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'Trenes rigurosamente vigilados', aventuras bélicas en la Checoslovaquia de Bohumil Hrabal

El autor, considerado uno de los mayores exponentes de la literatura checa, nos transporta esta vez hasta una conmovedora historia a pie de vía durante la ocupación nazi de su país en la Segunda Guerra Mundial

6/02/2017 - 

Miloš Hrma forma parte de la última generación de una dinastía poco convencional: a su bisabuelo le gustaba fanfarronear de la renta de un doblón diario que ganaba a consecuencia de haber quedado cojo e inválido por un adoquinazo en acto de servicio cuando era soldado; todo el dinero lo invertía en una botella de ron y un paquete de tabaco diario que consumía ante quienes se dejaban la piel trabajando. Una de las últimas palizas que recibió por esta fea costumbre acabó con su vida. Su abuelo continuó con la mala fama familiar por motivos distintos: a él se le achacaba ser un vago y un estafador, apelativos a los que se sumó el de loco cuando convencido de que podría detener el avance de las tropas alemanas mediante la hipnosis con la que se ganaba el pan en los circos sufrió un dramático percance; lamentablemente la estrategia no dio resultado y su cabeza acabó enganchada en las cadenas del tanque del Reich que trataba de someter. Su padre, maquinista jubilado de forma prematura con una buena pensión, casi recuperó el odio ancestral hacia su bisabuelo, añadiendo a la saga de rarezas su particular obsesión por recoger y acumular chatarra.

Por el momento, Miloš solo había podido ofrecer a la leyenda negra de la estirpe de la que provenía un intento de suicidio frustrado, y poco más. Se había intentado cortar las venas en una bañera al verse fracasando en su primer oportunidad de demostrar su hombría, fallo que no lograba explicarse. ¿Por qué a él, que a solas demostraba tanto vigor? Al margen de estos hechos, su vida transcurría con normalidad: trabajaba como factor en la oficina de comunicaciones de una estación de la frontera. Los alemanes, en aquel año cuarenta y cinco, ya no dominaban el espacio aéreo, pero seguían empleando los ferrocarriles para transportar tropas, municiones y víveres. A excepción de las labores especiales de vigilancia a sus trenes de guerra, la vida era tranquila por allá. Uno podía permitirse alguna siesta de vez en cuando; el mismísimo jefe de estación dedicaba parte de su tiempo al cuidado de un palomar. Los más atrevidos podían encontrar el hueco incluso para alguna escaramuza sexual. Ser parte de “la nobleza azul”, como llamaban a los ferroviarios, era un orgullo. Todos y cada uno de ellos eran piezas fundamentales en el engranaje del transporte a raíles del país. Sin embargo, algo en su interior está todavía por despertar: algo mayor que él, una llamada del destino, una fuerza nueva. Un ímpetu propio de la juventud y de la resistencia.

Bohumil Hrabal (Brno, 1914 – Praga, 1997) nos ofrece en Trenes rigurosamente vigilados una historia ligera y conmovedora, marcada por un característico sentido del humor que camina entre los cráteres de la tragedia convirtiendo el paisaje en algo menos desolador; ya se sabe, la risa nos ha ayudado siempre a adaptarnos hasta a lo más horrible, y para la risa casi siempre existen espacios, aunque sean tan pequeños como el agujero de una bala en una pared. El autor de Una soledad demasiado ruidosa hace gala aquí también de una sensibilidad especial que le permite extraer de las entrañas de sus personajes una verdad de la que no se puede dudar. Él mismo describía así esta breve novela: “Quiero descubrir hasta qué punto se puede jugar con dos motivos tan contradictorios, el motivo de lo ridículo y de lo obsceno al lado de un acontecimiento trágico, dominado por el motivo central: la lucha contra el enemigo. […] El libro habla de la eterna presencia de valores en un hombre a quien el enemigo usurpó el paisaje de su infancia y destrozó su lengua materna”.

Hrabal desempeñó todo tipo de trabajos durante su vida -como escritor tiene esa autenticidad de quienes han conocido de primera mano el material del que escriben-, estudió Derecho en la Universidad Carolina de Praga, trabajó, igual que su personaje Miloš, como ferroviario durante la Segunda Guerra Mundial, fue tramoyista, cartero, obrero metalúrgico y hasta empleado en una planta de reciclaje de papel de libros censurados. Paradójicamente sus propios libros acabarían siendo censurados y prohibidos durante la década de los setenta en la Checoslovaquia comunista. Interesado en la narrativa experimental y en personajes aparentemente anodinos como los que podemos encontrar en Trenes rigurosamente vigilados, en la literatura de Hrabal subyace una crónica descarnada del siglo XX de las terribles guerras y del futuro incierto, del dolor y de los pueblos aniquilados. Los actores de esta historia pueden parecer en primera instancia sencillos y primarios, y será así que uno se fije bien y observe que son como esas imágenes holográficas cuyo significado depende del lado desde el que se miren: lo que cuando nos aproximamos se nos presenta como un tímido aprendiz, al alejarnos puede revelarse como un temerario y sacrificado héroe de guerra. Hrabal se filtra en las páginas que escribe: no en vano su prologuista en esta edición de Seix Barral, Monika Zgustova, asegura que todo en este autor [...] era profundamente consciente y lleno de significado. Terriblemente humano”.

Relatos como este deberían incluirse en las listas escolares de lecturas recomendadas: ágiles, todoterreno -todolector-, siguen gozando de gran vigencia décadas después de ser escritos. El mensaje que despiden las locomotoras de la estación donde trabaja nuestro protagonista no es muy distinto del que portan los aviones de combate extranjeros a ojos de quienes se esconden en el suelo; el sonido de las bombas de entonces y de las de ahora rasga igual los tímpanos, la munición de las armas de fuego agujerea igual y la sangre sigue teniendo el mismo color. Y lo que tampoco cambia es el sinsentido: siguen muriendo cuerpo con cuerpo en la tierra, el agua o el fango desconocidos enfrentados por no se sabe bien qué, les dicen que por la libertad cuando quieren decir combustible, les hacen cargar con los estandartes de la fe para desviar la atención del dinero que los muertos nunca tendrán, les convencen con el miedo a enemigos imaginarios mientras el enemigo crece y engorda en casa. Nada de eso ha cambiado, por desgracia. Y la literatura se encarga de recordárnoslo.

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