Top doce

La Salita

Begoña Rodrigo

Diecisiete años lleva Begoña Rodrigo haciendo magia en un restaurante que es al mismo tiempo abrigo y descaro. A un año de cumplir la mayoría de edad —y a pesar de ser una frase recurrente—, el sueño que ha ido forjando la cocinera con tanto esfuerzo está, no sé  si en su mejor momento, pero sí en uno que es imponente

En casa de mi abuela, la salita era la estancia donde pasaba todo lo importante. Un sofá gastado, una mesa camilla, una estufa de gas en invierno y muchos libros, revistas antiguas y algo de caos. Allí cenábamos, jugábamos de niños y pasábamos las horas hasta que nos mandaba a la cama. Esa habitación era el corazón del hogar, el lugar donde más tiempo pasé con ella. Un espacio que mecía y sanaba. No sé qué tenía en mente Begoña cuando pensó en construir La Salita, pero creo que ha conseguido hacer de su casa esa habitación en la que te sientes en paz.

A ello contribuyen esos platos elegantes y poderosos que hablan por ella y que son al mismo tiempo fruto de su osadía, de su personalidad arrolladora y de muchos años de amor y dedicación por el oficio, pero también es consecuencia de ese equipo del que se ha rodeado que es el que durante las tres horas que pasas allí hacen que andes entre nubes, que vuelvas durante un rato a esa otra salita de tu abuela. La incorporación de Chabe Soler el pasado año a su cocina le ha dado a Begoña la confianza de saber que deja en buenas manos el timón durante el fin de semana para eso tan necesario (y ficticio) en la hostelería que es conciliar. Descansar ella y que su gente pueda hacerlo. Es la única manera de mantener la cohesión en este sector tan volátil. Los sábados y los domingos, La Salita se convierte en L’Hort al Nú con Chabe al frente y el alma de Begoña en cada plato. Un homenaje a la cocina más tradicional que arranca con una oda al aperitivo y a Sot de Chera. 

Aunque sigue siendo una adolescente, por esa energía y ese descaro que ojalá siempre perduren, La Salita ha crecido. Esa evolución le llevó en 2020 a trasladarse a un palacete del siglo XVIII en pleno corazón de Russafa que le ha dado una presencia que la diferencia de todos los grandes restaurantes de la ciudad. Ese patio es único, da lo mismo disfrutarlo en las noches de verano —bajo las estrellas y la brisa que llega del mar— que en los mediodías de invierno —con ese sol que acaricia la cara—.  Sentarse allí con uno de los cócteles que elabora Denis Cherkasov —esa carta de cócteles encierra todos los secretos del universo— es el más puro ejemplo de hedonismo.

En confianza: Un dato importante para las personas que no comen carne ni pescado, Begoña Rodrigo lleva diez años ofreciendo un menú vegetariano. Aunque sigue sin ser la norma, cada vez es más habitual que la alta gastronomía incluya una propuesta basada en alimentos vegetales, pero ella fue la pionera en València.


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Los aperitivos del menú son poesía