VALÈNCIA.- Al ver Help!, dos ejecutivos pensaron: ¿y por qué no adaptar esto al formato televisivo? Los americanos nos dieron a Elvis, pero diez años después, los ingleses lo superaron con los Beatles. El contraataque llegó desde otro invento inequívocamente yanqui: la televisión. En 1966 nació una de las series más innovadoras e inclasificables de la historia: The Monkees. También fue un experimento extraño porque la cadena NBC no la programó en todos los estados del país donde emitía y solo duró dos temporadas. Pese a ello, tuvo un enorme impacto en la cultura popular. The Monkees giraba en torno a las aventuras del grupo musical homónimo. Los cuatro miembros del grupo respondían, al igual que los Beatles, a cuatro personalidades muy marcadas. La trama de cada capítulo estaba caracterizada por unos elementos muy concretos: las persecuciones, los gags absurdos y el humor delirante. El grupo acabaría trascendiendo a la serie televisiva que los originó. Era prefabricado pero hasta para eso fueron originales, porque con los años conseguirían ser reivindicados como artistas.
Bob Rafelson —que años después dejaría boquiabierto al mundo con su versión de El cartero siempre llama dos veces, protagonizada por su amigo Jack Nicholson y Jessica Lange— y Bert Schneider fueron los artífices de la idea. Primero probaron suerte con Lovin’ Spoonful, pero no funcionó porque se trataba de un grupo real. Luego pusieron un anuncio en la revista Variety buscando «cuatro jóvenes muy locos», y como respuesta hubo una avalancha de aspirantes. Entre ellos, nombres que terminarían triunfando por su música —Harry Nilsson y Paul Williams— y también un tal Charles Manson que, evidentemente, cumplía sobradamente los requisitos concernientes a la locura. Otro de los músicos rechazados, Stephen Stills, recomendó a un amigo suyo, Peter Tork, que fue elegido a la primera. De este modo, Tork pasó a ser el personaje gracioso, chistoso y un pelín fava. Mickey Dolenz, el batería del grupo, haría el papel de chaval alocado, mientras que Mike Nesmith —que en la primera temporada lucía un icónico gorrito de lana— encarnaba al Monkee intelectual.
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Y falta la estrella, el cantante, Davy Jones. De origen británico, Jones era el eterno enamoradizo, siempre hecho un pincel, especialmente en la segunda temporada que se emitió entre 1967 y 1968, en pleno auge de la era psicodélica. Por culpa de su popularidad, un joven músico inglés llamado David Jones tuvo que buscarse un nuevo apellido artístico para que nadie le confundiera con el de los Monkees. Sí, esta serie es la causante indirecta de que David Bowie se llame así.
The Monkees fue una operación de marketing perfecta. El grupo grababa discos que servían para promocionar la serie. A su vez, la serie ayudaba a vender al grupo. El piloto se grabó tan solo una semana después del casting. Como no funcionó entre los espectadores que lo vieron antes de la emisión, se optó por introducir escenas sacadas de las pruebas de cámara. Uno de los objetivos de Rafelson y Schneider era que los cuatro protagonistas reaccionaran con naturalidad en las situaciones más absurdas. Por lo tanto, se llevaron unos cuantos pastelazos en toda la cara, inaugurando el tipo de humor que marcaría el tono de la serie.
El grupo fue sometido a un curso intensivo de improvisación durante el mes siguiente. Y antes de que se emitiera el primer capítulo de la serie, ya habían vendido 400.000 copias de su primer single, Last Train To Clarksville. Durante los dos años que duró The Monkees, el grupo tuvo un aluvión de éxitos musicales. Sus dos primeros sencillos coparon las listas, I’m a Believer fue el single de 1967, vendieron seis millones de singles y se colocaron el once en el Top 40. De las regalías, el grupo se llevaba un 1,25%; Don Kirschner, el cerebro que movía los hilos del grupo entre bastidores, se llevaba el quince.
Inicialmente se les dio la opción de crear e interpretar su propia música. Resultó que no eran lo suficientemente buenos, así que Kirschner les proporcionaba las canciones y se las dejaba grabadas para que ellos solo tuvieran que aportar lo mínimo. Se les acusaba de ser un grupo prefabricado, pero ni siquiera eso minó su popularidad. El detalle de su falta de autenticidad no pareció importarle lo más mínimo al público. La serie era divertida y fresca, plagada de diálogos llenos de pullas y juegos de palabras. «No imaginaba que supieras leer», le dice Davy a Peter. «Leo perfectamente desde los quince años», responde este. En otro capítulo, Mickey dice: «Ya puedes ponerte de pie, Davy», y el cantante, que era el de menos estatura, contesta: «¡Pero si ya estoy de pie!». Ese era el nivel. Los Monkees tenían su propio coche, marcaron tendencia en la moda y enamoraron a miles de norteamericanos.
El montaje de los capítulos era dinámico y echaba mano de recursos psicodélicos. Al final, The Monkees —que milagrosamente, llegó a emitirse en España a finales de los años sesenta— desarrolló todo el potencial audiovisual que las películas de los Beatles pusieron al descubierto. Cada capítulo contenía dos canciones. Estas se incorporaban a la trama bien porque el grupo actuaba, bien porque de repente, uno de ellos expresaba su atracción por una chica y a continuación, los cuatro interpretaban una canción que hablaba de la chica de sus sueños. NBC canceló la serie en 1968 pero el grupo siguió en activo hasta 1971. Hoy, podemos decir que The Monkees fue la primera sitcom musical y también el inicio del videoclip. Y además, la serie que, para bien o para mal, los Beatles —que tuvieron que conformarse con protagonizar su propia serie de dibujos animados— nunca tuvieron.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de octubre de la revista Plaza