MEMORIAS DE ANTICUARIO

A propósito de la plaza de la Reina: cuando el cambio suscita debate

7/08/2022 - 

VALÈNCIA. Era de prever y de noche a la mañana nos hemos convertido en urbanistas por unos días. No es un reproche, de hecho, es magnífico que la ciudad opine a través de sus ciudadanos sobre lo que, quienes nos gobiernan, hacen con el espacio urbano, el espacio de todos. Las propuestas más o menos descabelladas, más o menos acertadas, Lo que me sorprende es la cantidad de debate que se observa estos días a cuenta de la apertura de la reurbanizada plaza de la Reina, y más concretamente sobre asuntos como la cantidad de sombra que dan los elementos arbóreos y manufacturados allí instalados, y lo poco que se habla de asuntos que van más allá de la fisionomía de la plaza de València por antonomasia, al menos estos meses. En un dos o tres años le tocará a la del Ayuntamiento, como ya le tocó a las del Mercat y Brujas.

Parece que o porque suscitan menos interés o porque la ciudadanía los ve más complejos, no se ven sobre la mesa asuntos como, para quién se ha hecho, realmente, esta plaza. Entiendo que con toda la buena fe el gobierno municipal piensa que la plaza está para el disfrute de los vecinos. Pero en realidad en buena parte, si se observa, lo es para el disfrute de quienes nos visitan porque vecinos en los alrededores de la plaza no es que haya ya demasiados, y me da la sensación de que hay cada vez menos. Lo digo con pleno conocimiento de causa. Si no, pregúnteselo a los escasos negocios de proximidad que hay por la zona. Los últimos de Filipinas. Para mí ese es el verdadero debate, pero queda relegado, aplazado hasta que no haga ya falta debatirlo porque ya no haya remedio. Mientras nos enrojecemos con que si los bancos son incómodos y sobre la cualidad o no de secarral de la plaza. Si quieren que les de mi opinión, el resultado es más que digno, sin que se hayan incorporado elementos especialmente prescindibles. La vegetación crecerá, la plaza irá mimetizándose con un entorno que es lo más importante: la fachada dieciochesca de la catedral, la singularidad de las tres torres que se pueden divisar (Miguelete, Santa Catalina y San Martín) y el comienzo de la calle de la Paz los excelentes edificios Monforte y Sánchez de León), y dejar a sus anchas a unos viandantes que en la anterior ¿plaza? se veían constreñidos a las aceras. Vaticino que unos meses el tema sobre la mesa será otro y ya nadie se acordará de la plaza.  

Pero vayamos a lo nuestro que mucho tiene que ver con lo dicho, pero desde otra perspectiva, pues fijaremos la mirada en intervenciones en el patrimonio o en un entorno histórico artístico relevante que han generado un debate encendido pero que el tiempo ha ido incluyéndolos en la normalidad e incluso se han asimilado hasta convertirse en un símbolo más de la ciudad en el mejor de los casos, un objeto de debate o burla en el peor y en medio de ello un elemento del que ya nadie opina ni bien ni mal. Me vienen a la mente los casos parisinos de la muy polémica, en su momento, pirámide del Louvre obra de Ieoh Ming Pei, hoy totalmente asimilada por la ciudad e incluso por el entorno renacentista donde se halla, o el edificio del museo Pompidou creado por Renzo Piano y Richard Rogers, rompiendo de una forma radical con la estética del distrito decimonónico. También fue muy comentado el puente sobre el Gran Canal de Santiago Calatrava, una obra de ingeniería valiente puesto que debía competir con la abrumadora belleza que le rodea. En mi opinión un diseño que rompe no por la exhuberancia sino precisamente por el minimalismo de las formas y la ausencia de decoración. Unos dirán que para querer desviar la mirada en un acto de vanidad, otros que precisamente el proyecto que quiere es lo contrario: a través de un estilo depurado no interferir y pasar desapercibido entre en el arte mayestático que le rodea.

 En ocasiones intervenir genera tanto respeto que nunca se lleva a cabo: para que vean hasta que punto en algunos casos la intervención puede imponer, existe una obra que con poco que tengan unos mínimos conocimientos sabrán que necesita una intervención. Aunque nadie la reclame porque la imagen que se tiene de ella es universalmente aceptada. Les daré una pista: se trata de la pintura más famosa del mundo y cualquier conservador o restaurador afirmaría que precisa ser intervenida, no porque corra serio riesgo en cuanto a su integridad, sino porque observamos una obra que en realidad no era así cromáticamente hablando puesto que sus colores están alterados por barnices envejecidos y suciedad. Sin embargo, nadie se atreve a tocarla tal y como está por el miedo, mejor, por pánico a la opinión pública puesto que significaría una auténtica la transfiguración de la Gioconda en una nueva Mona Lisa sin que dejase de ser el mismo cuadro. Emergerían colores que no estaban (véase su “hermana” del Museo del Prado), mayor concreción de paisaje de fondo, hoy envuelto en misterio velado. En definitiva, una pérdida del enigma universal tal como se le conoce actualmente. Un asunto complejo, pues si funciona ¿para qué tocarla?

A finales de la primera década de este siglo el restaurador, ya jubilado, Rafael Alonso llevó a cabo la restauración, en mi opinión ejemplar, del emblemático lienzo del Greco, el Caballero de la mano en el pecho. Un retrato enigmático en cuanto a la identidad del personaje, la posibilidad de que fuera manco y la forma en que su rostro emergía de la oscuridad con una fuerte carga tenebrista. La limpieza eliminó dicho fondo, apareciendo uno más claro en tonos grises, revelándose también que la posibilidad de que le faltara un brazo al caballero no era más que una suposición sin fundamento alguno. Al poco surgieron críticas, hoy más o menos olvidadas, respecto a que al restaurador se le había ido la mano con la eliminación de repintes y de los barnices oxidados eliminando todo el carácter a la obra. De hecho, la polémica llegó al Congreso de los Diputados convirtiéndose en un asunto de confrontación política.

En definitiva, nos da miedo enfrentarnos al cambio y hasta que no lo asimilamos necesitamos un tiempo de habituación para que la pieza encaje, o no, (que también puede suceder). Parece que la mirada, el status quo, en el que fuimos educados es lo que marca la pauta de lo que es correcto o no. Las generaciones siguientes, sin embargo,  contemplan de forma más objetiva, puesto que desconocen de primera mano aquella realidad precedente, condicionante, de la que proviene la obra restaurada, el edificio sin el elemento añadido, la nueva plaza respecto a la anterior. Por supuesto que no se acierta siempre y hay elementos para el debate e incluso el rechazo ciudadano en cualquier contexto. Todos sabemos de intervenciones en València que nunca serán aceptadas, y se ha dictado sentencia porque son definitivamente errores (edificio en Plaza del Ayuntamiento, Comisiones Obreras en plaza Nápoles y Sicilia…). Y es que aunque no lo crean, para quienes ahora visitan los Museos Vaticanos, hubo polémica y agria cuando se presentó la restauración de la Capilla Sixtina tras la limpieza llevada a cabo hace un cuarto de siglo, por Gianluigi Colalucci (asesor de los frescos de San Nicolás), recientemente fallecido,. Nadie diría ahora, y más las nuevas generaciones que el maravilloso cromatismo que podemos contemplar actualmente fue objeto incluso de publicaciones científicas en contra de esta intervención, por no hablar de medios de comunicación. Un debate que fue acallándose con el paso del tiempo y que quedará como un episodio para los historiadores futuros.

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