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La nave de los locos / OPINIÓN

Remember

Como hijo del ‘baby boom’, pertenezco a esa generación de millones de personas que nacieron en los sesenta o principios de los setenta. Ahora nos toca hacer un primer balance de los logros (pocos) y las derrotas (demasiadas). Caemos en el error de idealizar un pasado que no existió. El mercado, con su fino olfato, lo capta y lanza una amplia oferta de nostalgia para consumo rápido    

26/12/2016 - 

El capitalismo, ese sistema tan odioso como imprescindible, crea demandas donde no las había. Nos hace creer que a partir de un momento algo es necesario para nosotros. Así nacen los nuevos negocios, con sus proveedores, intermediarios y clientes. Los hay con un gran potencial de crecimiento, como el de los vientres de alquiler (y si no que se lo digan al cantante hispano-italiano Miguel B.), y los hay que han entrado en una fase de madurez. Entre estos últimos figura el negocio del remember.

Por mi edad debo reunir el perfil de comprador en este mercado de las emociones. Como hijo del baby boom, pertenezco a una amplia cartera de clientes, millones de personas que nacieron en los años sesenta y la primera mitad de los sesenta. Todos hemos llegado a los cuarenta, edad a la que, según sostienen los entendidos, se vive una crisis personal. Tengo para mí que la viviré a los cincuenta; me noto los primeros síntomas pero no quiero desviarme del asunto de este artículo, que me conozco.

Esta generación de cuarentones siente extrañeza con el mundo que se avecina. Nos lanzaron a la vida cuando el general daba sus últimos coletazos como dictador. Imagínense si ha pasado tiempo desde entonces. Conocíamos cómo funcionaba el mundo, aceptábamos sus reglas aunque nos parecieran injustas; eso nos hacía sentirnos seguros, pero aquellas reglas ya no nos sirven, lamentablemente. Esa manera de comportarnos es hoy tan inútil como prepararse para ser empleado de Telégrafos.

Con más de la mitad de la existencia gastada, nos toca hacer un primer balance sobre los logros (pocos) y las derrotas (demasiadas). Caemos en el error humano, demasiado humano, de idealizar un pasado que nunca existió. Ese pasado es un balón rodando alocadamente por el patio de un colegio, o un beso furtivo con la primera novia en un parque solitario. En ese instante la nostalgia entra por alguna rendija de nuestra memoria. El mercado, con su fino olfato, lo capta y se pone a desarrollar un producto para venderlo. Con precios adaptados a todos los bolsillos, lanza una amplia oferta de oferta de nostalgia para consumo rápido.

El negocio de la melancolía funciona

El negocio de la melancolía funciona, con crecimientos anuales de dos dígitos. Se publican libros sobre la EGB (¡qué suerte no haber estudiado con la Logse!); Nacha Pop anuncia disco al cabo de un largo silencio; hay emisoras que dedican toda su programación a la música de los ochenta y noventa; José Coll y sus dobles nos acompañan por la mañana, la tarde, la noche y la madrugada. En fin, este comercio legal de recuerdos reporta suculentos beneficios.

Cuando el presente duele y ofende como ahora, es comprensible escarbar entre los escombros del pasado para intentar recuperar las ilusiones perdidas

Lo constaté una tarde de diciembre cuando entré en unos grandes almacenes de Valencia y vi a Chimo Bayo firmando ejemplares de su libro No iba a salir y me lie, escrito junto con Emma Zafón. A Chimo, que vestía una casaca estilo napoleónico y ocultaba su mirada con una gafas psicodélicas, se le notaba eufórico por la cola de fans que esperaban a que les firmase el libro. Me quedé observando la escena unos minutos y pensé: ¿Hice bien en ser un chico formal en mi adolescencia y primera juventud? ¿Mereció la pena tanta contención?

Vecino de una ciudad del interior, nunca viví —aunque me lo contaron— la movida valenciana. Tenía compañeros de COU que cogían el coche cada viernes y no regresaban hasta el domingo, después de haber hecho la ruta del bakalao. Iban a Spook, Chocolate o Barraca. Yo, que tuve siempre algo de pijo reprimido, sentía envidia de ellos los lunes cuando los veía ojerosos en clase. Me tenía que conformar escuchando a Video, Betty Troupe y Comité Cisne en mi radiocasete. Alguno de estos compañeros murió y los otros se casaron, tienen niños puñeteros y hoy se dan a la vida sana yendo al gimnasio para rebajar su tripita cervecera.

 ¿Hice bien en no pervertirme, siquiera un poquito, en aquellos mis años mozos? No lo sé y tampoco importa. La vida no admite moviolas. Pero cuando el presente duele y ofende como ahora, es comprensible escarbar entre los escombros del pasado para intentar recuperar las ilusiones perdidas. Rara vez el milagro se obra pero cuando esto sucede y encontramos la pepita de oro, te acuerdas de lo feliz que fuiste imitando a Simon LeBon. Te ponías mechas en el flequillo con agua oxigenada, y convenciste a tu madre para que te comprara un suéter con hombreras. Se nota que fui un nuevo romántico, ¿verdad?

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