VALÈNCIA. Reconozco que no tenía las más altas expectativas con el Bruckner que íbamos a escuchar este sábado en Les Arts, así que, vistos los gratificantes resultados, aquellas se vieron superadas y más teniendo en cuenta que Gaffigan no es un director especialista en el catálogo del compositor de Ansfelden. Desde el primer instante comprobamos, sin demasiada sorpresa, que los tiempos elegidos por el neoyorquino serían ligeros, lo que, a priori, no tiene que ser algo, necesariamente que reste. Ello se confirmó con unos movimientos extremos de algo menos de 24 y 23 minutos, gracias Pablo Font de Mora por el dato, lo que coloca a la lectura a unos cuatro minutos, en cada movimiento extremo, de las consideradas versiones “espaciosas” que se suelen ir a los 27 o 28 minutos.
Sin embargo, lo mollar en el ámbito interpretativo Bruckner va por otros derroteros, más si cabe en la novena que cierra su catálogo. Entramos en un ámbito casi extramusical de entender esta música (hablar de “filosófico”, sería excesivo). De hecho, ya de los iniciales diez golpes de timbal sobre la nota de la trompeta, ambos en piano, ya podemos predecir el tono general de la lectura. Si va a ser de las de ensanchar el tiempo a través de silencios, variedad rítmica y espacios para respirar o de cierto constreñimiento de motivos. Gaffigan que hace un trabajo serio, de eso no hay duda, pero transita por este segundo camino y todavía se aprecia cierta ansiedad en su Bruckner. El camino hacia el ideal bruckneriano se destila con el tiempo.
Respecto al primer movimiento, indicado como Feierlich (misterioso) no se puede negar que hubo tensión, a veces demasiada hasta en lo semblantes de los profesores, pero quizás también cierto abigarramiento y poco lugar al respiro a los espacios brucknerianos. La tendencia a hacer intercambiable el concepto de inmensidad al de decibelios se plasmó con evidencia en el inmenso clímax “anticlimático” que precede a la coda. Este fue quizás el instante menos afortunado del movimiento en el que en un magma de sonido, pareció que cada uno hacía la guerra por su cuenta. Tras este, uno de los pasajes más íntimos y espirituales entonado por el metal previo al contrapunto de la cuerda, antesala de la la coda más cósmica de la literatura sinfónica en la que llevada con ligereza en el tempo, nuevamente se confundió volumen con inmensidad espacial, restando profundidad. Hay que decir en los pasajes más amorosos, entendido como un amor cósmico, no carnal o romántico, la cuerda hizo valer su calidad, excelentes los violonchelos, lo cual era esperable.
Espectacular, sin duda, fue el scherzo, pues sus hechuras le van a Gaffigan como anillo al dedo por su carácter inmediato y su rítmica, además, si cuenta con una orquesta a sus mandos de tal envergadura, mucho mejor. Mención de honor para las maderas en el trío que alterna como una mueca con los pasajes más infernales a cargo de la cuerda y el metal en su danza macabra precedidos por los premonitorios pizzicatti.
También fue una digna lectura la del adagio con el que se cierra la sinfonía. Un adiós a la vida, como citó expresamente sobre uno de los compases en forma de acordes descendentes de los metales, y con esas breves citas a música de su venerado Wagner con el motivo del Tristán al inicio, a Sigfrido en el caso del Anillo del Nibelungo e incluso a la búsqueda del Grial de Parsifal. Las partes más desnudas fueron más convincentes que por ejemplo los clímax en los que Gaffigan volvió a pecar de cierto exceso decibélico que impedían deconstruir esa suma de elementos sonoros. Eché de menos el empleo de los silencios como parte de un discurso musical de una fluidez quizás demasiado terrenal.
De entre los profesores citaremos a las trompas, salvo algún pequeño desliz en el primer movimiento. De ensueño sonaron los trombones y las maderas, especialmente el oboe de Chistopher Bouwman y la flauta de Magdalena Martínez y sensacional Gratiniano Murcia en unos timbales que sonaron con inaudita precisión y con una gama de dinámicas infinita.
Cuarta de Schubert para abril el programa
La juvenil, aunque estrenada póstumamente, cuarta sinfonía de Schubert autodenominada “Trágica”, fue la elegida para la primera parte. Gaffigan curiosamente no escogió la vertiente más ligera y refinada sino una lectura más densa de tiempos algo contenidos, así como de contrastes dinámicos en la misma tónica, en detrimento de cierto refinamiento y frescura. Aunque no puede decirse que fuera una lectura a tumba abierta, la respuesta de la orquesta, siendo buena, estuvo algo lejos de sus mejores lecturas de obras de este período, detectándose algunas imprecisiones en las cuerdas tanto en el ataque como en el empaste. Mejor estuvieron las maderas, sin duda. Funcionó estupendamente el inicio un tanto doloroso, como se indica, y dramático, pero en la siguiente parte, allegro vivace, frenética y chispeante se perdieron un poco las líneas melódicas de la cuerda a pesar de no interpretarse a tempi excesivamente rápidos. Mejor funcionaron los movimientos siguientes con un inspirado minuetto. El movimiento final también careció algo de impulso e intensidad.
El éxito fue inapelable. Detrás quedaron aquellos años en que programar a Bruckner era un riesgo. Quizás sean estos tiempos para refugiarnos en la espiritualidad del organista de San Florián.
Ficha técnica:
17 de febrero de 2024
Auditorio del Palau de les Arts
Obras de Franz Schubert y Anton Bruckner
Oquesta de la Comunitat Valenciana
James Gaffigan, director musical