así fue la presentación del anuario hedonista 2020

El Anuario es una sillita al sol

La presentación del Anuario 2020 fue –y es– la felicidad de la gente

| 16/12/2019 | 3 min, 29 seg

«La felicidad es una sillita al sol», que decía Octavio Paz. Bien sencillo. Cuatro patas, un respaldo y un asiento en el que encontrar la caricia del sol. Antes de Paz, Diógenes de Sinope era el que sólo le pedía a Alejandro Magno y a la vida que nada le tapara el sol. Ayer lunes 16 de diciembre la edición 2020 del Anuario de la Guía Hedonista vio la luz. El sol no, porque el día salió nublado. Tampoco hizo falta, los asistentes e invitados de la presentación irradiaban calor.

170 páginas de amor sincero por la gastronomía, de hedonismo, de felicidad frente a la desazón, del goce de la vida en lugar de esperar a que la huesuda y desnutrida mano de la muerte llame a la puerta. ¿La muerte? La muerte no afecta a los que viven. 

En el escenario del Veles e Vents había cuatro taburetes, que no sillitas. Sobre ellos, Rafa Zafra (Estimar), Begoña Rodrigo (La Salita, Nómada Urban Food), Diego Cabrera (Salmon Guru) y Jesús Terrés. Un tertulia sobre mesas, futuro, felicidad, tribulaciones y oda a esos refugios que son los restaurantes. Emergió una gran frase: «Cocinar tiene que ser serio, comer divertido». Yo recordé esto, de Michel Onfray: «Sólo ríen los que se toman el mundo en serio, precisamente porque se lo toman en serio». La risa es la manifestación más pura y explosiva de la alegría.

Para nosotros –los que hacemos Guía Hedonista– y esperamos que para vosotros –los que la leéis y nos dais tanto cariño– comer es un bombazo, una mascletá de diversión (¡pam, pim, fiuuuuu!). También debería ser un compromiso hacia la seriedad de los que nos dan de comer

Al comenzar la presentación, el director de todo esto habló de respeto, el respeto exacto que se le profesa a la puntualidad con la oftalmóloga, a la cita con el peluquero o al comportamiento impoluto en el despacho del asesor fiscal. Los no-shows –no presentarse a la reserva de un restaurante– es un desprecio a la labor de un restaurante, es escupir a la felicidad de otros comensales. No sé a vosotros, pero a mí, quedarme sin mesa, sin ese preciso placer que sólo saben preparar unos corazones y sólo servir unos cerebros –o viceversa–, me repatea. Pero mucho.  

Ansia de vida. Terminó el sarao y todos los mortales allí presentes –nos consta que otros que no pudieron venir sentían lo mismo– teníamos esa necesidad de beber, besarnos, morder con pasión este mundo. El único. La finalidad y el final literal del Anuario es eso, encontrarnos en la única existencia disponible y consumar «la única venganza que nos queda: beber vinos caros, sucar el plato, pedir extra de queso y follar como la primera vez: con hambre». Terrés dixit

Mañana volveré a arrastrar una butaca, o una sillita, al primer haz de sol que se cuele en casa, seguiré persiguiendo un vida despegada de artificios –he quedado a comer con los michirones de Casa Montaña– y llegaré tarde al trabajo por leer en pijama un Anuario que es para saber en qué restaurantes de València ser intransigente e implacable con la  infelicidad. 

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