VALENCIA. El de hoy es uno de los tantos recorridos temáticos que nuestra ciudad nos ofrece. Recuerdo algo que, en un par de ocasiones, le escuché al catedrático de historia del arte y fotógrafo Joaquín Bérchez. Venía a decir algo así como que, quizás Valencia no sea una ciudad de espectaculares hitos monumentales, pero cualquier amante del arte o estudioso tienen la gran suerte de estar rodeado de excelentes e innumerables ejemplos en toda clase de estilos, motivos y técnicas, sin necesidad de tener que viajar fuera. A lo que yo añadiría que, también, a quien ha de escribir periódicamente sobre estos temas, afortunadamente la ciudad nos ofrece material valioso y ejemplos de lo más variado. Sólo hay que ser un poco curioso y tener algo de memoria.
Se me ocurrió hace unos días, observando varias piezas de cerámica valenciana: un azulejo barroco del siglo XVIII, que representa un grotesco mascarón, y otros del XIX con dos felinos de apariencia un tanto libre y fantasiosa en cuanto a su morfología, que uno de esos recorridos callejeros a los que me refería, podría tener una excusa entre zoológica y fantástica. A veces, la contaminación visual, el ruido ambiental de esta mediterránea ciudad no ayuda a detenerse y degustar ese mundo decorativo agazapado, y de acusada peculiaridad.
Partiendo desde el “centro del centro”, es indudable que la célebre “cotorra del mercat” y su vecino y rival en las alturas conocido como “pardalot de Sant Joan” otorgan al extraordinario triángulo formado por la Lonja, la iglesia de los Santos Juanes y el Mercado Central una buena dosis de encanto y tipicidad. Siempre me he preguntado el tamaño de aquella ave que, sobre la gran cúpula del mercado, parece tener considerables dimensiones. La respuesta gráfica la tuve no hace mucho, cuando descubrí en la red una impagable fotografía del citado bicho, antes de ser izado a su definitivo emplazamiento en el vértice de la cúpula, en la que la cabalgaban nada menos que siete niñas. Se dice que la condición de cotorra alude a que en los mercados además de ser lugares en los que casi todo se vende, lo es también de dimes y diretes, cotilleos y chismes, y la cotorra viene a ser el símbolo de ese otro mundo del boca-oído. El pardalot de Sant Joan también tiene su historia, en este caso triste, pues se cuenta que cuando una paupérrima familia era incapaz de mantener a un hijo, el padre lo llevaba a la plaza del mercado: “mira, hijo, el pardalot de Sant Joan cómo se mueve”. El niño embelesado se ensimismaba en su contemplación, momento en que el progenitor aprovechaba para hacer un quiebro por las callejuelas y abandonarlo a su suerte. Al parecer muchos tenderos de la zona acababan acogiendo a estos chavales para que trabajasen a sus órdenes. De esta triste circunstancia se hizo eco Blasco Ibañez en su novela Arroz y Tartana.
Muchos de los más conocidos edificios góticos lleva a cabo todo un alarde exhibicionista de figuras entre humanas y animales, personajes de lo más bizarro. Sin ir más lejos vayamos a la colección de gárgolas que emergen de los muros de la Catedral, de la Lonja o de las Torres de Serranos entre humanas y animales, entre reales y fantásticas. De muchas puertas de casas señoriales pendían extraordinarias aldabas en hierro forjado zoomorfos con formas de perrillos, peces, lagartos o dragones. Difícilmente identificable es la extraña criatura que surge de la piedra en una de las jambas de la portada trasera de la lonja, la recayente a la calle homónima. Un ser de apariencia monstruosa que no descarto que haya sido inspiración para una de las sagas más celebérrimas del séptimo arte. Les suena, ¿no?. Y en fin, ¿Quién no conoce los tres atlantes que sujetan uno de los contrafuertes de la iglesia de San Martín?. Ya tardan.
Viajando en el tiempo hasta los albores del siglo XX, es en una de las entradas al llamado primer ensanche, concretamente en el chaflán que conforman la concurrencia de las calles Sorní y Jorge Juan, donde se encuentra la popularmente conocida como Casa de los Dragones por la existencia de estos animales fantásticos en su fachada. Un edificio que situado en otra zona no pasaría desapercibido, y que su situación rodeado de comercios y bullicio le hace pasar un tanto desapercibido a pesar de su exacerbado decorativismo entre modernista y neogótico, muy a la moda del momento.
El murciélago por razones de sobra conocidas, es quizás una de las especies con mayor número de avistamientos en la ciudad. En la calle Trinquete Caballeros se encuentra la sede de la institución valencianista Lo Rat Penat, que en clara alusión a su denominación situó en la esquina del señorial edificio que ocupa, una interesante versión modernizada a través de la simplificación de este mamífero alado, obra del escultor Nassio Bayarri.
Otro ejemplo de “rata penada” que hasta hace pocos días desconocía y que gracias a la inestimable ayuda de quienes conocen palmo a palmo la ciudad, me lo han chivado, se encuentra en el remate del edificio que en su día acogió el popular cine Levante, situado en el número 241 de la avenida del puerto. El edificio se encuentra en estado de abandono, por lo que este elemento decorativo se encuentra, lamentablemente, a merced de los acontecimientos futuros más impredecibles.
La animalaria se hace presente en su máxima expresión en la iglesia del Patriarca. Fue un clásico recuerdo de la infancia de muchos niños valencianos cuando, usualmente nuestro padre, nos llevaba a ver el “dragón” del Patriarca que pendía como una salamandra gigante de una de las paredes del vestíbulo del imponente complejo. La leyenda cuenta que este pobre animal no tenía nada mejor que hacer que vivir a orillas del rio Turia con el consiguiente pánico que provocaba en los lugareños que rondaban su territorio.
Por si fuera poco, los vecinos y sus chismorreos cada vez más exagerados, incrementaban las proporciones del animal hasta convertirlo en un enorme dragón, hasta que apareció un joven cargado de valor que lo redujo por medio de una armadura cubierta de espejos que provocaron la ceguera del pobre animal, al que mató sin pensarlo de un certero golpe. Esta es la leyenda, llena de encanto y misterio. Ahora la realidad, algo decepcionante: la verdad incontestable y documentada es que el reptil fue un regalo del Virrey del Perú al fundador del Colegio, el Patriarca Ribera y la simbología del caimán, por ser un vertebrado que carece de lengua, tenía que ver con el silencio que debía presidir el día a día del Real Colegio.
Extramuros, sorprenden las erróneamente llamadas “gárgolas”, obra del escultor Joan Martí, que en forma de cuatro temibles guardianes alados, presiden las márgenes del puente de Reino (1.999) proyecto del arquitecto Salvador Monleón y que es la, prolongación de la avenida Reino de Valencia más allá del cauce del rio Turia hacia el mar. Llaman la atención por su potencia y su actitud desafiante recordándonos la estética de la imaginaria ciudad de Gotham. En un estilo neo-decó las esculturas se encuentran perfectamente integradas en el paisaje de la nueva Valencia en expansión, que deja entrever el inicio del complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Aunque en este caso su función no es esta, antiguamente se colocaban imágenes de santos protectores en estos mismos lugares con el fin de que protegieran la estructura del puente en construcción y que una vez retiradas las cimbras (estructuras de madera que aguantan los arcos mientras estos se levantan), los arcos de los puentes no se vinieran abajo.