambia”. En todo caso, el cantante lo tiene claro: “a mi edad no dudo en decirte que cuanto más pronto (toque), mejor”. Además, entra en la categoría de obvio, pero no está de más recordar que retrasar casi perennemente el inicio del concierto puede afectar al desarrollo del mismo. “El 90% de las salas tienen un curfew (hora límite para tocar y hacer ruido), así que si tienes un repertorio de 90 minutos y tardas media hora en empezar, solo podrás tocar una horita”, explica Landete.
Desde la sobriedad del otro lado de la barra se ve la cuestión cristalina. Jose Casas sabe que “si las horas de inicio fueran más tempranas, iría menos gente” y, lo que es aún más revelador, “costaría mucho conseguir que el público se adaptase y creyese que los horarios son ciertos”. Melero tampoco vacila. “Todo depende de las preferencias del público; de momento, los fines de semana veo muy complicado modificar los horarios, las costumbres son muy difíciles de cambiar, más cuando hablamos de público adulto con obligaciones familiares o profesionales”.
“Quizás a la larga se consiguiese, pero en estos tiempos duros el coste que acarrearía, sumado a la crisis que sigue vigente, haría aún mas daño a un sector que ya lo está pasando bastante mal”, reconoce Casas: “a corto plazo no, forma parte de la idiosincrasia valenciana”. Una versión más del clásico de ‘el cliente siempre tiene la razón’ que no comparte Senior. “Si los promotores quieren que sigamos yendo a los conciertos que montan, los tendrán que adelantar”, avisa el músico, que lo explica con la sencillez que da la congruencia: “en Valencia, el público de conciertos de rock no se ha regenerado y seguimos siendo los mismos que íbamos hace 20 años, más mayores, con peor forma física y con otros condicionantes (familia, trabajo) que limitan los postconciertos”.