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Realidad y ficción de algunas imágenes de la Dana

15/11/2024 - 

VALÈNCIA. A veces, cuando la realidad nos desborda y lo que vemos nos resulta difícil de concebir, el cine viene en nuestra ayuda. Estos días lo hemos oído muchas veces: es un escenario apocalíptico o parece una zona de guerra. Los escenarios apocalípticos, está claro, solo los hemos visto en la pantalla. Y la mayoría de nosotros, los de guerra, afortunadamente, también: en algún documental o informativo y en la ficción de una película o una serie bélica. Y sin embargo, sin tener la experiencia directa, no dudamos en definir así lo que tenemos ante nuestros ojos. 

Entre las primeras imágenes que llegaron de los destrozos de la DANA están las que muestran decenas de coches amontonados en la calle. Una imagen mil veces repetida en películas, series, videojuegos o cómics como Soy leyenda (I am Legend, Francis Lawrence, 2007), Mad Max (George Miller, 1979), The Walking Dead, The Last of us o Estación Once. De hecho, cuando vi la primera de esas fotos, me parecía tan inverosímil que pensé que era un fake y que qué mala sombra quien se hubiera dedicado a hacerla en plena tragedia. Pero no, era dolorosamente real. Y, de hecho, luego llegaron muchas más. 

La ficción se cuela, aunque no queramos, en nuestra percepción de la realidad. Y mucho más cuando sucede algo fuera de lo común que nos descoloca y nos desarma; algo inédito que antes no hemos experimentado. Lo que vemos resuena con las imágenes que están en nuestra cabeza y esa rima ayuda a gestionar la sensación de irrealidad y a digerir lo que está ante nuestros ojos. Y se produce un movimiento de ida y vuelta, del cine a la realidad y de nuevo al cine, porque la nueva realidad vivida dota de sentido y verdad a imágenes que antes eran solo cinematográficas, ficciones, ilusión. Algo parecido sucedió durante la pandemia: vivimos algo nuevo, pero resonó en nuestra memoria audiovisual. 

Un cliché de las películas de catástrofes, el del científico o la experta ninguneados o atacados por los representantes políticos, ha sido ampliamente recordado estos días en redes y artículos: el alcalde minimizando la importancia de la amenaza en Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) o el vulcanólogo intentando que impere la razón en Un pueblo llamado Dante's Peak (Dante's Peak, Roger Donaldson, 1997). Cierto es que los clichés tienen una parte de verdad, surgen de algo que ha sucedido, así que, a lo mejor, ya no toca llamarlo cliché, porque bien real y trágica ha resultado estos días la lamentable y esperemos que punible actitud de Mazón y su (des)gobierno. 

Quizá el título más citado estas semanas ha sido No mires arriba (Don't look up, 2021), la ácida sátira de Adam McKay que ya en su momento despertó mucha controversia y un debate imprescindible, acerca del peligro del negacionismo de la ciencia y el cambio climático y el frívolo papel irresponsable o interesado, según los casos, de gobernantes y medios de comunicación. Creo que no hace falta poner ejemplos, los tenemos bien vívidos y cercanos. 

Siempre que hay una desgracia me llama mucho la atención el uso del adjetivo ‘espectacular’. Lo utilizamos sin percatarnos de su verdadero sentido, de su vínculo con el concepto ‘espectáculo’. Calificar a una explosión, un incendio o, como es el caso, una inundación como espectacular, o la frase ‘nos llegan imágenes espectaculares del desastre’, quizá debería erradicarse. Sí, vivimos, queramos o no, en plena sociedad del espectáculo, pero podemos hacer buen uso del lenguaje, y de la ética, y no contribuir a la frivolización. 

Desgraciadamente, hay quien asume el espectáculo como la única forma de vivir las desgracias, al margen de la verdad y la razón y para sacar tajada, económica o política. Ahí están los medios ultras, los gurús del misterio y la caterva de influencers que han venido a ejercer el postureo del turismo solidario de catástrofes, como lo bautizó certeramente la ilustradora Eva Cortés en un hilo imprescindible de X-Twitter. 

Ruben Gisbert tras mancharse de barro a propósito para el reportaje.

Esas fotos y vídeos de postureo en plena zona cero son un ejemplo de otra índole de la mezcla entre realidad y ficción. De otra índole, porque aquí la ficción no nos está ayudando a ver, sino todo lo contrario. Pura ceremonia de la confusión, esta sí fruto directo de la sociedad del espectáculo. Mezcladas con las imágenes de quienes sí aportan y ejercen la solidaridad y la ayuda de forma sincera y altruista (mil gracias), resultan obscenas en su banalidad y egoísmo. Y emborronan la verdad. 

Claro que hay realidades refractarias a la referencia cinematográfica. Por ejemplo, las imágenes de niños muertos y heridos en Palestina no se parecen a nada de lo que forma nuestra memoria audiovisual. No hay rima posible. No queda otra que enfrentarlas a pelo, sin referentes, en todo su horror. Quizá por eso tanta gente las ignora, a pesar de que jamás un crimen tan horrendo, con culpables claros, ha tenido tanta visibilidad. En este caso, ni la imagen ni la realidad son suficientes. 

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