Con entrevistas a su creador, directores y guionistas, The Soprano Sessions es una guía de 464 páginas publicada en enero de 2019 en Estados Unidos que aspira a reunir todos los detalles y su significado en la serie. Aunque uno la haya visto varias veces, tras su lectura se dará cuenta de la inmensa cantidad de estímulos que se le han escapado
VALÈNCIA. Muchos libros se han escrito sobre Los Soprano, muy pocos tenían sentido. Esta vez, cuando se han cumplido veinte años de la emisión del primer capítulo, ha salido uno que sí merece la pena: el definitivo. The Soprano Sessions, de Matt Zoller Seitz y Alan Sepinwall, críticos de televisión. Es una obra que recopila entrevistas con los guionistas, con David Chase, el creador; que analiza cada capítulo y disecciona las claves de una serie, una de las pocas series en esta vida, que se puede ver entera cada dos o tres años y sigue aportando cosas nuevas.
En un principio, Chase se mostró escéptico sobre el legado de su personaje con los autores del libro. Les dijo que se olvidará, como todo. Pero todavía no ha llegado ese momento. Por mucho que Don Drapper fuese un indeseable irresistible, no ha vuelto a haber un carrusel de emociones y recovecos psicológicos como el que planteaba Tony Soprano en formato culebrón.
Mucho se habla de que Tony era un personaje anti-televisivo, se insiste en ese frase de "que se joda el espectador convencional" atribuida a David Simon, otro de la casa, de HBO, pero todo eso no dejan de ser lucecitas y espejitos que nos traen los gringos desde sus atalayas para que nos fascinemos con su grandeza. Por no mencionar que es una declaración con un toque elitista del que se acerca a la cultura popular pidiendo perdón y poniendo excusas. Porque que no le quepa duda a nadie: Los Soprano fue un culebrón aseadito. No había producción de Venevisión, Radio Caracas Televisión o Televisa que no plantease los mismos temas que Los Soprano en un formato similar, la trama expuesta en una sucesión de episodios con final en alto para enganchar como la heroína.
Solo que si Abigail necesitó 257 capítulos para contar la odisea de una madre que le había regalado su hijo a un taxista en un momento de enajenación, en Los Soprano hicieron falta solo 86 para que entendiéramos que un mafioso se enfrenta a contradicciones en su día a día como cualquier otra persona en estos tiempos convulsos y de cambio de paradigmas.
El punto fuerte de Los Soprano fue el realismo. Eso es lo que diferencia unas series de otras, el grado de realismo. Y este suele alcanzarse con dinero y con cuidado, si te pasas corres el riesgo de caer en el tedio. Para un lector de Caiman, cuadernos de cine, donde se encuentra la virtud es donde otros cuya capacidad digestiva de arte sea más limitada se aburren soberanamente y viceversa. El mérito de HBO fue engancharnos a todos sin excepción reseñable.
Tras repasar la serie capítulo por capítulo, los autores del libro ofrecen un diálogo para discutir si Tony muere en el famoso último capítulo, el fundido en negro, que tanta polémica despertó en su día. Hubo gente, la que se conoce que necesita que le expliquen todo, que se enfadó mucho y se sintió muy decepcionada. Parece como que si del desenlace final uno fuera a extraer la información definitiva para poder juzgar algo que había quedado meridianamente claro: que Tony era un ser repugnante. Quizá esperaban una redención, esa moda ridícula derivada del judeocristiano que todos llevamos dentro. Otros, por el contrario, elucubraron teorías sobre el significado del abrupto término de la serie. Interpretando el significado de unas zarzas en llamas, como las buenas gentes del Antiguo Testamento.
Algunos, los menos, lo vieron como un detalle insignificante en una serie tan extensa que no necesitaba un remate para que uno extrajera una conclusión definitiva sobre un protagonista del que poco más se podía aportar ya.
No obstante, Sepinwall defiende que está muerto. Hay suficientes indicios previos que lo sugieren. Desde Bacala hablando de que la muerte es algo que cuando te llega ni siquiera te das cuenta. O imágenes previas de Tony que serían desde un ataúd y resto del metraje un flashback. Zoller, en cambio, considera que tratar de demostrar que fallece en el restaurante es un ejercicio de fe, el fundido en negro no demuestra más que la ambigüedad del final de la serie. Aquí tifamos por esta interpretación.
No obstante, sí que hay momentos que precisan una explicación del creador. Como por ejemplo, cuando Tony se carga a Christopher. Chase comenta que le llamó la atención que muy poca gente se diera cuenta de que, cuando se dan el golpe con el coche, Tony mira al carrito del niño que hay en la parte de atrás y concluye que su sobrino iba a terminar matando a su propio hijo de seguir por ese camino (el de ponerse hasta las cartolas) o a algún otro allegado, como él, por ejemplo, que iba en el coche cuando se estampan y sobrevive de milagro.
Sobre la forma de matarlo, asfixiándole, Chase explica: "hablamos mucho de esto. Legalmente, hay tres circunstancias que constituyen la evidencia de un asesinato: motivo, arma y oportunidad. En este caso, no había motivo, no había arma porque pudo haberle disparado, pero no lo hizo, y oportunidad; esa oportunidad era demasiado buena como para dejarla pasar. Iba a morir de todas maneras ¿por qué no acelerarlo un poquito?"
Poco después, Tony se pilla un ciego de peyote en Las Vegas con la novia de Christopher, una situación turbia muy propia de él, que en los últimos capítulos consigue dar en una última vuelta de tuerca un asco superior a todo el que ya había dado, que no era poco, por mucho que a la vez lo encontrásemos adorable. Ahí, mirando el ocaso, todo puesto, grita "¡Lo he entendido! ahora lo he entendido". ¿De qué iba eso? Servidor nunca lo supo.
Chase explica algo bastante sorprendente. Dice que Tony se da cuenta de que Christopher era una influencia negativa en su vida, que "le había corrompido espiritualmente". Yo imaginaba algo menos prosaico, como que había encontrado el sentido de la vida. Esas cosas que se perciben cuando uno va colocadísimo.
La mayor sorpresa para mí fue que lo primero que fui a buscar en el libro, el capítulo de la tercera temporada, Pine Barrens, en el que desaparecer un ruso al que van a asesinar y no lo encuentran, tiene un apartado especial. Un capítulo dirigido por Steve Buscemi que yo pensaba que daría sentido a la serie al final, pero no. Se quedó en abierto. Colgando.
Inicialmente, el capítulo no estaba pensando para la nieve. Les cayó de repente y casi les estropea el guión, porque con todo nevado los personajes no podrían perderse, no tenían más que seguir sus huellas para volver, pero al final lo vieron plausible. Según Buscemi, las noticias están llenas de gente que se ha perdido en el bosque y ha muerto y no estaba a más de un kilómetro de la carretera. Te puedes desorientar. Tim Van Patten, uno de los directores, le dijo a los guionistas que había soñado que Paulie y Christopher se perdían en el bosque después de llevar a un tío para matarlo. A todo el mundo le pareció una gran idea, menos a Van Patten, que no se atrevía a decírselo a David Chase. La idea, contra pronóstico, triunfó. Para mucha gente, cuenta el libro, es su capítulo favorito de la serie.
La escritora de novela negra Laura Lippman habla en el prólogo de los niveles de obsesión que ha generado la serie. Leyendo el libro te sientes como un espectador de segunda por no haber reparado en tantos detalles. Quizá por eso Los Soprano se puede seguir viendo una y otra vez, dejando un tiempo prudencial entre regresos, y sigue enganchando. Te puede acompañar toda la vida. No se le puede pedir más a una serie.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado