Shan Nicholson, un documentalista especializado en los años de decadencia de Nueva York en la década de los 70, cuenta la historia completa con fuentes primarias de las bandas callejeras que inspiraron la célebre película Warriors
VALENCIA. Sol Yurick, judío y socialista, voluntario en la II Guerra Mundial, fue el autor en 1965 de 'Warriors', un libro en el que la tragedia griega era trasladada al escenario en el que vivía el autor, la Nueva York de las bandas callejeras. En 1979, Walter Hill adaptó el libro y filmó la película homónima que dejó patidifusa a una generación. "Han matado a Cyrus" se convirtió casi en una frase generacional.
En el fondo todo parecía una tontada. Una película más, de flipados para flipados. Sin embargo, la realidad, ya saben aquello de que supera a la ficción porque no tiene por qué esforzarse en parecer real, era en efecto peor que en la película. Todo aquello que se contaba ocurrió y aún más a lo bestia.
Shan Nicholson es un director de cine que ha grabado varios videoclips, cortos documentales y tres documentales completos sobre Nueva York cuando atravesó los años más duros en cuanto a violencia, epidemia de drogas y crimen, los 70. El trabajo que ha estrenado este año Rubble Kings, se centra en cómo fue la guerra de bandas que atemorizó la ciudad durante años. "No tenías opción, o eras parte de ello o eras una víctima", cuenta uno de los miembros de aquellos gangs.
El contexto social y económico de la ciudad era propicio a que ocurriera algo así. Tras los asesinatos de Martin Luther King y John F. Kennedy y la aparición de los Panteras Negras o la Weather Underground, las movilizaciones políticas de los 60, protagonizadas por los hippies y su eslogan de paz y amor, dio paso a manifestaciones mucho más violentas.
Además, el paro y la crisis económica golpearon todavía con más con fuerza. Algunos barrios llegaron a quedarse sin servicios básicos elementales, muchos edificios fueron abandonados, otros derruidos y buena parte quemados por sus dueños para poder cobrar el seguro dado que ya no podían ni venderlos.
La decadencia era absoluta y el paisaje postapocalíptico. De ello dan fe la cantidad de fotografías y vídeos que Nicholson ha reunido en el documental. Cualquier imagen que nos llegue ahora de Alepo en Siria no difiere demasiado de lo que allí había. Y por otro lado la ciudad también vivía sus peores años con la heroína. Lo único bueno que ocurrió fue que los NY Knicks ganaron su primer campeonato en la NBA.
En este contexto, la juventud de los barrios más castigados, especialmente el Bronx, empezaron, cuenta un profesor entrevistado en el documental, a rechazar la forma de ser de los WASP, de los blancos, para adoptar un rol fuera de la ley. Y no eligieron otro que el de los "american outlaws" por excelencia, los Hell Angels.
Les copiaron la imagen de chalecos vaqueros con logotipos y las letras de cada pandilla, que llegó a haber cientos con decenas de miles de soldados, según los datos de la policía. Los puertorriqueños del Bronx fueron los Ghetto Brothers y su logotipo unos cubos de basura. Además, no se cortaron un pelo en tomar prestada también toda la parafernalia nazi de los motoristas. A los negros y latinos les daba igual: se ponían esvásticas y cruces de hierro.
Cada gang tenía un presidente y un vicepresidente por si mataban al primero. Eran muy violentos. Según por donde caminases en la calle, según los colores que llevases, te podían matar. La iniciación para entrar en un grupo era nuestra célebre "carrera del pollo". Un pasillo y todo el mundo golpeando al novato que lo atraviesa. Cuenta un entrevistado que también ponían un single y, mientras durase la canción, golpeaban al nuevo. Y que una vez alguien, en lugar de un 7'' puso un LP y le partieron la mandíbula a uno.
Alguno de los grupos eran veteranos de Vietnam. Dejaron los subfusiles cuando se licenciaron y pasaron a salir por la calle de su ciudad con rifles. Todos tenían revólveres y en una entrevista de la época un chaval asegura que en alguna trifulca hubo detonaciones de dinamita. Las peleas eran constantes, multitudinarias y en cualquier lugar. Había muertos permanentemente. No tenían móviles, pero el boca a oreja de esquina en esquina movilizaba a todo el mundo para darse palos en muy pocos segundos. Se batían por el territorio, por los bloques de edificios delimitados por cada cruce de calles. Un mero rumor, podía acabar en una pelea monumental.
En esta sinrazón, los aludidos Ghetto Brothers puertorriqueños fueros los que iluminaron el camino. Iniciaron obras para la comunidad, recuperación de espacios públicos, ayudaban a la gente a quitarse de la heroína y hasta tuvieron un grupo de pop del mismo nombre que la pandilla que mezclaba las melodías pop de los 60 con los torrenciales ritmos latinos propios de su nacionalidad. El disco, Poder-Fuerza, reeditado hace tres años, cuando las copias originales en vinilo rondaban ya los 500 dólares, es una auténtica joya.
También llegó la conciencia política y los Ghetto Brothers vieron absurdo estar peleándose con sus vecinos por de quién era cada esquina, por los colores de un chaleco o minucias semejantes. Cornell Benjamin se convirtió en un pacificador y fue promoviendo acuerdos entre bandas para que no se matasen. En una de éstas reuniones, alguien le dio un machetazo en el estómago y lo asesinó. Básicamente lo mismo que le ocurrió a Cyrus en la mítica película. El suceso desencadenó una locura colectiva. Las bandas salieron a la calle quemándolo todo, pero los puertorriqueños decidieron renunciar a la venganza. Es más, volvieron a promover una reunión para firmar un tratado de paz. El enemigo no era el vecino, era el gobierno. La cosa funcionó.
Tras el histórico encuentro, las calles se llenaron de fiestas y hedonismo. Las ropas de Hell Angels se tiraron a la basura y primó el "estilo". Maquearse bien, con creatividad y clase, para ligar, que era ahora, superada la violencia, el principal objetivo de los chavales.
La moda actual sigue siendo deudora de aquellos años y de los inventos que hicieron los negros y latinos de los barrios con la ropa que pillaban de segunda mano, los chándals del momento, las gorras y las cadenas de oro. Hay varios libros del fotógrafo también neoyorquino Jamel Shabazz, como A time before crack que son auténticas maravillas.
Aunque el documental en lo que se centra al final no es en la estética, sino en la música. En aquellas fiestas los líderes de las bandas empezaron pinchado discos y terminaron levantando la escena hip-hop. Afrika Bambaataa aparece como el paradigma de ese cambio. Estuvo inmerso en la cultura de los gangs y luego fue uno de los primeros raperos de referencia en todo el mundo. El lema que se impuso fue "paz, unidad, amor y pasarlo bien". Sin embargo, como Shabazz advierte en sus libros, luego llegó el crack y volvió la oscuridad a aquellas calles. Pero esa es otra historia.
Entretanto, la memoria de su ciudad que ha recuperado Shan Nicholson, que es universal, es un interesante documental, aunque no es el primero sobre este tema. Ya se hizo en 1993 Flyin´Cut Sleeve sobre la experiencia de una profesora en estas calles. Lo que pasa es que el trabajo de Nicholson cuenta con tal cantidad de documentos gráficos inenarrables que la única conclusión pertinente es: queremos más.
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