VALÈNCIA. Creo que las cosas van por buen camino musicalmente hablando cuando los aficionados pudimos disfrutar el jueves de un espectacular concierto de la Orquesta de Valencia en la sala Iturbi, y, en apenas veinticuatro horas, a un cuarto de hora andando, de otra magnífica tarde de música con la otra gran formación radicada en la ciudad, aunque en este caso representando a toda la Comunidad Valenciana.
Cada año vuelve por Navidad, como si fuera ya una tradición, un director, considerado “de la casa”, al que se le quiere y no se le olvida a pesar de trabajar principalmente, muy lejos, con la Sinfónica de Toronto, a la que está vinculado, y estará los próximos años, además de haber asumido la titularidad del Teatro Real. Siempre se le espera y es la razón por la que el auditorio de Les Arts presentaba un lleno absoluto. Gustavo Gimeno y la OCV que ya la ha dirigido en un número más que respetable de ocasiones a lo largo de los años, entre ópera y sinfónico, forman un binomio que nunca nos decepciona. Volvía de nuevo Gimeno con Mahler en los atriles tras una tercera conmovedora hace dos años, en este caso a Mahler lo compaña Sibelius y su séptima, en la primera parte.
Dos conceptos para dos obras completamente distintas. Mientras que en la séptima del compositor finés se decantó el director valenciano por extraer la majestuosidad que envuelve estos compases, con Mahler se centró más en el sentido narrativo de la obra para, en definitiva, dotarla de la mayor unidad posible en una sinfonía con cuatro movimientos tan diferenciados entre sí. Volviendo a Sibelius incluso el sonido requerido para las cuerdas más denso y “pesadas”, soportando el peso de la partitura. Distinto a lo requerido por Gimeno para la sinfonía mahleriana. Una hermosa lectura de la singular sinfonía en un solo movimiento con la que el finés cierra su catálogo. Dejando al lado las excepcionales cuerdas de la formación, citar todas las maderas precisas y empastadas en todos los “corales” tan típicos de Sibelius, así como los metales en las partes más majestuosas de la partitura.
Podríamos decir que Gimeno lleva a cabo toda una narración de la Sinfonía Titán de Gustav Mahler. Tal es el interés del director por hacer fluir las ideas y dejar a un lado la tentación de “coser” una sucesión de instantes memorables en unos casos, espectaculares en otros buscando el aplauso fácil, pero resintiendo el discurso. Me recuerda en este sentido la histórica versión de Rafael Kubelik que grabara con la Orquesta de la Radio de Baviera con tiempos de los cuatro movimientos sensiblemente más rápidos que la mayoría de las lecturas, principalmente en los movimientos extremos. Gimeno, definitivamente, huye como del agua hirviendo de la espectacularidad vacua. Su sentido es eminentemente narrativo y fiel a las indicaciones mahlerianas. De ahí la fluidez no exenta de vigor pero también de gracia del segundo movimiento sin exagerar los rubatos, que por supuesto hay que hacer.
Asimismo, estuvo lleno de buen gusto y delicadeza el vals lento de la parte central del movimiento, pero sin necesidad de tener que demostrar lo que uno es capaz de hacer con los tempos y su flexibilidad. De lo mejor de la tarde el tercer movimiento que siguiendo de nuevo lo indicado lo llevó el director valenciano “de forma solemne pero mesurado y sin arrastrar” lo que se percibió de inicio con el solo de contrabajo. Conmovedora fue la banda zíngara que escuchamos como si se hallara fuera de escena. El estallido orquestal que inicia el movimiento final, por supuesto que estuvo ahí, pero no es Gimeno director de los que guste poner a prueba los cimientos de los auditorios. El director valenciano fiel a sí mismo lo dotó de nuevo de una fluidez necesaria para no desmembrar las distintas fases que conducen a la espectacular coda. Una espectacularidad que ya está convenientemente escrita y que no hace falta exagerar y convertir la primera sinfonía en una demostración de “poderío”.
En definitiva, Gimeno “celebra” la primera sinfonía con una lectura propia, fresca y expansiva: su gesto facial lo transmitía en toda la coda del movimiento final. Ya vendrán, más adelante, otras sinfonías con otro sentido del drama para ponernos profundos. Cada sinfonía mahleriana tiene su particular forma de acercarse a ella y Gimeno profesa esa idea.
Los músicos de la OCV captan el mensaje a la perfección y se ponen manos a la obra. La ductilidad de esta orquesta tiene esas cosas: que parezca fácil lo que no es. Mención de honor a todas las trompas en su conjunto con un final verdaderamente apoteósico, el requinto que ya dio toda una lección en la reciente cuarta de Shostakovich, muy bien también el oboe, clarinete, trompetas de inaudita perfección, los incisivos flautines por encima de todo el magma orquestal… en fin seguiríamos hasta citar a todos, como suele ser habitual con esta orquesta de excelentes músicos.
Al final, éxito total y absoluto entre un público que aclamó tanto a director como solistas a los que Gimeno hizo levantar para recibir el premio de forma individual. Por dos veces lo hizo con el conjunto de trompas. Por cierto, nunca serán suficientes las ocasiones que dejemos constancia en un concierto sinfónico de la muy relevante cantidad de público joven que asistió, y esta no será una excepción. Si el jueves acabamos con un bravo, el viernes debe reiterarse.
Ficha técnica
Viernes 15 de diciembre de 2023
Palau de les Arts
Obras de Sibelius y Mahler
Orquesta de la Comunitat Valenciana
Gustavo Gimeno, director musical