VALÈNCIA. Estoy recién llegado de Barcelona y de participar en las jornadas, a las que amablemente me han invitado, organizadas por la Asociación para el Estudio del Mueble, una pequeña pero ya prestigiosa institución, verdaderamente ejemplar en la labor que realizan dirigida a fomentar y estudiar el mueble, y todo lo que gira en torno a la madera. Las jornadas con el título “El mueble de madera. Las maderas del mueble”, se han celebrado hasta ayer sábado en el estupendo Museu del Disseny, su sede, y claro, tras esta reveladora visita, ha sido inevitable preguntarme si mi ciudad que es capital mundial del diseño 2022 debería tener un espacio como este y con las funciones que cumple. La respuesta es fácil y natural: sí. ¿Debería, por tanto, reivindicarse ese espacio como evocación y materialización permanente a esta capitalidad?. Pienso que es necesario.
El Museo del Diseño de Barcelona tuvo su origen en la integración de importantes colecciones distribuidas por la ciudad como la del Museo de Artes Decorativas, el Museo de Cerámica, el Museo Textil y de Indumentaria, y el Gabinete de Artes Gráficas, integrado por un importe fondo de cartelería y fotografía de época. Además, el museo hace gala de una mentalidad abierta, integradora y no restringida, incorporando de material de otras colecciones, o haciendo suyas las piezas que genera la propia actividad investigadora del centro. Su ubicación se halla en el espectacular edificio del Disseny Hub, obra del estudio de arquitectura MBM integrado por los arquitectos Oriol Bohigas y Josep María Martorell, recientemente fallecidos, y comparte la sede con instituciones que desarrollan una actividad continua y acorde con el objeto del museo: el llamado Fomento de las Artes y del Diseño, el Barcelona Centro de Diseño o la citada Asociación para el estudio del mueble cuyas actividades van dirigidas al estudio, la promoción y el desarrollo del diseño en Cataluña. Como consecuencia de este carácter abierto y desprejuiciado, en el edificio, en un mismo día, se puede estar desarrollando, al unísono, un encuentro para el estudio de las maderas utilizadas en los muebles del siglo XVIII, una exposición temporal dedicada a diseños de portadas de discos del siglo XXI y un trabajo de investigación de materiales sostenibles para el diseño de objetos en el futuro más próximo. A ello hay que sumar la importante exposición permanente integradas por obras de primera fila de los últimos 1000 años.
El Museo del diseño me ha dado la impresión de ser un es un centro vivo y es esa actividad lo más interesante que pude observar en mi corta estancia: por un lado un frenesí de continuo movimiento que se desarrolla en la parte más “activa” del edificio un espacio abierto y con cierto bullicio. Ahí se lleva a cabo investigación, documentación, exposiciones temporales, biblioteca, charlas, cursos etc. Y por el otro la puesta en escena en las salas del museo propiamente dicho de una “filosofía” que ya reivindiqué en su momento en una de estas colaboraciones dominicales a colación de la capitalidad valenciana: la idea integrativa y de continuidad del diseño desde al menos mil años hasta hoy mismo. En un edificio que mira descaradamente al futuro se exhibe de forma natural la mejor cerámica medieval, espléndidos “socarrats” valencianos, mobiliario renacentista, relojes de bolsillo del siglo XIX, una silla del grupo 57, de muebles de Enric Miralles o de sombreros de Balenciaga.
El Museo del Diseño de Barcelona y su mirada amplia, integradora y abierta ejemplifica a la perfección una idea que vengo defendiendo desde hace tiempo, por ahora con un éxito limitado aunque no pierdo la esperanza: los micro sectores que formamos el que yo llamaría “sector artístico” formado por un amplio conjunto de profesionales que van desde los artistas, historiadores, restauradores, galerías de arte, asociaciones de amigos de museos o de las más variadas disciplinas, los anticuarios e incluso los coleccionistas y propietarios de colecciones privadas y fundaciones abiertas al público, formamos una gran comunidad de comunidades. Más amplia de lo que pensamos. Por supuesto que aquello que nos diferencia se da, pero no podemos cerrarnos en nuestros compartimentos sectoriales y no pensar que hay fines que nos unen y que podríamos defender con una sola voz, por tanto, con más fuerza. En Museo del Diseño de Barcelona pude conocer a historiadores, restauradores, diseñadores y artistas, y me dio la sensación de que todos hablábamos un lenguaje común. La pedagogía necesaria y el fomento de aquello que hacemos cada uno en nuestra parcela, choca con una clamorosa limitación de medios de toda clase, que se pone en evidencia cuando vamos cada uno por nuestro lado. Prueba del “éxito” de esa “unión que hace la fuerza” se observa en otros “verdaderos sectores” como el editorial, el de las artes escénicas o el audiovisual, que por supuesto también tienen sus problemas y asignaturas pendientes.