VALÈNCIA. Materiales de gran calidad, formas naturales y una arquitectura inteligente y orgánica. Estas son algunas de las cualidades que definen las creaciones de Antonio Escario (Albacete, 1935 - València, 2018), uno de los arquitectos españoles referentes del siglo XX que ha dejado gran parte de su impronta en València. Sus diseños han dado forma a la arquitectura de la Torre Ripalda (más conocida como La Pagoda), la actual Tesorería de la Seguridad Social (en Colón) y el Rectorado de la Universitat de València.
Este arquitecto albaceteño, pero valenciano de corazón, fue adoptado por la ciudad a la que le introdujeron sus socios: Vicente Vidal y Vives, compañeros de la carrera con los que montó su propio despacho. Entre construcciones y bocetos también fue profesor de arquitectura, llegando a ser reconocido con la distinción de Mestre Valencià d’Arquitectura 2010-2012. Uno de sus alumnos: Javier Domínguez, ahora le rinde homenaje en la ruta Arquitectura de Antonio Escario, una de las actividades que se propone dentro del marco de actividades del festival de arquitectura Open House València.
Lo hace construyendo un paseo en el que decenas de curiosos buscan reconocer su firma, para Domínguez un trazo que contribuye a "incluir el concepto moderno en la ciudad" y que le distingue como uno de los mejores arquitectos de su generación: “Muestra una escenografía muy variada donde podemos ver soluciones con muchas voces y a la vez piezas con una enorme calidad”, apunta Domínguez, quien destaca que gran parte de su investigación viene de las grandes construcciones que se hacen en Madrid, la gran “capital”.
En los años 70 y los 90 su arquitectura es reconocible, entre otras, por sus formas escultóricas y sus fachadas que buscan una composición que llame la atención, tanto por su forma como por la calidad de sus materiales. “Su imagen es reconocida claramente y es lo que le hace único. Busca distinguirse tanto en la forma como en los pequeños materiales, siempre mirando al futuro y a la vanguardia”, comenta Domínguez antes de comenzar la ruta. Un paseo que se abre a decenas de curiosos que buscan conocer a este arquitecto cuyo sueño frustrado era ser aviador como su padre, aunque le pudo la miopía y tuvo que quedarse en tierra, habitándola y generando nuevos espacios gracias a su arquitectura.
Comenzando por el pleno centro, Domínguez reúne a su grupo de la ruta de Open House en la Sede Promobanc, actualmente la Tesorería de la Seguridad Social. Señala de este edificio que está compuesto por una piel de vidrio que cubre la fachada casi por completo, con lo que Escario consigue leer el entorno que le rodea y proteger a los peatones del "ruido y ajetreo del centro". Lo hace generando una entrada de gran espacio, con la que permitiendo que el peatón pueda resguardarse en el edificio aún antes de llegar a su interior.
En este modelo de edificio Escario incluye una de las primeras “fachadas cortina” que se hacen en España. Lo hace en plena Guerra Civil, un momento en el que cuesta ver este tipo de innovaciones artísticas y arquitectónicas, y que están a la vanguardia del nivel tecnológico de la época: “No quiere poner pilares y quiere abrirse a la calle, busca generar un edificio que sea acogedor mientras muestra poder y riqueza. Busca generar un edificio de mayor standing centrándose en los pequeños detalles y contemplando la ciudad que le rodea”.
Siguiendo por una de sus emblemáticas construcciones, La Pagoda, Domínguez explica que Escario intenta dejar huella de sus orígenes empleando el ladrillo albaceteño para construir este tipo de “palacio” que intenta generar una jardinera perimetral, aunque a día de hoy -y a causa de las reformas en el edificio- este se mimetiza con nuevos materiales que cambian el color de la fachada. Aún así, su forma de "flor" sigue inmutable, una peculiar estructura con la que intenta encajar con lo que le rodea y dialogar con su entorno de zona residencial.
“Cabe tener en cuenta que Escario busca generar una respuesta orgánica y respetuosa con el entorno, pretende que pueda dialogar con el jardín que le rodea. Busca emplear materiales naturales como la madera de sus techos y formas que se parezcan a algo más orgánico”, apunta el arquitecto guía, mientras recuerda que esta misma construcción fue tan popular que su modelo se intentó replicar en Latinoamérica.
Con estos proyectos, y su gran pasión por el dibujo y la arquitectura, Domínguez recuerda de sus lecciones junto a Escario que no solo fue un gran arquitecto, sino que también fue un trabajador incansable. Junto a los valencianos Vicente Vidal y Vives pudo trabajar en más de 1000 proyectos, y cuando se separaron se quedó trabajado de forma individual hasta que se lo permitió el cuerpo.
En sus últimos años lidió también con el párkinson y cuenta Domínguez que era tan incansable que se ataba la mano para “poder dibujar recto”: “Era una persona muy exigente y murió haciendo lo que más le gustaba: trabajar en su obra. Se dice de él que tenía mal genio, pero en realidad era perfeccionista, exigente e incomprendido”, apunta Domínguez, quien pudo comprobar todo esto de cerca cuando era su alumno. Una dedicación que se refleja en sus edificios y que ahora enseña a quienes siguen sus huellas a lo largo de toda València.