VALÈNCIA. Además de obligaciones familiares y comidas pantagruélicas vienen unas fechas en las que se suceden jornadas de trabajo a medio gas, para algunos, y de tardes en las que podemos escaparnos a cultivar el espíritu en exposiciones, lejos del centro comercial, o visitar espacios que son un descubrimiento, aprovechando los huecos temporales que se generan en unas vidas en las que paradójicamente la tecnología, en lugar de hacernos ganarle tiempo al tiempo, al contrario, nos lo quita.
La Fundación Bancaja acoge a dos artistas que necesitan poca presentación por la difusión de su obra más allá de nuestras fronteras: Juan Genovés hasta mediados de abril y Jaume Plensa hasta el 19 de marzo aterrizan en Bancaja.
Recientemente fallecido el valenciano Joan Genovés es uno de los artistas más reconocidos del último medio siglo, aunque, hay que decirlo, curiosamente no se le ha dedicado una muestra antológica en el Museo Reina Sofía. La retrospectiva que le dedica el centro cultural, compuesta por más de 70 obras, es verdaderamente completa. Debo reconocer que me interesa más la primera parte de sus seis décadas de trabajo que se desarrolla hasta los años 80. Incansable trabajador hasta sus últimos días y, si bien la temática gira en torno al individuo anónimo, que nos representa a todos, aislado, pero también en relación con la muchedumbre, su arte se vuelve cada vez más colorido y positivo. La exposición comisariada por María Toral, al estar distribuida de forma cronológica, se observa perfectamente como va transcurriendo de una concepción más pesimista, sombría y hasta siniestra en los años de represión que coinciden con la dictadura Franquista hacia una mayor luminosidad y color. Un célebre punto de inflexión es su icónica obra “El abrazo”, un encargo de la Junta Democrática que le valió varios días de cárcel, cedida para esta muestra por el Museo Nacional Reina Sofía, aunque en realidad se expone en el Congreso de los Diputados”.
Fue pintada en el año 1976 con un revelador carácter reivindicativo, pero también premonitorio, pues fallecido un año antes el dictador, todavía habría que esperar dos años para que se aprobara la Constitución de 1978. Por cierto, una obra que nos vuelve a invitar a la reflexión en estos tiempos de confrontación política y polarización más allá de lo admisible. Ciertamente, Genovés fue un artista de su tiempo, y la dictadura, la reconciliación y la democracia podrían explicarse a través de su arte. Las obras proceden de más de 25 instituciones de todo el país lo que indica la difusión de la obra de Genovés a lo largo de su carrera. Sus piezas cuelgan también en instituciones museísticas de hasta tres continentes. No olvidemos, por último, que formó parte del grupo Parpalló, agrupación valenciana que constituye un momento estelar en el arte valenciano del siglo XX, y que va cobrando cada vez más fuerza conforme va adquiriendo un carácter y una pátina más histórica.
De un carácter más introspectivo y espiritual es la obra de Jaume Plensa, quizás el artista español vivo más internacional y cuyas obras pueden contemplarse en espacios icónicos de medio mundo. Sirva un ejemplo su recientemente instalada escultura de 24 metros de altura “El alma del agua”, a orillas del Rio Hudson en Nueva York. La amplia y completa muestra, comisariada por el historiador valenciano Javier Molins, con el título Poesía del silencio es, como la de Genovés, una de las mayores retrospectivas que se ha realizado al autor en Valencia y fuera de ella.
Se trata de un recorrido de cuatro décadas y un centenar de obras realizadas a partir de década de los noventa hasta hoy. Aunque su corpus más importante es tridimensional, es decir, escultórica y monumental, sin embargo, aquí podemos también contemplar obra sobre papel. Recorrerla es advertir, al instante, cuales son los temas que obsesionan al artista catalán: el silencio interior, la literatura o la música. Recordemos respecto a esta última temática que Plensa se ha adentrado en varias ocasiones en el terreno de la dirección escénica operística y pronto lo volverá a hacer.
Un agradable paseo sobre el antiguo cauce nos conduce al Museo de Bellas Artes donde se puede visitar, además de su fantástica colección permanente, la nueva exposición temporal que en este caso gira en torno al retrato. Una extensa muestra bajo el título “Ánima. Pintar el rostro y el alma” que se compone de 80 obras, y lo que es también muy interesante: provienen de la imponente colección del Museo de Bellas Artes en su gran mayoría, aunque también hay dos pinturas cedidas por el Museo del Prado, por la Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles de Chelva y una por la madrileña Colección Epiarte. La exposición comisariada por el director del museo, Pablo González, nos invita a escudriñar en los valores que se han ido repitiendo y que han ido alimentando uno de los géneros pictóricos más importantes y por ende, las intenciones de trascendencia que hay detrás de la necesidad de ser retratado por un artista y que no han cesado desde la Edad Media hasta nuestros días. Pablo González nunca se contenta con una sencilla exposición lineal o cronológica sino que suele dividir temáticamente las muestras tal como pudimos comprobar en exposiciones previas desde el inicio de su dirección.
En este caso la divide bajo seis títulos o partes: Cuerpo y alma, nos invita a que reflexionemos sobre la tensión que se genera entre el aspecto físico y la vertiente del intelecto del retratado, Pasado y Futuro lo hace sobre la pertenencia del retratado a un linaje, Comunidad e individuo es un epílogo sobre la dificultad que supone la trascendencia y lucha contra el olvido lo que no sucede siempre; Nosotras y el recuerdo, es de los más novedosos puesto que trata la marginación “general” de la mujer que en muchos casos aparece como mera acompañante, Muerte y olvido concluye que todos esos intentos de trascendencia son vanos y, finalmente, Fama y memoria la define Pablo González como “anticlímax” del previo, puesto que el olvido puede ser superado por la fama y los méritos rememorados. La importancia de la muestra ha merecido la publicación de un catálogo con textos de importantes historiadores de instituciones museísticas españolas.
Remontamos el viejo lecho del Turia para acabar en el IVAM, poseedor del mejor fondo del gran Julio González del mundo. Juan José Lahuerta, comisario de la amuestra “Ser Artista”, se encarga, hasta el 22 de enero, de volver a dar una nueva vuelta de tuerca para reivindicar, valorar y de paso despojar de prejuicios y falsos mitos a nuestro artista a través de la exposición de este fondo museístico de capital importancia. Una exposición imprescindible sobre un artista fundamental cuyo relato se ha visto tergiversado por la literatura artística del Siglo XX.
Finalmente, el IVAM le dedica una retrospectiva a Carmen Calvo, posiblemente la artista valenciana más reconocida en las últimas cuatro décadas, en el contexto de la concesión del último, y prestigioso, premio de la institución. Es esta exposición una herramienta fundamental para una mejor comprensión de la obra de Calvo, desde finales de la década de los sesenta hasta la actualidad. La conocí personalmente hace muchos años, cuando adquirió todo el fondo de una antigua farmacia valenciana, hallazgo que me enseñó en su estudio con especial emoción. El arte de Calvo es la sublimación, en la mayoría de su corpus artístico, de una labor de recuperación “stricto sensu” de imágenes fotográficas y objetos desechados que despojados de su función primigenia, constituyen, ex novo, un universo personal único e inconfundible en el que Calvo plasma su complejo mundo interior presidido por las emociones, el deseo, el miedo, la memoria o el sueño.