VALENCIA. Ragnar is coming. Ragnar will revenge all of us. “Ragnar volverá. Ragnar nos vengará a todos”, gritaba un guerrero vikingo desde Paris antes de morir, tras un ataque inesperado que aniquilaba a un grupo de soldados del norte. Una escabechina perpetrada por alguien de los suyos, no les diré quién para sortear el spoiler. La conocidísima coletilla (…is coming) de Juego de Tronos hacía de broche final en el satisfactorio primer episodio de la cuarta temporada, estrenado el pasado miércoles en España por el canal TNT. Un capítulo cuyo título no dejaba lugar a dudas, por lo que no estoy desvelándoles nada nuevo sobre la trama: A good treason, una buena traición.
Porque todos los personajes que rondan alrededor del rey de los vikingos Ragnar Lothbrok (Travis Fimmel), absolutamente todos, podrían ser objeto de sospecha. Su primera mujer Lagertha (Katheryn Winnick) podría cambiar sus prioridades cualquier día, porque ahora tiene otra relación sentimental con el guerrero Kalf (Ben Robson), que la salvó de la muerte durante la toma de París. Y Kalf está tan loco por ella que sería capaz de hacer cualquier cosa, incluso un magnicidio; o su actual esposa, la reina Aslaug (Alyssa Sutherland), que ya le traicionó una vez. En la actualidad su matrimonio está congelado sentimentalmente, y su desconfianza es mutua; o su hermano, el eternamente celoso y mezquino Rollo (Clive Standen), que siempre tuvo ansias de poder, y ese sentimiento no desaparece tan fácilmente; o tal vez su mejor amigo Floki (Gustaf Skarsgård), que adora a Ragnar pero nunca le gustó su tonteo con el cristianismo. Además en la temporada anterior hemos visto a Floki hacer algo que será difícil que reciba el perdón de Ragnar. Absolutamente todos podrían ser el Judas del futuro. Un Judas que en el cartel promocional está sentado en la misma mesa que Ragnar, imitando a La última cena de Leonardo da Vinci. Uno de ellos, sin duda alguna, es el que buscamos. Y en esta batería de episodios sabremos de quién se trata.
De entre los posibles herederos, tampoco está libre de sospecha su hijo mayor, el joven Bjorn (Alexander Ludwig), tan interesado como los demás en heredar la corona. Porque a no ser que la serie se torne al género fantástico y Ragnar pudiera convertirse en un caminante blanco, como en Juego de Tronos, la realidad es que Ragnar es tan humano como cualquiera, está gravemente enfermo después de los duros ataques a París y, por tanto, su reinado tiene fecha límite.
La disputa por la corona de Ragnar será uno de los temas principales durante los próximos 20 capítulos que componen esta cuarta temporada, el doble de larga que otros años, tal y como nos avanzaba su showrunner Michael Hirst tras su paso por España hace unas semanas. El también creador de Los Tudor, Los Borgia y Elisabeth nos prometía además devastadoras muertes, al estilo Juego de Tronos. Así que estén preparados para un Boda Roja porque la tendremos. Nos pillarán de sorpresa algunas muertes que no nos van a gustar, más que nada porque a estas alturas hemos cogido cariño a los personajes y cualquier pérdida se convertirá en una crisis en Twitter. También tendremos, como siempre, sangre a mansalva, barro, sudor y épicas batallas, como ya vimos en el espectacular trabajo de producción durante el asedio de Paris en la temporada anterior.
La serie se ha vuelto más ambiciosa tras el espectacular asedio de París
Los ataques a la cuidad de París durante los tres últimos episodios de la tercera temporada muestran el planteamiento más ambicioso que hemos visto hasta ahora en esta ficción producida por History Channel. Con una buena combinación de escenarios virtuales y un espectacular trabajo de ambientación y dirección, se reprodujo con todo lujo de detalles escénicos las prolongadas batallas en la ciudad amurallada. Se construyeron calles, torres con las que los vikingos se encaramaban para alcanzar la ciudad, participaron especialistas, acróbatas, y centenares de figurantes. Unas escenas acompañadas de la excepcional banda sonora de Trevor Morris que son difíciles de olvidar para los seriéfilos que nos gustan las series épicas.
Si no han visto nada de Vikings y les apetece echar primero un vistazo, busquen los episodios 8, 9 y 10 de la tercera temporada. Notarán cierta diferencia con Juego de Tronos, porque en Vikings la rudeza de los guerreros nórdicos traspasa la pantalla gracias a sus tremendos primeros planos. En las refriegas, los vikingos no llevan ningún casco con el que esconder su gestualidad, como llevaban los Inmaculados de Daenerys Targaryen haciéndoles parecer robots, sino más bien al revés. Las escenas bélicas están repletas de caras desencajadas bajo sus gélidos ojos azules, como si estuvieran poseídos por alguno de sus dioses, o desde nuestra perspectiva, por alguna de su drogas alucinógenas con la que viajan hasta alcanzar el Valhalla, para nosotros “el subidón”.
Virguerías de los directores de ficción que nos hacen creer que estamos ante una historia absolutamente verosímil, aunque se trate de una ficción sobre una cultura que conocemos bastante poco. Los escudos y las lanzas, las posiciones para la
lucha, los barcos y la forma de remar esas embarcaciones con las que fueron capaces de llegar tan lejos, las relaciones tribales o familiares, sus creencias, o la ausencia de miedo a la muerte, se nos muestra con una credibilidad incuestionable a los espectadores, pese a que en el fondo estamos ante la paradoja de que existe poca información sobre estas tribus. La breve documentación, aún así, está presente, sobre todo en cuanto a aspectos organizativos, de religión, o de fórmulas para luchar.
Pese al intento de los cristianos de borrar de la historia cualquier vestigio sobre los paganos nórdicos, éstos dejaron algunas huellas. Las suficientes como para recrear esta historia épica entre los cristianos y los vikingos que han llegado hasta Paris, y que en anteriores temporadas llegaron a tierras británicas. En esta cuarta temporada se enfrentan al reto más difícil de todos: descubrir quiénes les traicionarán primero, si sus dioses o sus hermanos.
Bonus Track (BSO de Vikings):