VALÈNCIA. Los grandes problemas de la sociedad casi nunca son nuevos, sino que arrastran una genealogía de denuncias, derrotas, y también victorias colectivas. En 1972, València ya se asomaba a ser una “ciudad-monstruo” (unas palabras de Salvador Pascual Gimeno, un arquitecto que alertó entonces de la degradación del aspecto humanista de la urbe, a pesar de ser un hombre del régimen con intereses inmobiliarios). La “ciudad-monstruo” eran entonces tres grandes amenazas al espacio público: la gran autopista en la que se convertiría València dedicando el antiguo cauce del río Túria a seis carriles de tráfico rodado; el plan del Saler, que iba a urbanizar todo; y la destrucción patrimonial progresiva del centro histórico.
De aquella “ciudad-monstruo” del 72 surgieron las primeras dudas ciudadanas, que cegadas por el progreso y el márketing del Régimen, poca resistencia habían ejercido hasta entonces para parar los cambios traumáticos que vivía la ciudad en las últimas décadas. Manuel Sanchis Guarner fue uno de los pioneros en sembrar la duda con la publicación, también en el 72, de La ciutat de València: síntesi d'història i de geografia urbana, un libro que repasa de manera rigurosa y emocionante la esencia de la identidad de la ciudad desde la época romana hasta su contemporaneidad. La Nau recoge ahora, en dos exposiciones diferentes, la huella de aquella obra.
Cap a la ciutat monstre busca poner al público en aquella marca temporal de inflexión, en 1972, para observar desde ahí cómo el pasado y el presente que dibujaba Sanchis Guarner escondía una fuerte resonancia en el futuro de la ciudad. Preguntarse qué es València significaba, en realidad, denunciar que lo que fuera estaba en peligro. Destaca en la muestra una maqueta hecha en madera que recoge los edificios derribados entre la década de los 40 y los 80 en el centro histórico de la ciudad. No solo es una catalogación (que su comisario Josep Vicent Boira disculpa no ser tan completo como podría), es una obra en sí, realizada con la madera de aquellos edificios desaparecidos.
Varias esculturas de aquella época, o carteles de los eventos populares de aquella València de los 70 sitúan a la ciudad en aquella España de la encrucijada entre la modernidad y el nacionalcatolicismo del franquismo. Los dos mundos vivían en la misma ciudad, pero también los dos apuntaban al cemento como vía de escape para el progreso de la ciudad. Solo la conciencia ciudadana logró parar algunos de los símbolos de esa futura ciudad-monstruo, que nunca dejó de amenazar con instaurarse, a través de proyectos megalómanos de Calatrava, o la ampliación de la avenida Blasco Ibáñez, o un puñado de planes urbanísticos impulsados en barrios que temen la gentrificación y la pérdida de edificios emblemáticos, que han perdido su supuesta utilidad y que se abocan a ser hoteles o residencias de estudiantes.
La exposición se completa un visión muy didáctica que busca ser testigo de la transformación acelarada de la ciudad. Unos señores a los que les acaban de expropiar sus terrenos para ejecutar el Plan Sur hablan convencidos de la satisfacción del bien común, en una actuación que fue especialmente invasiva con el territorio. Las fotografías de la construcción del centro comercial de El Corte Inglés en Pintor Sorolla también hablan en voz alta de las aspiraciones de aquella València, que parecía querer hacer borrón y cuenta nueva, y que Sanchis Guarner quiso poner en valor para que el progreso no se llevara a cabo a costa de la identidad de la ciudad.
Realizando las investigaciones para esta exposición, Josep Vicent Boira hizo un hallazgo que ha provocado una segunda muestra: en el manuscrito de La ciutat de València, Sanchis Guarner incluyó hasta un centenar de dibujos que hizo de diferentes elementos de la ciudad, desde obras de arte como el mural de los seis diputados del Saló de Les Corts en el Palau de la Generalitat, hasta la Finca Roja. El trazo es rápido pero sintético, preciso, como el texto que lo acompañaba. Las ilustraciones nunca salieron a la luz, a diferencia del manuscrito, y La Nau ha querido habilitar la Sala Oberta para exponerlos por primera vez.
Las dos exposiciones tienen un catálogo editado. En el caso de Cap a la ciutat monstre, sirve para recoger una serie de textos que vienen a actualizar el trabajo de Sanchis Guarner, explicando la ciudad desde 1972 hasta la actualidad con la mirada del filólogo e historiador. La Universitat de València aprovechará para reeditar La ciutat de València, que tanto Ester Alba, vicerrectora de cultura, como el catedrático y comisario de la muestra, Josep Vicent Boira, no han dudado de tachar como uno de los más importante de su lúcida carrera intelectual.