VALÈNCIA. Entrar a un hammam significa cosas diferentes en la parte del mundo en el que te sitúes. Si están en Turquía o en algún otro de los países que los tienen como baños públicos, significa un momento desinhibido de higiene y relajación; si lo haces, por ejemplo, en un ciudad europea, seguramente sea un momento exótico, una atracción de ocio, o un capricho. Cada una de estas situaciones tiene unos códigos, unos comportamientos, una manera de relacionarse de los demás: “no puedo decirlo con total seguridad, claro, pero supongo que el pudor y en sí lo otras cosas que suceden con naturalidad en los hammam orientales no lo tomamos con tanta ligereza en Europa porque nuestros códigos culturales son diferentes”, explica Tomàs Aragay.
De las dos opciones que da este artículo, ninguna ninguna contempla es otro uso del hammam: como laboratorio escénico. Societat Doctor Alonso, la compañía de Aragay y Sofia Asencio, han transformado La Mutant en un gran baño turco abierto para desarrollar su última propuesta escénica, Hammamturgia, que tiene su estreno absoluto este fin de semana en La Mutant, pero que luego viajará a otros lugares como el Festival de Otoño de Madrid.
“Entre el hammam y el drama existe, diríamos, un nexo, una relación significativa. Si en el drama la obra se produce por alguien, en el hammam es el calor el que produce la obra. La dramaturgia sería, así, la acción de crear, componer e interpretar una obra. La hammamturgia, en cambio, remite a una relación con las condiciones atmosféricas que producen la transformación de la forma-obra”, explica la compañía. Esta es su propuesta escena, hacer del hammam un espacio de experimentación, no solo de las posibilidades narrativas del lugar, sino también de las posibilidades narrativas del público.
Porque el público no se sienta en una butaca y observa, sino que el hammam se ha montado en la platea del teatro municipal. Son un máximo de 50 personas, que podrán moverse con libertad, poniéndose en el lugar desde el que quieran mirar lo que sucede. Y sucederá que cuatro performers, con la ayuda del propio espacio y de lonas de plástico, jugarán con los elementos explorando unas capas de posibilidades coreográficas y también humorísticas que se superponen conforme avanza la obra.
La intención principal es que las cosas “sucedan”, que la imprevibilidad tenga hueco, que el público, de alguna manera, acabe de decidir, con su propia presencia, incomodidad o atrevimiento, cuál va a ser la hammamturgia.
El origen del hammam como espacio escénico que explorar lo remite Aragay a su participación en el programa Presentes Densos, que desarrolla el IVAM. En él se habla de la relación y la tensión entre el arte y el entorno natural en el que vivimos. “El génesis del trabajo fue intentar hacer visible lo que sentimos en el ambiente. En el aire vive algo que compartimos y no vemos. Queríamos hacerlo visible a través del calor del hammam, primero tal cual, y después —por circunstancias pandémicas— como una estilización abstracta del hammam. Nos interesa preguntarnos cómo se transforma el cuerpo a través del calor, qué reacciones y qué elementos se reconfiguran, cómo cambia nuestra propia mirada y actitud”, relata Aragay.
El trabajo de dramaturgia —perdón, hammamturgia— fue el de explicar todo esto a las performers, que empezaron entonces a interactuar con lonas de plástico. “El trabajo de creación escénica ha sido compartido, la propia exploración de posibilidades de esos elementos ha sido lo que ha provocado las situaciones que hemos incluido o descartado. Y por supuesto, el público, que comparte ese espacio escénico tendrá la última palabra: “el montaje no está pensado, en un primer momento, para que se interactúe a cierto nivel, pero a veces el público se ha incluido. Han sido momentos preciosos”.
Hablar del calor como elemento puede remitir a un discurso sobre la ecología, pero Agaray insiste: le interesa, principalmente, como motor de transformación del cuerpo, como fuerza invisible que posibilita una situación. Como el drama, como un montaje escénico que se te mete en el cuerpo y produce, como poco, un sentimiento.
Tomás Agaray y Sofia Asencio llevan cerca de un par de años instalados en València, y desde hace uno, además, existe El consulado, su taller de ensayo, pero también un punto de encuentro para hacer que las cosas sucedan. “Es un proyecto que se va construyendo poco a poco y que tiene varias capas: un espacio de trabajo, una residencia de artistas, un espacio cultural… En general, queremos que haya actividad pero que no haya una agenda ni muy reglada ni ajustada a un calendario. No buscamos una relación con el público ni un proyecto cultural concreto”.
Sobre el contexto valenciano y el espacio que están creando con El consulado, Aragay afirma que “hacer arte en València es posible y hay contextos que lo permiten. El consulado no busca ni criticar ni analizar ninguna escena, queremos sumar y abrir un espacio que tensione el equilibrio entre lo público y lo independiente, que además enriquece mucho al sistema”.