Madrid.- En el corazón de la región de Transilvania, en la médula misma donde fue forjada la leyenda de un mito de ficción que dura hasta nuestros días, existe una ciudad poco transitada por el turismo europeo y que, sin embargo, contiene múltiples excusas culturales para ser visitada. Se trata de Cluj-Napoca, un destino situado en el noroeste de Rumanía y hundido en el Valle de Someşul Mic, con cerca de 350.000 habitantes. Otra de las ciudades claves de Transilvania es Brasov, uno de los núcleos turísticos más importantes del país. Sus habitantes no pueden vivir ajenos al hecho de ser los descendientes, compatriotas y paisanos del rumano más conocido de todos los tiempos: Vlad, el Empalador; Vlad III; Vlad Tepes o Vlad Draculea, antiguo príncipe de Valaquia, región al sur de Rumanía. Un personaje que sirvió para que Bram Stoker escribiera su obra maestra: Drácula.
Un primer vistazo por esta ciudad, nos revela un enorme letrero al más puro estilo Los Ángeles qe nos confirma que esta localidad vive casi absolutamente para esta leyenda. Brasov aloja la llamada Iglesia Negra, un templo luterano que fue construido en la década de 1380 y que tras un gran incendio, quedó completamente incinerado, tintando de negro su fachada. Su aspecto actual, sin embargo, dista mucho de aquella oscuridad forzada. Los tonos rojizos y anaranjados combinados con el color terroso del ladrillo, le confiere una peculiaridad tonalidad.
Nada es comparable, sin embargo, al Castillo de Bran, a apenas treinta kilómetros de Brasov y aderezado de frondosas montañas y espesos árboles que le otorgan una categoría casi mística. Y es que algo de sagrado y sublime se respira en este emplazamiento militar construido en un montículo difícil de franquear. Con un impresionante patio central, el dormitorio real y sala de música son dos de las estancias más destacadas. De una bella arquitectura y con un relato terrorífico que anida en sus mismas entrañas, es imposible no visitar esta edificación sin pensar en algunas de las excentricidades sangrientas de Vlad. Este castillo atesora algunos de los misterios que no deberían salir a la luz para que Transilvania siguiera acogiendo a todos los turistas que rastrean la huella del personaje de Stoker: ¿es cierto que Vlad vivió aquí? Los historiadores locales lo tienen claro: fue el dictador Ceausescu, el mismo que añadió el térmico Napoca a Cluj, el que pronto comprendió que el Castillo de Bran era mucho más espectacular que el de Poenari, donde sí vivió efectivamente Vlad. Comenzó así una perfecta campaña de marketing y la fortaleza de Bran, en la que Vlad únicamente había permanecido un par de días, se convirtió de pronto en el gran reclamo turístico y cultural de Transilvania.
Es fácil encontrar por estas aldeas remotas algunos lugareños que cuentan leyendas de los vampiros o 'strigoi', es decir, aquellos seres humanos que abandonaban la fe ortodoxa para convertirse al cristianismo. En esta transformación, se cuenta que el cuerpo del vampiro no se pudre y de noche sale de su ataúd para buscar sangre. No es descabellado pensar en algunos ancianos rumanos residentes en aldeas que tienen esas creencias ancestrales: si cortan la cabeza de sus difuntos y apuestan por ritos nigromantes (adivinando el futuro a través de la invocación a los espíritus difuntos), podrán estar a salvo de la maldición.
Otro castillo emblemático para visitar dentro de esta ruta tenebrosa del turismo de misterio es el Castillo de Csejte, al norte de Transilvania. Esta fue la fortaleza donde pasó recluida sus últimos días Elizabeth Bathory, la primera serial killer de la historia que tenías gustos tan extravagantes como llenar de sangre de sus víctimas su amplia bañera o utilizar frenéticamente algunos artilugios de tortura como la llamada 'doncella de hierro', una suerte de sarcófago con forma de silueta de mujer cuyo interior estaba repleto de hirientes pinchos.
Pero Transilvania, aunque no lo parezca, es mucho más que horror y sangre. Está dividida por comarcas. Además de Brasov, encontramos Alba, Mures, Salaj, Sibiu, Bistritam, Covasna, Hunedoara, Harghita y Cluj. Ésta última se ha ganado en los últimos años, el título de 'ciudad de universitarios'. Si bien es cierto que el encanto medieval, la limpieza de las calles y el escaso coste económico de la vida rumana son buenas razones para visitar cualquiera de estas comarcas, lo es todavía más la oferta cultural que ciudades como Cluj-Napoca ofrece, por ejemplo, a los múltiples estudiantes erasmus de toda Europa que eligen la Universidad Babeș-Bolyai -con más de 50.000 estudiantes- como destino.
Pero si por algo es conocida Cluj es por su jardín botánico, obra del científico Alexandru Boza, y lugar en el que se conservan más de 10.000 categorías específicas de plantas. También conviene hacer una ruta por tres de los museos más interesantes de la ciudad: el Muzeul de Arta (Museo de Arte), una institución cultural pública que se financia con sus propios recursos y con donaciones y que apuesta no sólo por un arte más tradicional sino también por nuevas formas de creación dentro de las artes visuales que resultan fundamentales para comprender el arte contemporáneo rumano; el Museo Etnográfico de Transilvania otro de los grandes hallazgos culturales, fundado en 1922 y con un específico programa científico, es considerado el primer museo de toda Rumanía; por último, una visita a La Cabaña del Vaquero puede convertirse en una experiencia única, recreando la vida del lejano oeste en el corazón de Transilvania.
Nada de esto es comparable al fervor que se despierta entre los habitantes de Cluj-Napoca cuando cada junio se celebra el Transilvania International Film Festival, una muestra del mejor y más prestigioso cine rumano e internacional que congrega a amantes del séptimo arte cada año en la ciudad rumana.
La gastronomía rumana goza de la mejor reputación ya que en ella se amalgaman otras muchas: la influencia de la cocina rusa y turca y los ecos de la gastronomía occidental, húngara y francesa, fundamentalmente. y la gran cantidad de variedad de productos derivados de la fertilidad de esta tierra. La tradición culinaria de Transilvania cuenta con reputación propia y entre todos los platos destaca la Varza a la Cluj-Napoca, una delicia hecha al horno con hojas de col en salmuera, mezcladas carne picada,y con carne de cerdo aderezada con pimienta, estragón, ajedrea y páprika. Un auténtica delicia que ni siquiera Drácula sería capaz de despreciar.