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Santiago Posteguillo: “No hay que cambiar la historia para que sea entretenida; ya lo es”

16/12/2018 - 

VALÈNCIA. Una podría perder la noción del tiempo escuchando hablar a Santiago Posteguillo (València, 1967) sobre la Antigua Roma. Recién aterrizado de México, y a punto de poner el broche a la gira de su merecido Premio Planeta 2018, vuelve a su València natal (y en concreto, al histórico edificio de La Nau) para hablar sobre su última novela: Yo, Julia. Esta narra parte de la vida de Julia Domna, la emperatriz más poderosa de Roma y una de las figuras más interesantes de la historia por diversos motivos.

“Al personaje lo construyo desde la admiración”, reconoce Posteguillo, que también admite que ha despertado en él, incluso, un punto de simpatía. “Y eso que intento no idealizarla, porque el hecho de que aplicara la misma violencia que los hombres no quiere decir que no fuera eso: violencia”, indica. Julia Domna, tan inteligente como bella, utilizaba todas sus capacidades para lograr sus objetivos, desde rodearse de gente más inteligente para obtener sabios consejos hasta emplear su propia sexualidad. “La acabaron llamando la ‘emperatriz filósofa’”, añade el escritor de también célebres novelas históricas como Africanus: el hijo del cónsul, o Trilogía de Trajano.

La Antigua Roma y el presente se separan por muchos siglos de diferencia, pero entre ambos Posteguillo sabe tejer (con maestría) interesantes paralelismos. “Julia no tenía complejos; no como ahora, donde los políticos mediocres se rodean de gente todavía más mediocre”, apunta en una de las reflexiones que lanza, directamente, a las altas esferas del poder. Y no es la única.

En cualquier caso, resulta evidente que no nos alejamos tanto de nuestros antepasados romanos: hablamos una derivación del latín; nuestras leyes proceden del derecho romano; e incluso hacemos la siesta porque en la hora sexta los romanos descansaban. “La historia romana explica muy bien cómo somos y quiénes somos ahora y; cuanto mejor entendamos de dónde venimos, mejor comprenderemos dónde estamos y podremos tomar mejores decisiones para el futuro”, agrega.

No por significativa la historia romana carece de elementos de interés. “Novelísticamente da mucho juego: carreras de cuadrigas, gladiadores, gladiadoras, emperadores, emperatrices, guardias pretorianas, asesinatos, magnicidios, batallas, asedios, guerras civiles… Lo que quieras. La combinación de que novelísticamente es muy intenso y que históricamente me parece muy relevante es el motivo por el que me interesa tanto”, concluye el escritor con una emoción que también se vertebra a través de sus letras.

Dicen que la historia la escriben los vencedores. La más novelística, apasionante y desbordante la firma Posteguillo. Y por eso leerle (o escucharle) fascina y deleita a partes iguales.

-En Yo, Julia hay una reivindicación de la figura de la mujer; y, aunque es cierto que la mujer libre de la Antigua Roma tenía derechos como el divorcio o el aborto, la sociedad era más bien machista…
-Muy machista. De hecho, la mujer podía tener este tipo de derechos que, si lo piensas bien, se reducían al ámbito privado. Pero tenían totalmente vedado el acceso al ámbito público.

Lo explica muy bien la catedrática de Cambridge, Mary Beard, en su libro Mujeres y poder (muy interesante) al citar desde dónde empieza este machismo: desde el mundo clásico. En la Odisea, vemos el ejemplo de Penélope, que aparece supuestamente tejiendo y destejiendo, pero realmente estaba gobernando como regente el reino de Ítaca; y, además, quitándose de encima a todos los plastas que la acechaban y que solo querían casarse con ella para ser ellos los reyes. En mitad de todo esto, va a hablar un día en público y el renacuajo de su hijo de 16 años, Telémaco, le dice: “Cállate, madre, que hablar en público es cosa de hombres”. Imagina que hoy pasara eso. Habría una respuesta por parte de la madre: “¿Y tú de qué vas, niño?”.

Esta escena marca muy bien dónde estaba la mujer. Y Mary Beard sostiene que desde entonces hasta ahora. A Julia, de hecho, la detestaban las élites romanas. Y yo contra todo eso, francamente, me rebelo.

-De hecho, es Mary Beard quien señaló que el “99% de las veces que leía algo sobre una mujer poderosa de la Antigüedad eran críticas”. ¿Por qué algunos atributos solo parecen positivos cuando los ostentan hombres?
-Totalmente. Y Julio César, ¿qué? ¿no era ambicioso? ¿Y Napoleón? Y luego viene el rollo: “¿Pero fue buena madre?”. ¿Y Julio César fue buen padre? Porque creo que Napoleón dejó a su hijo en Viena y pasó de él como de las patatas. A las mujeres se les exige unas cosas… Hay otro historiador británico, Tremlett, que cuando habla sobre Isabel la Católica y otras reinas comenta que a la mujer nunca se la ha perdonado que utilice en la historia el mismo nivel de violencia que un hombre.

Julia no la utiliza directamente, pero sí promueve la misma violencia que otros hombres poderosos de Roma. “Es una intrigante, una insidiosa…”. No: juega con las mismas cartas. Y ella se aplica a sí misma las mismas reglas que se aplican estos poderosos de Roma.

-¿Qué límites tiene la ficción histórica? 
-La ficción entra en aquella parte privada que no queda reflejada en los textos históricos. Si volvemos a Julia: sabemos que se llevaba muy bien con Septimio Severo; el suyo es el primer matrimonio imperial enamorado en doscientos años. Evidentemente no están registrados sus diálogos personales ni cuando están intimando en el lecho, pero si lo cuento en la novela, le vamos a dar un poco de chispa y vamos a hacer que los personajes sean más humanos. La gente no solo lee datos históricos, sino que vive la historia.

Septimio Severo, antes de entrar en combate, tuvo que hablar con sus generales y explicarles la estrategia. Y seguro que le pudieron preguntar, rebatir algún tema del combate… En esa novelización es donde entra la parte de ficción que lo es en la medida en que no está registrado exactamente cómo tiene lugar esas escenas, pero pudo haber sido histórico. Haber sucedido tal cual. Una novela histórica (como las mías) te cuentan lo que pasó y, respecto a lo que no estamos seguro de cómo pasó, plantea hipótesis probables.

-Según cita Jon Solomon (en su libro Peplum. El mundo antiguo en el cine), Cicerón dijo: “Sin duda, está permitido que los oradores mientan sobre aspectos históricos para poder hablar con más sutileza”. ¿Veracidad o atractivo de la obra: qué pesa más?
-Creo que no hay que renunciar a ninguna de las dos cosas. Ese es el tipo de novela que intento hacer. Trato de que la veracidad sea muy sustantiva, pero si me pones un revólver en la cabeza y me obligas a elegir: lo más importante siempre es cómo lo cuentes. Es novela histórica; el núcleo del sintagma es novela. Yo no soy historiador; soy escritor. Ahora bien: creo que podemos llevar de la mano la historicidad.

Hay que buscar la forma de que cuando alguien entre en Wikipedia y ponga “Julia Domna”, se lea los datos históricos y, pese a todo, le pueda entretener la novela. Me paso mucho tiempo pensando en cómo voy a contar la historia antes de escribir una línea. Y hay que hacerlo de manera interesante.

Un personaje como Jesucristo. Si Benicio del Toro decidiera hacer una película sobre él, ¿a qué mucha gente iría a verla? Porque es un tío que tiene una manera de contar las cosas muy especiales. La historia, después de todo, ya la conocemos. El cómo se cuentan las cosas es lo importante.

-También tenemos el ejemplo de conocidas películas como Gladiator que han encendido las críticas de más de uno por su poca rigurosidad histórica… 
-Hay licencias artísticas y barbaridades, directamente. Mi opinión sobre Gladiator es que es un gran espectáculo visual, entretenido, al que además le estoy agradecido porque despierta el interés de la gente otra vez por Roma. Pero no entiendo por qué se inventan cosas como que Cómodo (que sí, era un miserable) mate a su padre. Históricamente hace muchas cosas, pero esa precisamente no. Y ves la película y empieza así: Joaquin Phoenix matando a Richard Harris, que encarna a Marco Aurelio.

Eso me duele. No hay que cambiar la historia para que sea entretenida; ya lo es de por sí. Por eso me molesta. Es difícil ir a ver una película histórica.

-¿Cuál es tu proceso de documentación? 
-Primero, tengo que encontrar a un personaje que me enamore porque luego me paso años con el mismo. A continuación, lo tengo que documentar desde las fuentes clásicas (en el caso de Julia, desde Aurelio Víctor hasta la Historia Augusta pasando por otras); y después desde las modernas (la mayoría en este caso han sido mujeres, como la profesora Barbara Levick, que ha escrito la mejor biografía sobre Julia). Después de eso: fuentes arqueológicas, numismática (las monedas dan mucha información), los títulos de la persona… Incluso viajar a los lugares que se puede. Y también festivales de recreación histórica además de museos.

A partir de ahí, filtro los datos para utilizar lo estrictamente necesario para la trama. Hay que desechar mucho. Soy consciente de que las novelas de por sí ya son las largas, pero si se supiera todo lo que quito… 

-Se ha hablado mucho del libro en papel y su homólogo digital, el ebook. ¿Cómo valoras el libro de papel en la actualidad? ¿Y la piratería de los libros digitales?
-El libro electrónico es otra forma de leer y me parece perfecta siempre que sea legal. Es un formato que se pensaba que acabaría con el libro en papel y los datos ya nos certifican que no es así: en Estados Unidos el libro papel está volviendo a subir y el electrónico bajando. Si eso está pasando en uno de los países más digitalizados del mundo es evidente que es lo que va a pasar en todas partes. Otra cosa que está creciendo es el audiolibro. Habrá que ver su evolución. Pero el libro en papel va a seguir y por mucho tiempo.

Otra cosa es la piratería. Se piensa normalmente en la piratería digital, pero en Latinoamérica hay mucha en papel: fotocopiando libros o imprimiendo en imprentas piratas. La piratería roba. Y eso está mal, es ilegal. Yo pago el 52% de todo lo que gano de impuestos y me gustaría que no me robaran. Personalmente, me molesta bastante. Y eso que, como estoy en una situación de privilegio porque vendo muchos libros, si me roban 30.000€ al año; pues bueno, qué le voy a hacer. Pero si a la persona que ingresa quizá 18.000€ por derechos de autor, se le roba 4.000… molesta. Bastante. Y que los gobiernos de todo tipo, signo y condición de este país no hagan nada en este aspecto es porque son unos miserables.

-¿Qué se podría hacer al respecto?
-Lo mismo que hacen en Francia. Allí, cuando accedes a contenidos ilegales, te cortan Internet en casa. Es fácil. “Me puedo poner otra cuenta…”; sí, pero con tu nombre ya no. Es un problema bastante incómodo.

También está la multa: ¿Cuántos estudiantes Erasmus han venido a España con una multa bajo el brazo cuando se han ido de Alemania? Por descargarse contenido ilegal. Al final dicen: “Cuando vuelva a España por Navidad ya me lo bajaré”. Tanto que ponen de modelo a Francia o Alemania, ¿por qué no lo son para todo? Corta Internet al que se baje contenidos ilegales y punto. Otra cosa muy interesante que hacen en Alemania es dar becas, no solo para comprar libros de texto, sino también para adquirir novelas.

Estoy de los políticos hasta el gorro: no hacen más que llenarse la boca de palabras y luego no hacen nunca nada de lo que dicen con respecto a la cultura. Recortan los presupuestos de las bibliotecas públicas. A mí me gustaría que los periodistas (y lo digo siempre, es un propósito particular que tengo) les pudierais preguntar a los políticos: cuál es la última novela que han leído; la última obra de teatro a la que han asistido; la última ópera; ballet; la última película o serie de televisión que han visto… Veríamos cuántos silencios esclarificadores recibimos.

Nos quieren ignorantes. De acuerdo. Pero sabemos lo que están haciendo. Yo soy muy consciente de ello.

-Podrías dedicarte solo a escribir, pero en ningún momento has abandonado tu faceta de profesor universitario. ¿Por qué te apasiona tanto dar clases? 
-Hay varios motivos; sobre todo, por romper la burbuja. Y me explico: los políticos se meten en una burbuja absurda donde ya no tienen ninguna noción de la realidad. En mi caso, que ahora mismo estoy teniendo una relativa popularidad; me dedico a dar conferencias donde viene gente a la que le gusta lo que haces y te lo dicen; firmas libros; se hacen fotos contigo; vas de promoción y hay una cola de gente esperando… todo eso hace que te puedas volver un poco tontito.

En cambio, si mañana me levanto otra vez a las seis y media, me voy a la universidad, doy mis cuatro horas de clase, veo si los estudiantes están decepcionados o animados en función del mercado laboral y las posibilidades que ofrece; compruebo que el tren de Cercanías se ha ido deteriorando en los últimos 26 años en los que lo llevo cogiendo de València y Castellón (por mucho que se hable del Corredor Mediterráneo, que no existe)… estoy muy atado a la realidad y eso me ayuda mucho. Para escribir tienes que estar atado a tu contexto real, incluso si luego quieres escribir de otros del pasado.

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