Tras 35 años, el leonés dice adiós a los escenarios habiéndose adaptado a los cambios de la industria pero sin haber cambiado un ápice de su esencia. La despedida en la Comunitat será este sábado 31 en Benicàssim
VALÈNCIA. Álex Diez Garín, o Álex Cooper, como se le conoce popularmente, dice adiós a los escenarios después de 35 años de mucha música. Activista del pop y de la cultura mod, pionero de la escena indie nacional, y genuino en sonido y actitud, sus respuestas dejan entrever que ya no se siente cómodo en el panorama musical actual, que se transforma cada día.
Una de las últimas fechas de su gira de despedida será este sábado en Casablanca (Benicàssim). Antes, responde a las preguntas de Culturplaza.
- ¿Qué te estás encontrando en estas últimas fechas que estás haciendo a lo largo de España?
- Estoy encontrando muchas caras conocidas de gente que está decidida a seguir la gira de despedida. En ciudades como Tarazona de la Mancha me encuentro las mismas caras que había cuando he tocado días antes al lado de Mazarrón, en la costa de Murcia. También me estoy encontrando con un público que nos conoce por primera vez, que también ha sido como una marca de algo que me ha pasado a lo largo de mi carrera. Después de 35 años me sigue pasando eso de escuchar "pues nunca os había visto en directo, estáis muy bien". Además, me estoy encontrando mucha furgoneta, mucho calor y mucha diversión con el grupo, con la gente que toca conmigo.
- Tal y como está ahora mismo el panorama musical, sobre todo a nivel nacional, tiene que ser muy gratificante saber que sigue habiendo gente que está dispuesta a descubrir un sonido tan peculiar y ahora mismo tan insólito como el de Cooper.
- Siempre que haces algo que se aparta un poco de la línea general, de lo que hace todo el mundo, sabes a lo que te arriesgas; y yo lo sabía desde el principio. Encontrarte a un público que se mantiene fiel a lo tuyo siempre está bien.
- Benicàssim será seguro un público muy agradecido, porque no han sido pocas las veces que has pasado por la zona...
- Totalmente. Yo tengo una relación bastante estrecha con Castellón porque, por una parte, Paco Vila, el bajista de la última época de Los Flechazos, era de Benicàssim, y en estas últimas giras viajamos mucho más a Castellón de lo que ya lo hacíamos y de otra manera, ahora es casi como jugar en casa. Después, con Ediciones Chelsea he visitado también bastantes veces Castellón: editamos un libro a Pat Escoín y fue la excusa perfecta para entablar y acercar la relación con un montón de gente del ambiente musical de Castellón. Entonces, es una suerte que haya habido una sala que haya dado el paso hacia adelante y haya querido organizar el concierto de despedida en el área.
- No te vas con grandes fuegos artificiales, sino con una gira que, para quien no la haya buscado concienzudamente, puede incluso haber pasado desapercibida. También es tu manera de hacer las cosas, la de no meterle fuegos artificiales al hecho musical.
- De hecho, yo creo que hago más ruido de lo que pensaba hacer al salirme. Porque, en un principio, pensaba avisar cinco días antes del último concierto, pero luego me di cuenta de que no era justo, sobre todo para la gente que toca conmigo y que se merecía una despedida un poco más llamativa. A mí me está costando que cada concierto sea el último, emocionalmente es bastante duro, porque cada concierto es una despedida. Sí que es verdad que yo no he sido mucho de levantar la voz y de llamar la atención más de la cuenta. Y las razones por las cuales me voy precisamente abundan en eso, en dejar sitio a los grupos más jóvenes y apartarse un poco, dejar paso. Así que no tenía sentido que me fuera montando un pollo más grande de la cuenta.
- ¿Qué industria te encontraste cuando ya fundaste Los Flechazos y cuál dejas?
- A esa pregunta te respondería con mucha tranquilidad si tuviera la sensación de que yo he sido artífice de algo, si hubiera sido capaz de cambiar algo, pero no ha sido así. He disfrutado de las cosas buenas que tiene el negocio y he sufrido las cosas malas. Cada época era muy distinta y han cambiado las cosas muchísimo desde que empecé hasta ahora, aunque solo sea porque ha pasado mucho tiempo. Aunque las guitarras sigan teniendo seis cuerdas, ahora los grupos no se valoran ni por la trayectoria ni por la calidad de su obra, sino por el número de seguidores en Instagram u otro tipo de baremos que a mí se me escapan. Por eso he decidido que ya no tenía sentido que yo siguiera relacionado con la industria musical.
- Pero incluso como aficionado a la música verás que -por ejemplo-, prácticamente en toda España las salas de conciertos no paran de cerrar, que era el ecosistema natural de todos los grupos que nacían, crecían, se reproducían e incluso morían.
- Sí, es verdad, pero también es verdad que cuando yo empecé con Los Flechazos ni siquiera existía el circuito de salas, se tuvo que generar. Había sitios donde se podían dar conciertos, pero no existía un circuito establecido con tres o cuatro salas determinadas en cada ciudad donde se pudiera tocar. De hecho, en aquella época eran discotecas que los activistas de cada sitio alquilaban o pedían cedidas para organizar conciertos de los grupos que les gustaban. Recuerdo que, en los primeros conciertos que yo daba, utilizábamos los equipos de sonido de las orquestas, que eran los que existían entonces. He visto el nacimiento del circuito de salas y su posterior declive. He visto también el nacimiento de la era de los festivales y como se ha apartado de el camino maravilloso que tuvo los primeros diez años. Y he tocado en una época en la que no existía Internet, y he visto cómo Internet ha modificado las conductas de mucha gente: he dado conciertos en salas donde se podía fumar y no existían los teléfonos móviles. Estamos hablando de la prehistoria.
Ha cambiado muchísimo el modelo, y de si algo puedo estar contento es de haber sabido adaptarme, sin hacer grandes esfuerzos, a la situación en cada momento y sin dejar de hacer lo que yo quería. Es una cualidad que tenemos los mods, la de adaptarse al momento cultural que estás viviendo, manteniendo tus signos de identidad. Y estoy dispuesto a, como público, esperar la siguiente revolución y ver en qué queda todo esto y seguir disfrutando de la música en directo.
- Como activista del pop, te pregunto. ¿Se ha abierto estilísticamente demasiado esa etiqueta?
- Seguramente lo que la gente entiende por pop no es lo que yo entiendo por cultura pop. Cuando empezamos con Cooper, nos movíamos en un ambiente al que se le llamaba pop. En realidad era la escena independiente, la escena indie o alternativa, pero se le llamaba escena pop.
Aparte de ser una palabra que solamente tiene tres letras, que hay unas cuantas que me gustan mucho, para mí pop -o indie pop- es aquella escena y, sobre todo, hay diferentes variantes, pero ninguna de ellas es el interés por el dinero en el desarrollo de todas esas ideas, de lo que pasaba entonces. Las cosas se hacían por otros motivos distintos que no eran ganar dinero, así que lo económico no entraba como variable. Yo sigo manteniendo esa especie de espíritu romántico de no hacer las cosas por dinero.
- Te bajas de los escenarios pero seguirás editando libros, que parece una manera de seguir haciendo música más romántica y más reflexiva.
- Sí, y el objetivo es también dar voz a compañeros de generación y a otros músicos y dejar testimonio de cosas que me parecen importantes. Los libros que edito hablan sobre temas que a mí me importan y que me parece que no estaban suficientemente tocados. Es muy fácil volver a hacer un libro de los Beach Boys, los Beatles o Héroes del Silencio. Hablar de otras cosas, e intentar que el escaparate de la literatura pop sea así de rica, me parecía interesante.
LOS MÚSICOS SIEMPRE TENEMOS LA NECESIDAD PERSONAL DE SEGUIR TOCANDO Y ESTAR EN EL ESCENARIO, PERO ES UNA NECESIDAD EGOÍSTA
Es formación personal también. Por ejemplo, cuando pincho en fiestas, siempre acabo pensando qué es lo que no van a poner los demás y debería de sonar en la fiesta para ponerlo yo, en vez de poner mis discos favoritos. Intento rellenar huecos muchas veces. Y con Ediciones Chelsea ha pasado un poquito de eso. También fue una necesidad: empecé con la editorial porque solamente de la música no podía vivir, y no quería estar sacando un disco cada año para poder salir de gira y mantener el interés de la gente en mi música si me parecía que la obra nueva no iba a ser suficientemente buena.
- Has dicho que no vas a echar de menos los escenarios y eso suena extraño, porque ahora estás muy de moda las reuniones y la nostalgia se cotiza al alza. ¿No te ves volviendo una y otra vez?
- No, a mí me parece que ya ha sido suficiente, aunque yo no soy quién para juzgar lo que hagan los demás. Los músicos tenemos la necesidad personal y natural de seguir tocando y subirnos al escenario y seguir utilizando este lenguaje, pero es una necesidad egoísta. Yo creo que hay que tener en cuenta a la otra parte y es una postura muy rock esto de seguir dando la brasa con tus canciones porque lo llevas en el cuerpo y necesitas soltarlas. Para mí la música pop es comunicación popular con la gente, y yo ya me he estado comunicando durante mucho tiempo, 35 años. Creo que no lo podría hacer mejor de lo que lo he hecho ya, que hay un montón de canciones que ni siquiera puedo tocar en directo porque no puedo dar conciertos de tres horas. Mi capacidad creativa es limitada, mi capacidad física también, y veo que mis conciertos a partir de ahora no van a ser mejores de lo que lo han sido. Entonces, me parece que no tiene sentido, sobre todo cuando hay tantas bandas que lo que quieren es comerse el mundo y tocar. Lo que hay que hacer es dejar sitio a los dos grupos jóvenes y disfrutarlos.
Naufragios, obsesiones infantiles y criaturas marinas se dan cita en Ballenas invisibles (Barlin), el ensayo en el que Paula Díaz Altozano aborda la fascinación por los grandes cetáceos a lo largo de los siglos