VALÈNCIA. La aparición del libro Servicio completo (Anagrama, 2013) de Scotty Bowers supuso una pequeña revolución en el universo del cotilleo hollywoodiense. El autor había sido durante décadas el alcahuete o conseguidor de contactos sexuales para las estrellas LGTB de los grandes estudios, parejas para matrimonios bisexuales y alguna chica sola a algún actor. Según él, nunca vio un duro por estos acuerdos, dice que se limitaba a ayudar a la gente, a quien necesitaba dinero y quien necesitaba sexo.
Las críticas más duras que recibió esta autobiografía no iban por el lado del proxenetismo o la prostitución, sino por el hecho de que Bowers se sintiera con derecho a sacar del armario a tantos personajes públicos. Ahora ha llegado a las plataformas españolas el documental doblado Scotty and the Secret History of Hollywood de Matt Tyrnauer donde es el propio protagonista quien desvela todas las incógnitas que pudiera haber dejado el libro y sale al paso de las críticas.
En primer lugar, como le explica a un caballero que le lleva el libro a una presentación para que se lo firme, no ve nada de malo en hablar de la intimidad sexual de personas que ya están muertas. Sobre todo porque lo que cuenta, dice, no es malo. No es malo ser homosexual "¿Por qué habría de ocultarse?", se queja. Sin embargo, reconoce que nunca habría hecho este tipo de confesiones si estuvieran vivos los protagonistas. En aquella época fue una tumba.
Lo curioso es que con tantas estrellas en juego, lo más interesante del documental sea, con diferencia, el alcahuete. Es un anciano que disfruta de casas de lujo porque muchos de sus amigos actores a los que consiguió tanto sexo se las dejaron en herencia. Vive con una mujer, siempre fue bisexual, y tiene un claro síndrome de Diógenes. Ya no puede ni acercarse al escritorio donde confeccionó sus memorias. Tiene media docena de garajes alquilados que ha llenado hasta los topes de objetos absurdos.
Cuando Scotty cuenta su historia, dice que de pequeño un vecino -un adulto- de la granja donde vivía le cogía y le masturbaba. Confiesa que ahí aprendió lo que era el sexo y también a guardar un secreto. El documentalista, en ese punto, le pregunta si no tendrá síndrome de Diógenes ahora por haber sufrido abusos de niño. La respuesta es sorprendente: Scotty le dice que cómo va a ser malo el sexo, que lo realmente malo es "que te atropelle un camión", para luego arremeter contra la gente que le echa la culpa de sus problemas a los demás tras pasar por el psicoanálisis.
Donde mejor se aprecia el relieve del personaje es en su relación con el ejército, ya se había prostituido por su cuenta cuando salió de la granja siendo menor de edad, pero le marcó más ser enviado a la II Guerra Mundial. Allí hizo muchos amigos y vio morir a miles. Estuvo en el Pacífico, en las batallas de Guadalcanal e Iwo Jima. De la contienda salió completamente traumatizado, aún llora recordando todo aquello, y con unos lazos férreos que le unían a sus compañeros de armas.
De regreso a la vida civil, se puso a trabajar en una gasolinera y volvió a prostituirse con alguna estrella de Hollywood que pasó por ahí a repostar. El hábito hizo al monje y al final, con la cantidad de veteranos que había en paro, les propuso a sus colegas, según cuenta él, que se pasaran por su gasolinera. Con solo recibir sexo oral de algún artista ya podían cobrar veinte dólares. Al final, tuvo una caravana detrás de la estación donde hubo encuentros continuados todo el día durante años. Hubo estrellas que le pedían los chicos de quince en quince.
El documental presenta a varios de estos chaperos, que ahora son ancianos también. Todos dicen que el libro que publicó estará bien o mal, pero que todo lo que contiene es verdad. De hecho, aprovechan para ampliar alguna información íntima sobre algún galardonado actor.
El verdadero drama que muestra la cinta no es el de la prostitución, sino el de los contratos que firmaban los actores que restringían su libertad sexual. Tenían especificado hasta el peinado y la ropa que tenían que llevar, al margen de una conducta "ejemplar". Todos sabían quién era homosexual y quién no, quién consumía drogas y quién era alcohólico, pero lo importante era la imagen de cara al exterior.
No obstante, además de esta faceta laboral, estaba la ley. En la época, si un hombre era sorprendido teniendo relaciones con otro hombre en, por ejemplo, un parque público, podía acabar en la cárcel y en el peor de los casos ser lobotomizado o recibir sesiones de electroshock o la castración.
En ese contexto la discreción de Scotty le convirtió en un personaje adorado, querido y respetado por el star system. No solo asistía a homosexuales y lesbianas, también a matrimonios que les gustaba tener relaciones bisexuales con otras parejas y a mujeres. El caso más sonado de su libro es el de Katharine Hepburn a la que asegura que le facilitó alrededor de 150 mujeres, mientras ella fingía una relación maravillosa e ideal con Spencer Tracy, quien por su parte era bisexual y estaba en las mismas, según cuenta el señor Bowers.
"Yo traje el arcoíris a Hollywood", proclama Scotty. Ya antes había participado en los experimentos sexuales de Alfred C. Kinsey. Es el hombre que siempre estuvo allí, parafraseando a la inversa a los hermanos Coen.
Pero no todo era fiesta, aunque fuese oculta. También se comió otra tragedia de los tiempos, la prohibición del aborto, que no fue del todo legal hasta 1973 en Estados Unidos. La hija de Scotty con su primera mujer fue a la universidad y allí se quedó embarazada. La chica abortó "en un matasanos" en la clandestinidad y murió a raíz de la intervención. Es la parte más dura de toda la película, cuando el protagonista reconoce que una hora después de conocer esa noticia tenía que estar en una fiesta con las celebrities prostituyéndose y no faltó. Siempre que daba su palabra, cumplía, reconoce amargamente.
El gran cambio en Hollywood solo se produjo cuando salió a la luz que Rock Hudson tenía el Sida. Antes, a los treinta años se vio obligado a casarse con la secretaria de su representante, lesbiana, para que no le preguntasen las revistas por algo anormal como era no contraer matrimonio a su edad, siendo uno de los hombres más deseados del país. La noticia de su enfermedad puso de manifiesto toda aquella hipocresía y empezaron los cambios. Por todo ello, no parece que Scotty mienta cuando dice que mucha gente le ha confesado que en su gasolinera pasó los mejores momentos de su vida.