El último film del director polaco es un biopic de Władysław Strzemiński, cuya obra se puede ver actualmente en el Centro de Arte Reina Sofía
VALÈNCIA. Seguramente hay que agradecer al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía el estreno de la última película rodada por Andrezj Wajda. Afterimage, título internacional de un film originalmente llamado Powidoki (2016), que llega a España con la coletilla de Los últimos días del artista, es un biopic del pintor de vanguardia polaco Władysław Strzemiński, cuya obra se expone en estos momentos en el museo madrileño. De lo contrario, es posible que se hubiera quedado en el limbo, como muchos otros films de un cineasta fallecido el pasado 9 de octubre, que fue una figura clave de la nueva ola polaca y tuvo siempre la historia en el punto de mira, ya fuera en forma de revisión del pasado o de reflexión sobre el presente. Y su testamento cinematográfico no es una excepción, ya que Wajda utiliza la narración de la etapa postrera en la vida del artista para articular una feroz crítica del aparato comunista. Enfrentado a las directrices políticas que exigían a la cultura seguir los preceptos del realismo socialista, Strzemiński (que había perdido un brazo y una pierna en la Primera Guerra Mundial) acabó sus días enfermo de tuberculosis, desahuciado, en la miseria y abandonado por todos.
Desde su planteamiento, la película tiene tan clara su condición de alegato (habrá quien incluso diga panfleto), que incluso ignora la relevancia artística de Strzemiński, de quien sabemos que mantuvo contacto con Kazimir Malévich o Marc Chagall y apenas atisbamos algunas de sus obras. Del mismo modo, se ignora de manera absoluta a su esposa, Katarzyna Kobro, también artista y, de hecho, protagonista en igualdad de condiciones de la exposición que puede verse hasta el 18 de septiembre en el Reina Sofía, y que abarca desde finales de la década de 1910 hasta comienzos de 1950 (Strzemiński falleció dos años después). Según Jaroslaw Suchan, director del Muzeum Sztuki w Łodzi, la obra de ambos “es uno de los ejemplos más consecuentes con las ideas de la vanguardia moderna”. Integrada por diversas disciplinas, como pintura, escultura, arquitectura y diseño industrial y gráfico, “anuncia nuevas tendencias que alcanzarían su plenitud en las prácticas de generaciones posteriores, tales como el minimalismo, el movimiento Zero o el arte reduccionista”. No es lo que más interesa a Wajda, que centra toda su atención en la aniquilación del artista por parte de un sistema opresor, enemigo de la experimentación y la abstracción.
La película supone el testamento cinematográfico de Wajda, cronista cinematográfico de la segunda mitad del siglo XX en Polonia. Si bien los trabajos del cineasta en los últimos años podrían calificarse de irrelevantes, la trascendencia de la obra que realizó entre finales de los cincuenta y principios de los ochenta le convierte en uno de los autores más sólidos del cine europeo. Nacido en Suwałki, el 6 de marzo de 1926, combatió brevemente en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y estudió cine en Lodz. El conflicto bélico marcó los primeros años de su carrera, iniciada con Generación (Pokolenie, 1955), que coincide con un periodo en que la atención crítica se centra en los países del bloque oriental y Polonia pone en marcha un camino hacia el socialismo con cierto carácter autónomo, al margen de los restos del aparato estalinista. En ese contexto comienza a perfilarse el sustrato teórico de una obra permanentemente ligada a la historia y al realismo (siempre reconoció la influencia del neorrealismo italiano), marcada por la experiencia de posguerra, el carácter simbólico y un romanticismo exacerbado que, con el paso del tiempo, irá derivando hacia una concepción del lenguaje caracterizada por su tendencia barroca.
Con Kanal (1957), su segundo largo, recibe el Premio Especial del Jurado en Cannes, galardón que le convertiría en cabeza visible de la nueva ola polaca, movimiento de renovación nacional en la estela de la nouvelle vague francesa o el free cinema inglés. Cenizas y diamantes (Popiól i diament,1958) cierra la trilogía de la guerra y ratifica su papel de punta de lanza en la internacionalización del cine polaco, al tiempo que reflexiona sobre los cambios que se están produciendo en el país. La trama se sitúa en el día de la rendición alemana, cuando un joven nacionalista recibe la orden de matar a un funcionario comunista, pero su relación con una chica le llevará a cuestionarse sus convicciones. Un film que propone una mirada al pasado reciente, entre la herencia clásica y la voluntad de ruptura de las nuevas olas, donde Wajda expone cómo los ideales que suscita la llegada de la paz se tornan incertidumbre. Un título que apela a la mitología nacional, como Lotna (1959), todavía dentro de la primera etapa de su trayectoria.
En 1960 dirige Los brujos inocentes (Niewinni czarodzieje), la historia de un hombre obsesionado con la búsqueda de una mujer con la que ha tenido un encuentro de una noche. Una película considerada bisagra entre la generación de Wajda y la posterior, ya que el guión está coescrito por Jerzy Skolimovski y Roman Polanski interpreta uno de los papeles. Un retrato de la sociedad polaca de posguerra, que se aleja del estilo de su filmografía anterior mediante el uso de formas más libres y menos austeras. No obstante, los temas históricos seguirían siendo recurrentes en su obra, que abordó la cuestión judía en Samson (1961) y volvería sobre las consecuencias de la guerra en Paisaje después de la batalla (Krajobraz po bitwie, 1970). El bosque de los abedules (Brzezina, 1970) y Las señoritas de Wilko (Panny z Wilka, 1979) se centrarían, sin embargo, en el periodo de entreguerras, mientras que La tierra de la gran promesa (Ziemia obiecana, 1974) adaptaba a lo largo de tres horas la novela de Stanislaw Reymont sobre el surgimiento del capitalismo en la Polonia del siglo XIX.
El hombre de mármol (Czlowiek z marmuru, 1976) posa la mirada en hechos muy recientes, cuyas consecuencias afectan al presente en que se realiza. El intento de una realizadora de televisión de hacer un documental sobre un obrero en los años cincuenta combina el análisis histórico y el discurso sobre el propio cine, en un film que relata los últimos diez años de luchas obreras en Polonia combinando ficción e imágenes de archivo, y que allana al camino hacia El hombre de hierro (Czlowiek z zelaza, 1981), donde Wajda se plantea una continuación utilizando el mismo método narrativo, pero centrando la acción en las jornadas revolucionarias de 1980 en los astilleros navales de Gdansk. Pese a que los resultados se sitúan demasiado cerca del panfleto ideológico, obtendría la Palma de Oro en el Festival de Cannes, probablemente por tratarse de una crónica casi en tiempo real de la fundación del movimiento Solidaridad, liderado por Lech Wałęsa, sobre cuya figura volverá en el biopic Walesa. La esperanza de un pueblo (Wałęsa. Czlowiek z nadziei, 2013).
La obtención de la Palma de Oro en Cannes sirvió para que Francia le acogiera con los brazos abiertos cuando decidió rodar allí Danton (1982), biografía del cabecilla revolucionario ejecutado por los jacobinos. Es la primera señal del giro progresivo que va a dar su filmografía: Una producción histórica de gran presupuesto, escrita por Jean-Claude Carrière y protagonizada por Gérard Depardieu, que entra en el territorio del cine de qualité. El reconocimiento ganado con los años lleva a Wajda a caer en una confortable inercia en la que se suceden las adaptaciones literarias de prestigio y se acentúa el manierismo como rasgo de estilo. Crónica de los sucesos amorosos (Kronika wypadków milosnych, 1983), Los poseídos (Les possédés,1988), sobre la novela de Fiodor Dostoievski, o Korczak (1990), otro biopic, esta vez sobre un legendario pedagogo polaco, evidencian signos de agotamiento y carecen del brío de antaño y la capacidad de análisis de su época que había marcado sus obras más importantes.
En el nuevo siglo trabajó con frecuencia para la televisión, y aunque continuó cultivando inquietudes políticas, no supo adaptarse a los cambios que se habían producido ya no solo en el cine del resto del mundo, sino en su propio país, donde generaciones de cineastas posteriores a la suya (los ya citados Polanski y Skolimowski, pero también Andrzej Zulawski) hacía mucho tiempo que le habían tomado la delantera. En el año 2000, la Academia de Hollywood le concedió un Oscar en reconocimiento a toda su carrera, que se cerró definitivamente el pasado septiembre, con la premiere en el festival de Toronto de Afterimage, el film que ahora llega a las pantallas españolas y que, como señalábamos, pone el acento en la purga ideológica que acabó con la dignidad de Strzemiński. Una opción que, teniendo en cuenta la trayectoria previa de Wajda y su desencanto con la ideología comunista, se diría consecuente y nada objetable, más allá de un perfil de personajes de evidente trazo grueso. Sin embargo, resulta curioso que Wajda caiga en la contradicción de combatir el discurso del realismo socialista mediante una puesta en escena tremendamente conservadora, ya que Afterimage es un biopic de manual que, por una parte, critica el uso del arte como vehículo político y cuestiona el pragmatismo realista al servicio de una ideología concreta, pero al mismo tiempo se trata de una película realizada según ese precepto.
El film fue el candidato polaco a la selección para el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, pero no llegó a conseguir la nominación. En septiembre de 2016, solo un mes antes de su muerte, la periodista de Film Comment Ela Bittencourt entrevistó al cineasta y le planteó hasta qué punto la censura sufrida por Strzemiński en la película se podía comparar a la que el propio Wajda había padecido en sus primeros films. “Aunque en la Polonia comunista vivimos bajo una severa censura, teníamos una cierta ventaja: conocíamos la guerra por experiencia personal”, le contestó. “Así que la propaganda del régimen, que a menudo distorsionaba la verdad sobre la guerra para servir a sus propios fines, no podía manipular nuestra visión de la misma. Queríamos que otros recordaran que luchamos en el ejército polaco, junto con nuestros aliados, por una Polonia diferente”. Su compromiso fue con la historia y con el cine: En 2001 fundó la Wajda Master Film School de Varsovia, que ha contribuido de manera decisiva al rejuvenecimiento del cine polaco. Sin ir más lejos, estos días compite en Cinema Jove la película Satan Said Dance (Szatan kazal tanczyc, 2017), dirigida por Katarzyna Roslaniec, que fue alumna del centro. “Espero que las nuevas generaciones aprendan que hemos sobrevivido tiempos mucho peores que los actuales”, comentaba Wajda. “En cuanto al resto, deben sacar lecciones del mundo que les rodea. No hay otra manera: tienen que aprender a hacer películas sobre sí mismos, dirigidas a sus contemporáneos”. Una lección que él mismo trató de seguir a lo largo de toda su carrera.