jolín todo

No digas joder, di jolín

28/04/2021 - 

VALÈNCIA. Podría no ser quien dice que es, la persona creadora del ‘jolín’, el ya casi emblema del arte callejero de València. Esta persona lleva gabardina beige, que es la prenda del misterio, o de la bohemia francesa en el cine. Esta persona se oculta tras un periódico viejo en el que hay muchas noticias que nos provocarían decir “¡jolín!”. No quiere que demos su nombre ni mostremos su rostro. Tampoco las manos. Insiste en que las manos y las orejas revelan la identidad. 

Hemos pactado evitar cualquier referencia al género, porque su dibujo, el jolín, es una carita compungida universal. No es hombre ni mujer. Es un ideograma, un signo no lingüístico que representa un concepto global y simple: todo es un fastidio.  

El jolín es una carita compungida universal [...] representa un concepto global y simple: todo es un fastidio. 

“Empecé creo que hace dos años. Me interesaba mucho el formato de la calle. Me parecía muy divertido y considero que para esta expresión necesitaba este tipo de formato. Como todas las personas en la vida, tengo momentos buenos y malos. Igual en un momento difícil encontré en este dibujo un refugio, una terapia. El primero surgió muy natural, lo hice y ya está. He dibujado de siempre y me salió. Tenía que expresar eso”. 

Los jolines tienen vida propia. Ya no son solo estas supuestas manos, que no quieren aparecer, quienes los dibujan. Aparecen en otros rincones de la ciudad, con otros trazos o expresiones. “De repente la gente los rulaba por fotos. Las redes sociales los movieron. Salieron en el periódico, se han asociado a la pandemia. También salió en el trabajo de un fotoperiodista. Se ha ido rulando la imagen. Me encuentro jolines que no son míos”. La obra se desliga de quien la ha creado. “Es un personaje, al final. Creo que la gente también se ha sentido identificada, ha querido como representar eso. Al principio me chocó un poco, pero pienso que es lo que debe pasar”. 

En Instagram apareció jolinesporelmundo, una cuenta que recoge las apariciones de esta manifestación artística y urbana y se pregunta por su autoría. “Yo no conozco quién hay detrás. De hecho bloqueé la cuenta. Me hablaron y quisieron hacer una videollamada, y me agobié. Soy una persona muy reservada. Pero que sigan con sus cosas, me parece muy bien. Me hace gracia. Pero pusieron un manifiesto, que fue apropiarse el jolín. Eso no me hizo tanta gracia, me parece perfecto que alguien se sienta identificado, que quiera usarlo, que lo haga suyo. Pero poner palabras en mi boca no… pero al final, hacer algo que es anónimo, en la calle, que es un formato de todo el mundo es lo que tiene. Decidir qué puede pasar con el jolín no está en mis manos”. 

Hay algo en la sonoridad casi meliflua, pero disconforme, de la palabra ‘jolín’. Capta la atención. Nos vincula con otros seres. También tiene algo del tecnicismo acuñado 1967 por el psicólogo estadounidense Martin Seligman: Indefensión aprendida. Esa impotencia ante una situación que consideramos negativa. Qué se le va a hacer, jolín. 


“Jolín es una palabra que siempre he usado. En mi familia se usa mucho. No es tan agresiva como joder. No me gustan las cosas tan directas. Prefiero algo sutil, una queja que no termina de ser. No quiero decir infantil, porque no es infantil. Todo el mundo usa jolín. Cambia mucho de decir jolín a joder, el matiz es con lo que la gente ha conectado”. 

"Prefiero algo sutil, una queja que no termina de ser. No quiero decir infantil, porque no es infantil"

¿Podría el jolín ser un emblema institucionalizado, pasar de la calle a los museos? “No lo creo. Me gustaría mucho que Correos nunca se enfadara conmigo, porque he puesto muchos en los buzones. Me encantaría que en un futuro dijeran desde la empresa que hiciéramos una colaboración. Sí que lo quiero llevar a otros formatos. Trasladarlo a muebles o ropa. A donde fuera con la idea o concepto que lleva detrás, es un estilo de vida, quiero llevarlo a otras herramientas o formatos para que no se quede solo aquí”. 

Tomar fotografías que desechen el binomio obra-autor no es tan fácil sin caer en los tópicos —gafas oscuras, gorra, pixelados—. Al sumidero la huella autoral, el ego de artista, el reconocimiento. O no. “La policía ha preguntado a conocidos del arte urbano que de quién era el jolín. La situación es algo divertida, yo ni hago graffiti ni hago arte urbano. Está vandalizado y conozco a mucha gente que le han multado. Pero no me preocupa, al final pasará lo que tenga que pasar. Aunque prefiero que se quede en la calle a que afecte a mi vida. Aunque no niego que me gusta el reconocimiento. Es difícil la combinación de anonimato pero reconocimiento”. 

Junto al texto ‘jolín’ a veces parece ‘covid-19’. “Me da un poco de rabia. Entiendo que se conecte el jolín con la pandemia, pero yo lo hacía de antes, para mí no tiene que ver con la pandemia. Entiendo que hay  muchas impotencias y frustraciones todos los días, y que se relaciona. Creo que ahora la gente se ha dado cuenta de esas frustraciones porque toca más de cerca”. 

La persona que dibuja un círculo, una boca triste, dos pequeñas manchas a modo de ojos y tres líneas de expresión o pelos —cada cual que lo interprete como quiera—, también hace murales. Cuando comenzó, tuvo algún problema para que otros muralistas  no le chafaran lo que había pintado. Ahora cuenta que no, que por lo general sus jolines siguen incólumes, salvo cuando sufren ataques de limpieza. En concreto, en la Gran Vía, cerca de la cafetería Aquarium, donde le borran repetidamente. 

Esta persona de la que hablamos tiene otra particularidad —seguro que tiene miles que no se aprecian debajo de la gabardina—: no se siente cómoda con la palabra “artista”. Considera que el término está contaminado, le incomoda. Pero tampoco le da más vueltas. No le mola la palabra ni la etiqueta que representa. “Bastantes etiquetas nos ponen ya. Y también nos autodefinimos demasiado. No me gusta porque llamarse ‘artista’ es un acto narcisista”. 

Al igual que con el tema de la autoría y el anonimato, parece que detrás del rechazo al concepto de ‘artista’, hay una reflexión meditada, puede que internamente conflictiva. No es grave, solo ambigua. Y un poco complicada a la hora de plasmarla en un artículo. Pero no importa, por eso, ante la incomodidad periodística de hacer un texto tan ambiguo como este, no podemos hacer ni decir nada más grave que ‘jolín’.