VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Saquean nuestros bancos... también en la ficción: los atracos festivos a la valenciana

O cómo los fastos de las fiestas son el mejor contexto para (intentar) vaciar un banco de València

19/10/2019 - 

VALÈNCIA. Estaremos de acuerdo en que cuando, literaria o cinematográficamente, una ciudad se convierte en escenario de atraco al banco es que hay un empaque, una autoconciencia de ciudad, una cierta sensación de normalidad urbana. No se puede aspirar a la centralidad sin un gran atraco a un banco entre tus carnes.  

Nos ha ocurrido, a València, que en lugar de hablar de atracos a bancos, de convertirlos en carnaza para el entretenimiento, tuvimos que entretenernos con las cajas saqueadas desde dentro. 

Pero avanzamos. Hay otra ciudad, la de los verdaderos intentos arrojados de vaciar los bancos. Curiosamente, pura antropología, los más legendarios aprovecharon los fastos festivos de València para dar el golpe. 

Una geografía improvisada de los atracos bancarios del siglo (uno cada cien años) nos ubica entre la calle Barcas y Poeta Querol. Al paso de Pascual y Genís. Por la calle del Mar al cruce con la plaza de Sant Vicent Ferrer. Los escondrijos de la pequeña city.

En las inmediaciones entre la plaza del Ayuntamiento y el callejero financiero de València, Messié y Llargo, escudados por su equipo repleto de preguntas, escudriñan la manera de arramblar con el botín del banco Intrans. 1.500 millones de pesetas. Su plan, adentrarse en la primera mascletà fallera del año 1983, con el estruendo como mejor antifaz y el tumulto como garantía de discreción. Es la trama que ensambla Poder contar-ho, la nueva novela de Ferran Torrent. El periodista Marc Sendra arremolina las pistas en una novela que bascula alrededor de los diez minutos que los atracadores se dan para acometer el gran atraco fallero.

Cerca de allí, justo entre la calle Barcas -una vía de regusto gángster que todavía no ha asumido su noble condición- y el Banco de Valencia, en una matinal jarreando, seis hombres armados asaltan la sede central del banco tras cavar un túnel por el que deberían escapar. No contemplaron que la lluvia les bloquearía su vía de salida. Fue el argumento de Cien años de perdón, película de Daniel Calparsoro

Hasta aquí la ficción. Son el reverso novelesco de dos atracos reales que impactaron en la sociedad valenciana de finales del XIX y del XX. Los dos, qué ironía sociofestiva, buscaron en el ruido celebratorio su mejor alianza.

1871 en la sucursal del Banco de España, en la calle del Mar con la plaza San Vicent Ferrer. Los bandoleros valencianos Josep-Ramon y Enric Seguí, stars criminales como esbozados por Scorsese, llevaban meses en València preparando un asalto a golpe de pico y pala. Desde la actual Pascual y Genís, donde habían alquilado una casa, hasta la sucursal, el conducto subterráneo les debía aupar a los cerca de 15 millones de reales, “entre 187 y 200 millones de euros", señaló el experto en los hermanos Seguí, Manel Arcos (autor de Gaianes-Xàtiva, un viatge sense retorn), para este diario

La fiesta de Sant Vicent Ferrer del 17 de abril debía ser el desenlace perfecto para los Seguí y su cuadrilla. Jolgorio por fuera, saqueo por dentro. Qué podía salir mal. 49 días antes un vecino con el oído fino captó las señales, puso en sobreaviso a la policía y, desde entonces, solo hubo que esperar. “Los Seguí y sus compañeros no lo sabían, pero cada palada de tierra, cada martillazo, cada metro de túnel ganado era un metro que perdían de libertad”, escribía Carlos Aimeur

La historia, de película, se completa con el mar de dudas en torno a por qué robaban los Seguí, si de verdad eran ciertas las especulaciones sobre el carácter político de la misión; sobre cómo aquellos forajidos de Gaianes, en su primera vez en València, tuvieron una prolífica red de apoyos. También da buena muestra del habitual desaprovechamiento literario al respecto del acercamiento de la periferia rural valenciana hacia su capital, esa complejo viaje iniciático. 

1992 en la plaza del Ajuntament. La trama de la nueva novela de Ferran Torrent, 27 años antes de su publicación, tomaba cuerpo. “Dos atracadores armados con revólveres, uno de ellos elegantemente vestido y otro con un mono de mecánico, se llevaron ayer más de 100 millones de pesetas de la oficina central del Banco Exterior de España en Valencia. Los dos asaltantes abandonaron el banco -situado en pleno centro de la ciudad- a pie, minutos antes de que la policía cercase la zona creyendo que todavía se hallaban dentro. Los atracadores, que lograron huir con el botín, aprovecharon el ruido y la confusión que produce la tradicional mascletà de Fallas, que se celebraba a unos 200 metros del banco, entre las 14 y las 14.05. El asalto se produjo sin víctima”, relataba entonces Maria Josep Serra en El País.

Atracar un banco un 9 de marzo a las 14 horas junto a la plaza, al grito de Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà. Encajar la incursión en los cinco minutos pirotécnicos, llevándose más de cien millones de pesetas tras bajar en ascensor a la cámara acorazada, forzar a dos empleados a que la abrieran y marcharse -sin titubear según los testigos- coincidiendo con el terremoto final. 

Pequeños cambios. Un viraje. Del relato de las cajas saqueadas pasamos a ficcionar la sustracción de nuestros bancos. Pero, hasta en los atracos, no se acaba la fiesta. Más bien, suceden mientras tanto.