Viaje al corazón de Amsterdam, alejados del prototipo turístico de la ciudad del Barrio Rojo y la despenalización de la marihuana
VALENCIA. En octubre de 2008, en París, tuvo lugar una subasta peculiar. Las letras de ‘Amsterdam’, escritas de puño y letra por un veinteañero Jacques Brel en 1964, salían a subasta a un precio de salida de 50.000 euros. Se desconoce dónde descansan esos manuscritos hoy, pero no dejará de ser un crimen que esas páginas no se exhiban en el imponente Rijksmuseum o en alguna de las casas museo del Grachtengordel (distrito del canal) de la capital holandesa. Brel, que escribió la canción en la casa que compartía con Sylvie Rivet en la Costa Azul, se inspiró en los barcos que veía desde su residencia de Roquebrune-Cap-Martin.
Más allá del agua, los barcos y los marineros, poco comparten, de hecho, la Riviera Francesa con el puerto de Amsterdam al que Brel consigna la canción. Ni siquiera comparten precisión tonal en el azul del agua; la del canal de Amsterdam es, para quien lo haya podido observar con distancia prudencial, de un azul oscuro casi verde capaz de absorber en todo su espectro cromático la historia de unas aguas que contienen los momentos más brillantes de Amsterdam. También los más oscuros. Las aguas de los canales que se enroscan hasta la eternidad en Amsterdam son Patrimonio de la Humanidad desde 2010, y testigos del siglo de oro de la ciudad en el siglo XVII, cuando su puerto era el centro comercial de Europa; al mismo tiempo, también lo son de los negocios turbios amparados en la propia turbiedad del canal.
La canción de los marineros del puerto de Amsterdam de Jacques Brel es la primera de muchas que nacen a partir del latido de la ciudad. La de los marineros que levanta su nariz al cielo, que beben, que comen, que se van de putas, que nacen y mueren en el puerto de Amsterdam es, sin atisbo de duda, la canción más holandesa jamás escrita por un belga. El port d’Amsterdam de Brel huele a salitre, al agua que lo absorbe todo, a arenques crudos y a cerveza. El poderoso magnetismo de la canción del díscolo artista francés es tal que incluso Scott Walker y David Bowie grabaron sus propias versiones del fondeadero y los canales de la capital neerlandesa. En el caso de Bowie, como en el original de Jacques Brel, la canción jamás fue grabada en un estudio como si fuera cualquier otra composición.
Sería absurdo negar que uno de los atractivos de Amsterdam, a nivel más primitivo, es el barrio de las prostitutas. Aunque no hay uno solo, como en casi ninguna ciudad grande; sin embargo, es el Barrio Rojo, De Wallen (por los muelles de los canales), el que se lleva toda la atención mainstream, tanto a nivel turístico como musical, por su prostitución legalizada y ofrecida en escaparates. ‘Gang Bang’, la canción que Nacho Vegas incluía en su segundo disco, Cajas de Música Difíciles de Parar (Limbo Starr, 2003), empieza con un nada sutil “hay, cerca del Dam, cuatro putas que bailan un vals detrás del cristal” y el acordeón parece ser el mismo que se empleó para grabar la canción de Jacques Brel.
Vegas no hablaba por hablar. Más allá del neón y los canales, el asturiano parece saber de lo que habla: la plaza Dam está, de hecho, a escasos 300 metros del más famoso barrio rojo de Amsterdam; esta recibe el nombre a partir de su funcionalidad original, la de una presa para el río Amstel. Aunque el cantante se mueve con más soltura entre las casas de De Wallen, tanto el clasicista Palacio Real (de Luis Napoleón en su momento, y posteriormente de la Casa Real neerlandesa), como el Monumento Nacional (una piedra blanca en memoria de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial) o el cercano Museo de Cera de Madame Tussaud hacen que la plaza sea algo más que el lugar donde las putas ficticias de Nacho Vegas bailan un vals.
Junto al Palacio Real se encuentra la Nieuwe Kerk; la Iglesia Nueva está, de hecho, hilada de forma muy visible con el Barrio Rojo del que habla Vegas. Su construcción, que data de 1409, se llevó a cabo después de que el obispo de Utrecht concediera el permiso para una segunda iglesia, ya que la Oude Kerk, en pleno De Wallen, se había quedado pequeña. Ambas acogen exposiciones y eventos de carácter no necesariamente secular, y en su interior reposan los restos tanto de héroes navales como personajes relevantes de la cultura holandesa, como Saskia van Uylenburgh; sin embargo, Oude Kerk es, por su ubicación, la más interesante. Además de por su vinculación a Rembrandt o Jan Pieterszoon Sweelinck, la iglesia destaca por su plaza, la Oudekerksplein, que recoge varios homenajes a las prostitutas (un busto en el empedrado y una estatua que piden respeto para todas las trabajadoras del sexo) y hace convivir a la iglesia con las ventanas de las prostitutas.
A juzgar por la canción de los suecos Mando Diao, aparentemente inspirada por los excesos narcóticos en la ciudad (“I was down in Amsterdam, almost hurt myself to death. I pushed myself so hard, just like the redlight girls”), la despenalización de la venta y uso de la marihuana y hachís es otro de esos atractivos absurdos para el turismo exterior. Una vez se está allí, resulta difícil comprender que Amsterdam sea más “lonesome dirty town” que determinados rincones de la misma Valencia.
Afortunadamente, en la capital holandesa hay atractivos más allá de las prostitutas en los escaparates y la posibilidad de pedir un brownie de marihuana en una cafetería. Hay, por ejemplo, un parque de 47 hectáreas al sur de Amsterdam que recibe, al año, alrededor de 10 millones de visitantes. Los escoceses 1990s (que saldaron su trayectoria con 3 o 4 buenas canciones en 10 años) se acordaron de Vondelpark en su segundo y último disco; se trata de un parque inaugurado en 1865, después de que la Association for the construction of a park for riding and strolling (tal cual) consiguiera reunir el dinero necesario para levantarlo. El parque, diseñado por Jan David Zocher y más tarde por su hijo también, tenía en su interior una escultura dedicada al escritor Joost van den Vondel; así, Het Nieuwe Park (El Nuevo Parque), cambió naturalmente su nombre a Vondelpark. En 1965 se instaló también una escultura de Pablo Picasso, ‘El Pescado’.
Con total seguridad, musical y turísticamente hablando, la idea mental de Amsterdam reside en algún punto intermedio entre la letra y la intensidad de Jacques Brel y la suave cadencia de una canción de Kings of Convenience. A pesar de titularla ‘Cayman Islands’, resulta evidente que el dúo noruego dedica la tercera composición de su segundo disco a la capital holandesa. Los callejones, el agua, los canales, una bicicleta alquilada para pasar un día entero paseando… Todo indica que Erlend Øye y Eirik Glambek Bøe se refieren a Amsterdam como el mejor lugar para esperar a alguien.
No resulta complicado imaginar a los noruegos paseando por los más de 100 kilómetros de canal de la ciudad, ni cruzando los alrededor de 150 puentes que conectan las diferentes calles de Amsterdam. De hecho, cuando Oye habla de que los canales “parece que van en círculos”, resulta obvio que se refiere al cinturón de canales, en el que destacan sobre todo los tres más grandes; Prinsengracht, Herengrachtel y Keizersgracht pertenecen, todos, al denominado siglo de oro neerlandés, y crecen concéntricamente alrededor del centro de Amsterdam.