MEMORIAS DE ANTICUARIO

Vanitas Memento mori: arte sobre el paso del tiempo y el fin de la vida

10/11/2019 - 

VALÈNCIA. Se me ha ocurrido abordar este “espinoso” tema, recién celebrada la fiesta de Todos los Santos, al tener noticia de la aparición de de un cuadro inédito atribuido a Joaquín Sorolla que retrata a una niña debatiéndose entre la vida y la muerte de forma serena y resignada. A la vista de la imagen hay pocas dudas de que se trata de una obra del gran artista valenciano a la que añadir a su extenso catálogo. Lo que, al parecer, no conocemos es la intrahistoria de esa obra; quizás se trate una obra de encargo de la familia de la menor a un todavía joven pintor, puesto que se trata de un tema alejado de lo que Sorolla pintó durante su carrera artística, o bien tenga una estrecha relación con ella. Se trata este, como otros de este particular subgénero, de retratos difíciles tanto por la credibilidad que hay que transmitir (en este caso de forma magistral nos muestra a una niña todavía viva pero en pleno tránsito), como por la particular y compleja situación frente a la que se halla el artista. En este caso el pintor todavía en periodo de aprendizaje puesto que la obra está fechada en la década de los 80 del siglo XIX, ya demuestra las trazas de gran maestro con una pincelada inconfundible, aún algo contenida, pero llena de verdad y de genio.

La creación humana alrededor de la muerte es inmensa, inabarcable en todas las culturas y religiones: tumbas, mausoleos, escultura, pintura, monumentos funerarios, pequeños objetos de toda índole relacionados con esta  y también de la memoria y que, a su vez, que simboliza la brevedad de la vida, el paso del tiempo. No se trata, a pesa de ello, de espacios arquitectónicos y obras de arte que el público evite, sino que, al contrario, son visitadas masivamente y admiradas. Asimismo, aunque les resulte un tanto difícil de comprender, existe un mundo importante a nivel internacional, y un mercado, quizás reducido en número de coleccionistas pero  de gran consistencia y perseverancia, no necesariamente guiado por el morbo, dedicado al coleccionismo de objetos relacionados con memento mori, lo que conlleva que determinadas piezas relacionadas directa o indirectamente con ese mundo alcancen importantes cotizaciones. Hace un tiempo un compañero me mostró el catálogo de la importante casa de subastas Bassenge, radicada en Berlín, que dedicó toda una espectacular sesión, a la que llamó así: Memento Mori. Una jornada monográficamente compuesta de obras de arte y piezas relacionadas con este mundo: desde calaveras de todos los tamaños talladas en los más diversos materiales madera o marfil, realizadas en plata, bronce, oro, cristal de roca, pinturas y miniaturas pintadas relacionadas con el citado tema, grabados y dibujos etc. El formato y la técnica era lo de menos, lo importante era la temática. Hay que aclarar que lo que tiene un importante coleccionismo es aquello relacionado con la muerte que la trata de forma evocadora, metafórica, religiosa o filosófica. No sería el caso de todo aquello que ha sido usado directamente para un acto relacionado con la muerte en nuestra cultura occidental, que se tiende a evitar. Este último caso sería el de la escultura funeraria, u objetos decorativos relacionados con “lo funerario” cuyo mercado es mucho más difícil.

Simbología

El sueño del caballero, obra que se expone en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, es el título de uno de los cuadros más importantes del arte español del siglo XVII que de forma más explícita y detallada muestra toda la imaginería relacionada con un tema que en aquel tiempo obsesionaba a artistas y escritores: el paso del tiempo y la llegada del “último final”, valga la redundancia. Los objetos desparramados por la mesa representan y simbolizan la fugacidad de la vida y por tanto la fragilidad de esta como consecuencia del inexorable paso del tiempo hacia la inevitable muerte. El objeto “memento mori” (acuerdaté de que morirás) más paradigmático suele ser, como decíamos, el cráneo humano, pero este complejo cuadro es mucho más, situando al ser humano, personificado en un rico y poderoso caballero, frente al espejo a través del angel que lo visita en sueños advirtiéndole sobre la vanidad, y aquello que por muy rodeados de riquezas que estemos, nos iguala de forma inexorable: el paso del tiempo y la muerte.

Muchos son los objetos o elementos de la naturaleza que metafóricos o simbólicos aparecen en esta y en otras muchas obras de arte que tratan este tema, que vivió su época de esplendor en el Barroco, y que evocan de una forma más directa o más poética toda esta filosofía de vida: la fruta madura o directamente pasada símbolo de la decrepitud inexorable, los relojes de arena símbolo de la brevedad del momento, la baraja de cartas como símbolo de la suerte, las riquezas temporales, la vela apagada que evoca el final, instrumentos de música etc.

Fotografía de los que ya no están 

En el París de 1839, en los primeros albores de la fotografía, nace un género fotográfico que cuesta olvidar una vez se conoce: la fotografía post mortem. Antes de opinar conviene tener presente la estrecha relación con la muerte que la gente tenía en la primera mitad del siglo XIX. En aquellos tiempos sí que podía afirmarse que la muerte era parte de la vida puesto que aparecía a la vuelta de la esquina. La despedida de la vida de una persona joven o muy joven era algo natural y así lo afrontaba el resto de miembros de la familia. ¿De qué manera recordar a los fallecidos teniendo en cuenta el poder de la fotografía, es decir de la imagen retenida que como una revolución invadió las casas incluso de los más humildes?, pues mostrándolos para la eternidad como si realmente no estuvieran muertos. Se podían presentar de las mas variadas formas: como si simplemente durmiera, acompañado y posando junto al resto de sus familiares e incluso con los ojos abiertos como si estuviera realmente vivo o viva. Se popularizaron especialmente los que tenían como protagonistas a los niños dada la cantidad de estos que fallecían por enfermedades como la tuberculosis. La fascinación de estas bizarras imágenes ha dado lugar a un coleccionismo dedicado a esta clase de fotografía por un lado tan inquietante pero por otro tan humana, teniendo en cuenta las razones que la motivaban nada truculentas o escabrosas.

Era habitual que los padres sujetaran a los niños con el fin de dar una naturalidad al retrato y evitar movimiento. Los padres en ocasiones se escondían tras una cortina para no salir retratados. También era común los retratos en pie junto a otros familiares incluso con los ojos abiertos como si realmente se hallara allí no sólo en cuerpo sino también en espíritu lo que daba también a la escena un mayor realismo. Finalmente también era habitual fotografiar a la persona fallecida tumbada y con los ojos cerrados, en ocasiones con otros miembros de la familia también fallecidos.

El museo del silencio de Rafael Solaz 

No quiero acabar este artículo sin mencionar a nuestro amigo Rafa Solaz erudito sobre la historia de nuestra ciudad que acaba de publicar “El museo del silencio” (Editorial Samaruc), un excelente libro sobre el cementerio de Valencia en el que nos lo muestra desde el punto de vista histórico, artístico y pintoresco, puesto que es un lugar que ha generado gran cantidad de anecdotario popular. Pocas personas como Rafael saben tanto de este espacio, que es, en el fondo, un gran desconocido de nuestro patrimonio. Un lugar que, sin embargo, miramos desdeñosos y de reojo, y que el autor nos lo viene mostrando desde hace años a través de visitas guiadas en las que no falta la historia el arte y la tradición popular. Un título evocador y que sintetiza perfectamente la paz que se impone, a la fuerza, el camposanto, el arte que reúne este gran recinto urbano.

 

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