Comer calçots es una fiesta. Una fiesta que tiene algo de salvaje. El fuego, las cantidades pantagruélicas que se asan cada vez, los dedos que van despojando las capas carbonizadas hasta quedar completamente negras, el ajetreo del calçot tratando de empaparse bien en salsa romescu, el vino que corre sin medida y ese movimiento sensual de la cebolla introduciéndose lentamente en la boca convierten el acto de comer calçots es una especie de bacanal entre sensual y gorrina a la que entregarse al menos una vez en los próximos meses.
COMER CALÇOTS Es UNA ESPECIE DE BACANAL ENTRE SENSUAL Y GORRINA A LA QUE ENTREGARSE AL MENOS UNA VEZ EN LOS PRÓXIMOS MESES
La temporada de calçots comienza en noviembre y llega hasta abril, pero es en enero, febrero y marzo cuando el consumo se dispara. Este domingo se celebra en Valls (Tarragona) la Fiesta de la Calçotada, el mayor evento en torno a esta variedad de cebollas tiernas originarias de la gastronomía catalana. Hace unos años era prácticamente imposible encontrar calçots por estas latitudes, había que coger el coche y tirar millas para disfrutar del plato típico de Valls, pero la globalización todo lo puede y ahora cualquiera puede disfrutar de un evento calçotero a pocos kilómetros de Valencia.