VALÈNCIA.- Paco Nadal camina por la emisora de 99.9 Plaza Radio, donde presenta el magacine diario La chistera, convertido en leyenda. A sus espaldas hay una larguísima trayectoria trufada de éxito y popularidad. Pero a sus 75 años, con los pantalones enganchados a unos tirantes y el bigotillo y el pelo ya totalmente blancos, sigue acudiendo a diario a la emisora a trabajar. «El día que no me apetezca, lo dejaré. Pero a mí me pones el canuto delante y yo, feliz». Ya no es la locura de los años noventa, pero aún hay mucha gente que le reconoce por la calle, que le pide una foto y que le recuerda aquellas retransmisiones, tan bizarras como inolvidables, de la lucha libre que los espectadores veían el viernes por la noche y luego, repetidas, el domingo por la mañana. O la Ofrenda. O un partido del Valencia CF. O una partida del Genovés. O uno de esos concursos que sentaban a cientos de miles de personas delante de la televisión en la vieja Canal 9.
Es hijo de un maestro de Alfara de Algimia que las pasó canutas en la Guerra Civil. Al acabar la contienda, después de haber estado preso y de vivir mil perrerías, descubrió que le habían arrebatado los derechos que se había ganado en una oposición y se vio forzado a abrir un colegio privado en València, algo muy poco usual en la época. Fue en el barrio periférico de Benicalap, donde las vías del tren de Llíria hacían de frontera con la huerta y donde los chiquillos como Paco corrían y eran felices empinando el catxirulo. Allí trabajó aquel hombre durante 35 años para sacar a su familia adelante. Hasta que murió pronto, a los 64 años.
Una calle recuerda en el barrio a aquel director del colegio Niño Jesús, Emilio, de donde no se han movido los Nadal. Ni Paco, que vive en la calle Florista, junto a la vía del moderno tranvía, ni sus dos hijas: Lucía y Pilar, dos mujeres que decidieron estudiar Periodismo para seguir el camino del padre y que no tardaron en descubrir que es casi imposible vivir de este oficio como lo disfrutó el locutor y presentador.
Nadal ha comenzado a escribir sus memorias y dice que ya ha llegado a la época de Canal 9. Ya ha redactado los años de la infancia y la adolescencia, los veranos en Alfara y las partidas de pilota, los inviernos en Benicalap y los amigos del barrio, hijos de modestos labradores, que, años después, se hicieron de oro vendiendo los terrenos para la ampliación de la ciudad. Él estudió Magisterio y comenzó a trabajar en el colegio paterno. Después se fue de voluntario a la mili, a Paterna, a la sección de artillería, y mientras lo cuenta se le escapa una sonrisilla. «Es que me lo pasé genial. Yo volvería mañana con los amigos de entonces y me tiraría tres o cuatro meses más».
* Lea el artículo íntegramente en el número 85 (noviembre 2021) de la revista Plaza